Dar publicidad a los riesgos de la fiesta

Por Pedsocial @Pedsocial

Los veranos se llenan de actividades festivas que, naturalmente, atraen sobre todo a los jóvenes. El jolgorio, la deshinibición, la alegría, caundo no la ayuda de algunos estimulantes reducen la prudencia y todo ello contribuye a algunas situaciones de riesgo.
Y hemos dicho varias veces que la mortalidad infanto-juvenil hace ya un par de décadas que, reducida a mínimos, ha dejado de depender de causas que no sean accidentales. Y los accidentes no tienen tratamiento: sólo prevención.

Las fiestas tienen riesgos. Algunos van implicitos con la propia actividad festiva: si no hay riesgo no hay fiesta. Los sanfermines son un ejemplo paradigmático. Los encierros son una fiesta fantástica. Pero resulta un poco triste que el locutor de televisión en las retransmisiones de TVE sólo se interese por los heridos y el recuento final de víctimas como si se tratase de un resultado deportivo: Toros 4, Mozos 1, o algo así.

Otras actividades festivas se nutren del riesgo aunque éste se suponga controlado. Así muchas atracciones de feria que parecen construidas para “dar miedo”, como los toboganes, las “montañas rusas” o los parques de agua. Muy divertidas hasta que la tecnología no resiste la fuerza de la gravedad, como lo ocurrido en la atracción de péndulo del parque del Tibidabo de Barcelona, que hace unos días mató a una niña y dejó a otras heridas.

Y en otras es la masificación que acompaña a la fiesta lo que establece el peligro, ya sea por inducir a la imprudencia como los 14 muertos atropellados por un tren la noche de San Juan en la tragedia de Castelldefels, o por simple desproporción de gente y espacio como la más reciente tragedia de Duisburg motivada por la codicia de unos organizdores desaprensivos, algo que parece impensable en un país altamente civilizado como Alemania y que recuerda las avalanchas de peregrinos en La Meca y otros santuarios. Allí han muerto 19 personas, entre ellas dos universitarias de Tarragona.

Desde la Pediatria Social parece que haya poco que hacer ante tales circunstancias en las que la prevención falla. Pero si que mantenemos una resposabilidad, que es la de recordar a la población y a los poderes públicos que la vulnerabilidad de los más jóvenes merece una atención continuada. Son esas muertes precoces la última frontera de la salud infantil.

X. Allué (Editor)