De extremo a extremo: Una arquitectura de bandazos

Por Arquitectamos
Entre los años 1989 y 1992 un equipo entusiasta de arquitectos, dirigido por Mario Muelas, rehabilitó el exconvento de San Pedro Mártir, en Toledo. Es una rehabilitación ejemplar, que marcó un antes y un después en este tipo de obras en Toledo. Hasta esa fecha era impensable "contaminar" una rehabilitación con elementos lingüísticos de la arquitectura moderna, y la línea habitual era rehabilitar miméticamente, "rehabilitar sin que se notara". Pero Mario Muelas y su equipo demostraron tener una especial sensibilidad para conservar lo que había de valioso y para construir los elementos nuevos sin disfrazarlos de antiguos ni camuflarlos ni esconderlos, y también sin agobiar ni minusvalorar lo antiguo, sino poniéndolo en valor y en fértil convivencia con lo moderno. A mi juicio es lo más scarpiano que se ha hecho en Toledo. (Ahora hay varias intervenciones que podrían optar también a ese título, pero en su momento fue lo más, prácticamente lo único).
Fotografía del libro Arquitectura Contemporánea. Toledo 1995, editado por la Delegación de Toledo del COACM
El convento de San Pedro Mártir, de época renacentista, fue una lenta obra de muchos arquitectos, que realizaron sucesivas ampliaciones, y que a su vez reutilizaron parcialmente y rehabilitaron algunas edificaciones medievales, derribaron otras y levantaron otras "modernas" (renacentistas) de nueva planta. Todo esto formaba un laberinto complejísimo, con numerosos edificios, cuerpos y alas a distintas cotas, con recorridos laberínticos y enlaces muy forzados entre ellos. Además, al pretender rascar un paño renacentista de yeso para limpiarlo, aparecía detrás uno árabe de azulejo, por ejemplo. En esos casos, ¿qué respetar?, ¿qué conservar?, ¿qué restaurar? Nunca se sabía dónde dejar de rascar, ante la cantidad de capas de palimpsestos que había. (Recordad: los textos escritos sobre otros textos anteriores en los códices medievales). Además de todo esto, como ya hemos dicho, había la voluntad férrea (y a mi juicio acertadísima) de hacer los elementos nuevos con lenguajes y materiales actuales. Creo que es lo más respetuoso: Restaurar lo restaurable, mostrando su valor, pero sin enmascararlo entre nuevos elementos que lo imitan y se lo comen. La convivencia entre mamposterías medievales, capiteles renacentistas, losas de hormigón y barandillas de acero es exquisita y respetuosísima.
Excepto las dos fotografías tomadas del libro que se indica, todas las demás son mías, tomadas con el teléfono. Son muy malas, pero creo que son útiles para dar testimonio de lo que aquí se cuenta.
La obra estuvo llena de problemas. Uno de ellos era que a un arquitecto tan exquisito nunca le valía lo que ya había en el mercado. Ninguno de los miles de cerrojos existentes le gustaba, y así tuvo que diseñar él las fallebas y las bisagras de los fraileros, la garrucha de un pozo, las rejas, los vierteaguas, etc. Una labor infinita... y un coste de obra que también tendía a infinito. Estoy en contra de los despilfarros caprichosos, pero en este caso no los hay. Es una obra muy costosa, pero porque es muy valiosa, y merece el dinero que cuesta.
De la misma manera, también me opongo a los caprichos "porque sí" de los arquitectos, pero en este caso el arquitecto no es caprichoso. Se entrega a su obra, diseña cada picaporte porque tiene que ser así, y eso que tiene que ser no lo hay a mano. Veo a unos arquitectos obsesionados con su obra, sacrificados a ella, trabajando duramente por ella, y me parece ético y justo. No es el caso de los arquitectos caprichosos que sueltan una parida porque les da la gana, sin ton ni son.
Lo que sí quiero criticar, y con fuerza, es que finalmente esta fue una obra sin función y sin destino. La larguísima gestión se había hecho para hacer de este complejo de edificios el Gobierno Civil de Toledo. Pero durante la obra se acabaron los gobiernos civiles, y ésta siguió su camino, pero ya sin saber para qué.
Entonces se movió el presidente de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha y reclamó el complejo para la nueva Universidad de la región. Y acabó consiguiéndolo.
Las pasarelas concebidas para unos pocos empleados, o para las visitas protocolarias y diplomáticas, pasaron a ser usadas por cientos de alumnos para ir a sus aulas. No quiero decir que los alumnos no merezcan mármoles de travertino ni parquets de roble o de iroco, sino que el tráfico que han de soportar estos materiales es muy superior al previsto, y que el funcionamiento cotidiano es mucho más multitudinario y caótico que lo que se esperaba.
Entonces surge un fenómeno muy típico (pero no por típico menos desgraciado): Se pasa bruscamente de la mayor sublimidad a la mayor cutrez.
Esta escalera es un ejemplo de délicatesse: Un paño de ladrillo inclinado, con las hiladas paralelas a la losa de la escalera, dos barandillas que se encuentran exquisitamente, una limpieza absoluta.
Fotografía del libro citado
Pero el propio uso del complejo hace que pasen por él muchas personas que no lo conocen, y a las que hay que indicar dónde están las distintas estancias, los servicios, las aulas, etc.

