Además, Dalí y Picasso se enfrentan el veintinueve de marzo de mil novecientos treinta y siete, a ese otro gran fantasma del ideario colectivo español que es su última Guerra Civil, y lo hacen desde fuera, como el propio Arrabal, que acomete la concepción de la obra de teatro desde París. Ese París arrabaliano del exilio es el mismo de Dalí y Picasso, donde los ecos de la guerra se verbalizan en un tono elegiaco compositivo: monstruos y fantasmas caminando en pos de una verdad que no es la real sino la imaginada por ellos, y en la que a través de ella, también asistimos a la manipulación del mundo del arte por parte de la política, y así, por ejemplo, El hada de la electricidad pasa a ser el Guernica, el primer cuadro comprometido de un artista malagueño que se nos dice que nunca ha sido un provocador, salvo cuando ataca las pulsiones del bajo vientre de sus amantes a las que como ya sabemos, fagocita una tras de otra sin parar, como el macho cabrío arrabaliano que se nos aparece entre sombras, y que también nos recuerda que el canibalismo es nuestra historia. De todo ello, es fácil deducir que, las sombras de un país y de la mente de los creadores, están muy presentes en esta obra, donde el escenario está dispuesto como una gran caja abierta, jugando sus laterales como falsos reflejos de los miedos de dos artistas que se exponen sin pudor, y donde el sexo, se transforma en la pulsión necesaria del artista para dar una vía de escape a sus obsesiones. En el caso de Dalímediante una inacción que solo es activa en sus sueños como mejor reflejo de que el casticismo es como un embalse que lo almacena todo; una teoría que en Picasso es contraria, pues el sexo es una acción que no se verbaliza, sino que atrapa y se posee y se pinta sin miedo a la exposición. En este sentido, Antonio Valero es un Picasso duro, cabezón y muy gestual, que se manifiesta sin miedos más allá de los puñales que le lanza una Dora Maar virtual, mientras que Roger Coma es un Dalí muy arrabaliano, poseído por un subconsciente arrebatador. Sin duda, Pérez de la Fuente acertó de pleno al elegir a Roger Coma, pues está fantástico, con un dicción con acento catalán soberbia y que enfatiza aún más los excesos del genio ampurdanés; una cualidad, la de la dicción, que también borda Antonio Valero que, en esta ocasión, da vida a un personaje menos histriónico, al que sin embargo, sabe darle grandes dosis de fuerza.
Pasión y provocación, historia y arte, civilización y canibalismo, en definitiva, Arrabal y Pérez de la Fuentecomo perfecta simbiosis del teatro en estado puro, pues todo junto es la mejor manera de representar a los fantasmas de la creación, esos que anidan dentro de cada uno de nosotros cuando soñamos, porque qué es Dalí versus Picasso sino puro sueño.
Ángel Silvelo Gabriel.