De vuelta a casa

Por Dolega @blogdedolega

Camino del aeropuerto

Me mantengo alejada de la gente, en la sala para embarcar. Hay un grupo de españoles que han venido a intentar solucionar el timo que les ha metido un venezolano listo, que les vendió el piso en una feria inmobiliaria en Madrid y que se ha largado con su dinero a Venezuela.

El banco panameño ha embargado los pisos y ellos, que le pagaron la totalidad del piso al venezolano, no saben si tienen piso ó no. El primero que cobrará es el banco panameño. Ellos tienen una hipoteca con un banco en España. Así que están bastante alterados y echando sapos y culebras por la boca contra todos y contra todo, y se animan unos a otros a desahogarse.

Siempre me ha maravillado la facilidad con la que la gente suelta su dinero. Será que como yo nunca he tenido más que lo justo, no entiendo esa alegría para el riesgo.

Recuerdo cuando compramos nuestro primer piso en Madrid y yo me negaba en rotundo a comprar en plano. Quería ver y tener el producto adquirido al mismo tiempo. Me acusaban de que me saldría mucho más caro y siempre decía que no me importaba. Prefería tener la seguridad de lo que compraba. Y así ha sido siempre.

El tiempo me ha respetado demasiado, incluso me ha despedido con un impresionante arco iris camino del aeropuerto

Así que ahora llueve como si se fuera a acabar el mundo y me temo que se quedará así por algunos días.

Miro a través de los ventanales los aviones aparcados y de fondo me siguen llegando las voces alteradas de mis paisanos. No dejan títere con cabeza. El país es una mierda, sus habitantes son una mierda, los bancos son una mierda… echo de menos algún excremento para el que salió corriendo con un dinero fácil hacía tierras venezolanas, pero en fin…

Han sido unos días maravillosos que he disfrutado desde que despertaba hasta que me dormía con un calor extenuante y la consabida sorpresa por parte de todos, por mi manía de prescindir del aire acondicionado.

Me han mimado al extremo y yo los he dejado hacer, porque no es cuestión de perder la oportunidad de disfrutar. Han estado pendientes de mis más mínimos deseos ó necesidades, de lo que necesitaba ó me gustaba. Se han sacado el doctorado de “anfitriones” porque el título de hermanos, cuñadas, sobrinos, primos y amigos ya lo tenían.

Me voy con el corazón tranquilo y contento, porque dejo a personas felices. Dejo a jóvenes parejas con planes de futuro, dispuestos al esfuerzo y felices. Dejo a no tan jóvenes, serenos y felices esperando el retiro de manera sosegada y con planes de relax.

No sé si volveré pronto, tarde ó incluso nunca, pero la cantidad de cariño que me llevo en el corazón, es inmensa. Además he cargado el alma de clorofila y está verde, con ese verde tan especial de aquí.

Me despido de la humedad que molesta tanto a todo el mundo y que a mi piel, extremadamente seca, le da vida, del olor a tierra mojada, del susurro dulce del acento al hablar, de la música siempre a unos decibelios imposibles, del mar omnipresente, de tantas y tantas pequeñas cosas que había olvidado.

Dejo un país que a pesar de tener una historia bastante tranquila, ha sabido superar momentos realmente difíciles, que se ha demostrado a sí mismo, que es capaz de hacer lo que todo el mundo dudaba: administrar y gestionar el Canal, un país que en estos momentos afronta un desarrollo espectacular y que es lugar donde llegan todo tipo de personas a hacer fortuna. Y que a pesar de todo este desarrollo, sigue teniendo el mismo ritmo y la misma parsimonia, para desesperación de mis paisanos.

Simplemente no entienden algo que un canario de Las Palmas, criado cultivando papas, comprendió en cuanto llegó a estas tierras hace cincuenta años:

“El no trabajar duro en una tierra, donde sacudes el mantel y crecen los tomates en el jardín, te sientas debajo de un árbol y te cae a las manos la fruta, te metes en el mar y coges los peces y las langostas con la mano, no es vagancia. Es el privilegio de vivir en el paraíso” (Mi padre dixit)