Hoy, por fin, después de muchos días, estoy sentada en el porche, frente a mis pinos, que siguen ahí, incondicionales testigos de mi avatares, sabiendo, quel el monte continúa mas alla del límite de mi casa.
Abril nos ha liberado de marzo, de sus locuras climatológicas y sus simulacros de primaveras, de las heladas nocturnas, de las lluvias y la luz blanca de invierno.
Olaf sigue huido...desaparecido de mi entorno...provocando algo gris que se mueve a mi alrededor como en un continuo un tanto pegajoso...Hugo....Hugo sigue donde siempre...en su devenir perpetuo sin sustanciarse en ningún sitio y en todos, sin dejar, afortunadamente, serias huellas de su ausencia...y un sin embargo fresco recuerdo sin culpas, sin negruras, con una sonrisa en la comisura de la memoria. Mi trabajo todo el mes ha sido un bálsamo frente al desacostumbrado silencio, y a la desconcertante soledad repentina.Pero ahora ya no había trabajo, no tengo nada qué hacer, mas que dejar ir pasando los ratos, en la pretendida ignoracia de las inusuales ausencias.
Pienso todavía, a veces, en mi anterior vida, la cáscara en la que a ratos todavía temo estar envuelta, la vida que no lo era, la que me sumía en un gris continuo sin que yo me enterase, que me impedía respirar...y así recuerdo madrugadas en las que mi yo buscaba algo certero, al menos mas certero que aquello insustancial y gris que me envolvía...y vuelvo a verme alli , con miedo de que todo se descomponga repentinamente, de que todo se trate de una cruel broma y un día mire por al ventana y vuelva a ver el triste edifico de pisos de enfrente, y mi café se transforme en un sorbo amargo y urgente dado de pie en mitad de la cocina la bajo la luz blanca de un fluorescente que solo hace mas negra la madrugada en la ventana negra, y tenga que salir zumbando rumbo al metro, dejando caer tras de mi, en mi loca carrera hacia la muerte en vida, todos esos tonos de luz que ahora conozco y que alli morirían irremediablemente en contacto con aquello de lo que huyo hace ya tanto tiempo sin saberlo.
Escucho los amortiguados ladridos de los perros, que nunca escuchaba en Madrid, y huelo el mineral olor del carbón mezclado con el de la madera, y se que mi casa está caliente, y que huele a seguridad, a algo parecido al reencontrado útero.
He dejado transcurrir el día, blandamente, durmiendo a retazos, a retazos soñando con mi novela, pariendo poco a poco los movimientos de mi nómada que insiste en combatir su indefensión con rabia, y poco a poco, como sumergida en un rio del que veo cómo va llegando la corriente, cómo me sobrepasa, van pasando a mi lado las ideas que, desordenadas, se empeñan en escapar de mi cerebro, a pesar de mi ahora inutil voluntad de no pensar en nada.
Ahí llega, le veo venir flotando hacia mi, esa cadera que asoma apenas por el borde del vaquero de Hugo, el resquicio epidérmico mas sugerente, el que me enseñó el deleite, el disfrute, la ausencia de culpa, y el desapego cruel, para no volverme loca....y los zapatos de firma de mi hermana, picoteados sin piedad por mis gallinas, y el dedo sarmentoso del profesor de filosofía, que me señala, me señala siempre, recordándome, sin el saberlo, mi propia ignorancia, obligándome, sin él saberlo, a la voracidad de los libros, de los poemas, al loco afán que de pronto me hace buscar la clave de los que nos pasa, sabiéndo que se nos ha pasado sin querer, sin poder acordarnos en qué página de qué libro estaba.
Me despierto a ratos, recalentada por el desacostumbrado sol que pica contra mi jersey de lana, y continúo mi ensueño, flotando en el líquido amniotico que proporciona el silencio y la ausencia de testigos...y de pronto la corriente trae hasta mi lado la nostalgia..y Olaf...Olaf...Olaf...el entrañable, el inaccesible Olaf, mi amor imposible, mis ojos cálidos que nunca serán mios...mi enorme ausencia...el hueco que se acaba de abrir en el río
Lloro.... en el duermevela se me escapan algunas lágrimas, y el sol se ha ido dejándolo todo gris repentinamente, como un gesto malo en donde habíamos creido ver una sonrisa...y mis pinos se vuelven oscuros...y de pronto tengo mucho frio y entro en casa, gritando sin ruido, secándome aún la cara con las mangas del último coraje que me va quedando.