De la hoja de parra al triángulo de tela

Publicado el 09 junio 2011 por Fastfashion @fastfashionblog

Para saldar mi cuenta y no aburrir demasiado a mi querida Anna intentaré amenizar esta vuelta cogiendo el ave, en lugar de mi habitual cercanías.

En primer lugar, nos trasladamos al antiguo Egipto para descubrir la primera prenda interior de la historia. Recibe el nombre de Shenü la enagua vaporosa y bordada con hilos de oro, bajo la que se vestían las Cleopatras y Nefertitis de la época.

Hacemos escala en Roma donde el must de la época  era una túnica o camisa, de tejido muy fino, que llegaba hasta las rodillas por delante y se alargaba hasta las pantorrillas por detrás. Además, como podéis ver en estas imágenes, para llevar el pecho sujeto inventaron un prototipo muy rudimentario a modo de venda o faja denominado Mamillare.

En cuanto a la famosa toga, aclarar, era en esa época una vestimenta únicamente masculina y de prostitutas. Éstas, vestían con una toga corta y de color oscura para diferenciarse de las mujeres “honestas”.

Próxima estación: Grecia y sus diosas mitológicas.

Homero en una de sus obras, narraba que la esposa del gran Zeus, Hera, celosa de los escarceos de su marido con hermosas jovencitas, decidiose a usar el sustitutivo al bótox de la época: un maravilloso ceñidor con el que reconquistar el sexappeal de su macho men.

Así fue como, cuando Zeus vio a Hera con tal atrayente prenda, cayó rendido a los pies de ella, ardiendo de amor y deseo por y para los restos.

El ceñidor- hipnotizador de almas, era conocido en la tierra como zóster. Consistía en una banda de paño bordada, casi siempre confeccionada en lino blanco.

Las jóvenes se colocaban el zóster en la cintura (como podéis ver en este cuadro), mientras que las mujeres además de utilizar dicho elemento, cubrían sus senos con unas bandas llamadas aposdemo.

Además de un valor mitológico, estas prendas tenían un valor simbólico y social. Al contraer matrimonio, por ejemplo, el marido desataba estas bandas a su mujer como símbolo de unión.

Damos un gran salto en el  tiempo hasta llegar a la Edad Media.

En estos tiempos de Dios, las damas sólo podían tener sexo (de tanto en tanto) bajo una premisa sagrada: “lucir” la última moda eclesiástica en el acto sexual llamada chemise a trou o camisa con agujero. Estaban bordadas con letanías del estilo de -Ave María o Dios lo quiere- , para que así no quedase duda alguna de los derechos del marido sobre “su” mujer. ¡Qué pavor! Sólo con ver la foto se me quita cualquier lívido o apetito pecaminoso.

Después de pasar por la casa del terror, nos vamos rapidito sin entretenernos (no vaya a ser se nos pegue algo) y nos bajamos en el S. XVII.

Aquí se puso de moda pintarse con pintura blanca desde el muslo a los tobillos, como sustituto de la ropa interior. La explicación está en que la pintura creaba una “ilusión óptica”, y así, cuando las señoras bajaban de sus caballos (lucían vestimentas muy poco propias para la actividad), tan sólo se veía un fugaz destello blanco pasando las zonas íntimas más desapercibidas.

Y nos vamos de nuevo. Después de dar con las bombachas y perder la afición al body painting en la corte, nos trasladamos al  s.XIX y el corsé.

Todos hemos oído hablar del hito del corsé ( por cierto, puntualizo la semana que viene escribiremos un post sobre el encuentro de Maya Hansen y los bloggers) en el mundo de la lencería.

Unas mujeres llenas de capas y capas, cuáles cebollas andantes se cubrían desde el vestido pomposo (parte visible) pasando por los interiores de camisa, pantalón, corsé, cubrecorsé, enaguas, encajes…

Lo más cómico de todo es que llevar este arsenal de ropajes pudorosos tenía ciertas connotaciones positivas para la época:

  1. eliminaba, para las chicas de familias bien, la posibilidad de una violación exprés
  2. resultaba útil como chaleco antibalas (en 1852 la reina Isabel II salió ilesa de una puñalada trapera gracias a su corsé)
  3. dada la distinción, pues sólo lo usaban las mujeres ociosas, ningún trabajo manual hubiera podido ser realizado con aquello puesto
  4. aseguraba que quien lo portaba era una mujer de buenas costumbres: el cuerpo holgado era signo de conducta holgada
  5. declaraba a los cuatro vientos que no había embarazo…

Y si esto no fuera poco, añadir que al ser una prenda considerada de lujo (es decir, de accesibilidad limitada), a la mujer de clase obrera  le estaba restringida esta moda. Consecuencia de la mujer de clase obrera –> no sufrío esos tremendos problemas de salud de los que muchas mujeres de posibles no escaparon.

El kit de la cuestión está en que como las mujeres de las altas esferas sufrían daños irreversibles y no servían de cabeza para abajo, ¿qué hacían los hombres entonces? descargar sus tensiones sexuales y monetarias con las mujeres de clase obrera, que a raíz de esto, escalaron de nivel económico.

LLegada a DESTINO: siglo XX.

Un siglo influenciado por el mundo de la danza. La libertad y agilidad de movimientos por las que abogaban las bailarinas hicieron que la ropa interior modificase su forma y significado. Atención, las fajas elásticas y apretadas se convierten en el nuevo elemento it.

Las siguientes décadas fueron conservadoras y desapercibidas por todos los problemas de guerra que tuvieron lugar en el mundo. Únicamente destacar de finales de los 40 el nylon y el sujetador sin tirantes en los 50.

Pero con los sesenta, “yeah yeah yeah”, todo empezó a dar un nuevo giro  introduciendo en el mercado sujetadores, portaligas y fajas para adolescentes.

Veinte años más tarde, la lencería vuelve a tener un auge importante, ayudada de personajes como Madonna, para reivindicar el nuevo concepto de ropa interior-exterior.

Y hasta hoy, una actualidad donde la sensualidad y la elegancia son las nuevas reglas del juego (menos mal, porque comparar estas dos últimas fotos incumple el famoso dicho de “todo tiempo pasado fue mejor”).

Qué alegría comprobar que lo sexy no está reñido con lo incómodo ni con “el infierno merecido por pecadoras del deseo sexual y estilístico”.