Es obvio la importancia que tiene el contexto. De él dependemos en muchos sentidos; por ejemplo, en cierto modo somos fruto del contexto en el que nos criamos. No hablaremos el mismo idioma criándonos en Nueva York que en Sevilla. ¿Pero hasta qué punto nos puede condicionar el contexto? ¿Cuál es el poder de una situación?
S. Milgram (1933-1984) llevó a cabo un experimento que comenzó en 1961 sobre la obediencia a la autoridad, aún cuando las órdenes dadas por dicha autoridad pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal. Todos los participantes fueron voluntarios, aunque creyendo que era un experimento sobre memoria y aprendizaje. Todos tenían entre 20 y 50 años y un nivel de estudios variado, desde la secundaria a doctorados.
El experimento consistía en lo siguiente: el experimentador le explicaba al voluntario que tenía que hacer de maestro y castigar al alumno (un cómplice del experimentador) con descargas eléctricas cada vez que fallara una pregunta. Hay que decir que el maestro creía que las descargas iban aumentado en intensidad aunque todo era simulado por el “alumno”, el cual gritaba, pedía que parara, decía estar enfermo del corazón, etc. Llegados a este momento, los maestros preguntaba cuál era la finalidad del experimento, querían parar o decían que no se hacían responsables de las consecuencias. Pero continuaban. Continuaban por la autoridad del experimentador.
Los resultados fueron sorprendentes. El equipo de Milgran, anteriormente al experimento, estimó cuáles podían ser los resultados realizando encuestas a estudiantes, adultos de clase media y psicólogos. Estos consideraron que el promedio de las descargas sería de 130 voltios y de forma unánime dijeron que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. El desconcierto fue al comprobar que el 65% de los “maestros” aplicó el voltaje máximo que era de 450 voltios.
Este es el sorprendente poder que puede tener una situación. Seguro que en otro contexto donde no hubiera existido una “autoridad”, los participantes habrían cedido en sus descargas. Pero realmente… ¿qué les impedía desobedecer?
Otro experimento es el de la Prisión de Stanford de 1971. De igual manera que en el experimento anterior los participantes eran voluntarios. De todos los que se presentaron fueron elegidos los más saludables y psicológicamente estables. Eran blancos, jóvenes, de clase media y estudiantes universitarios. Su rol era desempeñar el papel de guardia o de prisionero en una prisión ficticia. Estos roles se asignaron al azar.
Sin embargo, el experimento se fue pronto de las manos y se canceló en la primera semana. Los prisioneros sufrieron, e incluso aceptaron, un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias y al final muchos mostraban graves trastornos emocionales. Era común el llanto y el pensamiento desorganizado. El segundo día se produjo un motín y los guardias atacaron con extintores sin la supervisión del equipo investigador. Los recuentos de prisioneros se convirtieron en experiencias traumáticas donde los guardias atormentaban a los prisioneros y les imponían castigos físicos que incluían ejercicios forzados. También se abandonó la higiene, ir al baño era un privilegio, se obligó a prisioneros a limpiar retretes con las manos desnudas y como castigo se les negó a veces la comida y se les obligó a dormir e ir durante el día desnudos.
Sin duda, se observó que el sadismo de al menos un tercio de los guardias iba en aumento, sobre todo de noche cuando pensaban que las cámaras estaban apagadas. Incluso algunos se enfadaron cuando el experimento se canceló.
La conclusión del experimento fue que la situación provocó la conducta de los participantes y no sus personalidades individuales.
Así que, ¿de qué crees que serías capaz?
Laura Sánchez