Las injerencias exteriores nos hacen conscientes del dolor, pero las que provienen del interior nos dañan sin dejar rastro en la consciencia aunque no se inhiben en la conciencia.
Un buen ejemplo lo tenemos en la avaricia, de la que Jean de La Fontaine (escritor y poeta francés del siglo XVII), afirmaba que lo pierde todo por quererlo todo. El remordimiento interior que produce la avaricia no solo es tan inconsciente como agresivo. Ya en nuestro siglo, pienso que es lo que significaba Francisco Ayala cuando decía que "La avaricia es la más desinteresada de las pasiones, ya que exige una abnegación, a veces de magnitud heroica".
Y no solo eso, sino que el avariento suministra -sin querer- combustible para los celos, que no son sino una mezcla explosiva de amor, odio, avaricia y orgullo: todo un séquito de vanidades.
En la vida profesional la avaricia se manifiesta como reserva cautiva de conocimientos y experiencias. Miguel de Unamuno (filósofo español del siglo XX) se refería a ello cuando afirmaba que "Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos".
Tecnológicamente hablando la tendencia de software libre intenta atenuar este tipo de comportamiento avariento.
Y si quieres profundizar sobre el daño que produce la avaricia, te diré con San Bernardo de Claraval que no es sino "un continuo vivir en la pobreza por temor a ser pobre".
Querido lector, ¿te compensa la avaricia?