¿Era necesario poner esos rótulos de "Aseos" y de "Cafetería"? ¿Con ese tipo de letra? ¿Con esos colores? ¿Cómo lo habría hecho Mario Muelas? ¿Qué tipo de letra habría elegido, qué color, qué material? ¿Habría inclinado los rótulos según los ladrillos y la escalera?
Pero esto no es lo peor. No. No lo es.

Un panel (sin utilidad aparente) con dípticos y/o folletos. Detrás, un panel con patas. Un patio renacentista limpiado, restaurado, perfilado (mirad el capitel, mirad los perfiles de los arcos) y ¡venga!; pon el panel ahí mismo. Así mismo vale. ¡Muy bien!

Fijaos en la delicadeza de las barandillas de la segunda planta. Me imagino el arduo debate de si hacerlas de madera (como sin duda fueron en su origen, y de las que quedaría algún vestigio, o al menos las cajas talladas en los pilares) o de vidrio con esas barritas tan ligeras, para no restar ligereza a la arcada. Adivino los desvelos del diseñador, su celo, su obsesión. Y ahora llegan los bedeles y ¡zasca! ponen el panel en toda la entrada al patio.

Un cartel contra la barandilla de una rampa, y otros dos paneles más al fondo. El último colgado de la pared. Todo el espacio agobiado de carteles, de rótulos, de avisos... Lo normal en una universidad. Pero lo malo es que uno se imagina al bedel de turno clavando chinchetas o alcayatas en esos exquisitos estucos a esponja y muñequilla.
Pero, de todo lo que he visto, lo peor es esto:

¿Será posible que no hubiera en todo el mundo un pasador para una contraventana y lo tuviera que diseñar el arquitecto, y que luego se pusiera este buzón? Hombre, ni tanto ni tan calvo. Ni diseñar un buzón porque de los dos mil que tengo a mano no me gusta ninguno ni elegir precisamente ese de entre los dos mil. ¡Coño, que hasta tiene un tejadito con volutas!
Y carteles, y paneles de corcho... Todo en plan cutre (con ese suelo de travertino al fondo).
No tenemos arreglo. Vamos de un extremo al otro, dando bandazos incomprensibles y obscenos. Nos compramos un Ferrari 458 Italia y le ponemos en el parabrisas un guardia civil de goma, y en la bandeja trasera dos cojines y un perrito moviendo la cabeza.
Nos hacen las obras públicas los arquitectos más exquisitos y las empresas constructoras más fiables, pero luego nos las mantienen Manolo y Benito.
Ahora ya sí que me parece un despilfarro lo del prototipo de falleba. Y al arquitecto seguro que también se lo parece.
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