En El Tiramilla queremos dar la bienvenida al verano con un debate intenso y caldeado en el que unos cuantos redactores charlamos sobre las adaptaciones de los clásicos de toda la vida. ¿Reescribirlos con un lenguaje actual?, ¿eliminar detalles políticamente incorrectos?, ¿cambiar las cubiertas por unas más modernas? ¿Qué nos parece a unos y otros todo esto? Disfrutad de esta batalla y animaos a participar en los comentarios.
Raquel. Yo no estoy muy a favor de las adaptaciones porque realmente luego no puedes decir que te hayas leído el libro entero, con sus partes buenas y sus partes aburridas (si las tuviera), porque te pierdes cosas de la historia original: frases, historias secundarias, situaciones, personajes… Lo mismo que cambiar situaciones o actos porque hoy en día se tenga que ser “políticamente” correctos.
Guillermo. Los clásicos ya están disponibles para todos, bien en librerías de viejo o bien en bibliotecas; y en cualquier caso es perfectamente factible reeditarlos tal cual en caso de que realmente no estuvieran ya en circulación en ninguna parte, que también puede pasar. La razón por la que se llevan a cabo estos cambios es sencilla: es más fácil (nada de palabrejas complicadas que hagan pensar demasiado) y ahorra problemas (a nadie le gusta que le prohíban libros en colegios o que mamaíta no compre tal o cual novela porque no le han lavado la boca). Esta es una estrategia para ganar dinero a costa de deformar clásicos de la literatura que son perfectamente buenos en su versión original. Nada más, y nada menos. ¿Por qué se tienen que suprimir pasajes políticamente incorrectos, si se puede saber? Pongamos el famoso tema del racismo en Torres de Malory: ¿acaso creéis que una niña que se lea las novelas originales se va a volver racista? Leyendo el material original, la niña quizá entienda cómo ha cambiado la percepción de las cosas en los últimos años. ¡Ofrecerle un sucedáneo descafeinado y adaptado al lenguaje moderno es un completo disparate que anula totalmente el propósito de reeditar un clásico! ¿Quieres una versión moderna de Torres de Malory? Contrata a alguien que la escriba. Fama y prejuicio, por ejemplo, es una versión moderna de Orgullo y prejuicio, y tengo entendido que circulaba por ahí también una versión moderna de Caperucita roja. No hay nada de malo en eso; de hecho, hasta me gusta la idea. Por supuesto, las versiones modernas serán casi sin duda vastamente inferiores a los clásicos (es lo que tienen los clásicos, oye: que son clásicos por algo); pero la solución no es coger una gran obra de la literatura y reescribirla, reduciendo o al menos alterando su calidad en el proceso. La solución es escribir nuevas obras que se les asemejen, que lleven consigo parte de su esencia… claro que esto implica arriesgarse y apostar por un título que no se sabe si va a dar dinero. La crisis económica equivale a mayor riesgo para nuevas ideas, lo cual equivale a su vez en la proliferación de productos tipo “apuesta segura”: reediciones, autores reconocidos, fórmulas probadas, títulos que venden por sí solos. Por supuesto, la edición es un negocio: pero para eso ya se producen todas esas noveluchas exploitation de modas y cosas así, ¿no? Modificar clásicos es algo vil y despreciable, y no es un modelo de negocio que un empresario serio debería adoptar. Sólo admito una excepción, y es que la reedición se lleve a cabo con el visto bueno del autor original. Y, aun así, dicho autor deberá hacer frente al inevitable (y bien merecido) desprestigio que ello supone.
Alba. Comparto en parte tanto la visión amable de Raquel como la entusiasta de Guillermo. Sin embargo, también es importante apuntar que las adaptaciones tienen un sentido, y es acercar los clásicos a un público tan poco leído que todavía no está preparado para las obras originales. ¿Quién de vosotros habría soportado leerse de cabo a rabo El Quijote durante primaria o secundaria? En cambio, ¿verdad que fuisteis capaces de leer esas versiones finitas y con dibujos? Por mucho que fuerais niños muy listos, la densidad y complejidad de la novela de Cervantes es demasiado para los lectores más jovencitos. En el caso de la adaptación de Torres de Malory (que Molino ha publicado basándose en una reedición extranjera) no hablamos de un público lector tan joven ni de una obra tan complicada, de hecho en la reedición que se ha hecho las únicas novedades son unas ilustraciones más modernas y un lenguaje adaptado a los tiempos que corren; ¿por qué, entonces, se ha creído necesario adaptar esta serie de Enid Blyton? Aquí claudico: la edición original era perfectamente asequible para el joven lector, luego el sentido de esta nueva adaptación no es otro que hacer la serie mucho más atractiva a los ojos de los nuevos lectores (con dibujos más simpáticos y nada de expresiones que suenen a antiguo) y, como consecuencia, vender probablemente más libros de los que se venderían si la serie no se hubiera adaptado. El problema viene, como ha apuntado Guillermo, cuando se transforman detalles que “falsean” la obra original, cuando se adapta lo políticamente incorrecto a algo políticamente correcto (como el tema del racismo en Blyton, por ejemplo; comprensible, por otra parte, dado el contexto histórico-social en el que vivió la autora). Es en este punto cuando eso de adaptar los clásicos deja de parecer tan positivo, natural y necesario. Los niños no son tontos, saben lo que leen y saben que lo que leen está bien o está mal; si les damos todo masticado y hecho puré no sólo estaremos anulando la parte reflexiva que conllevan algunas lecturas, sino que estaremos creando niños lectores tan ingenuos que parecerán tontos.
Raquel. Creo que todos tenemos clara la importancia que tiene la lectura en el desarrollo de las personas, pero para eso tenemos que crear hábito de lectura, y eso no se puede hacer de golpe a los catorce años con obras como La Divina Comedia, Los Miserables, Crimen y Castigo o el propio Don Quijote, cuando a esas edades ni siquiera se leen las instrucciones de los videojuegos. Si los profesores de primaria y secundaria leyeran libros infantiles y juveniles, y buscaran títulos interesantes que estimularan la lectura, después sería muchísimo más fácil que cuando se llegaran a los catorce años no fuera nada raro que se leyera a García Márquez, Dostoievsky, Víctor Hugo, Homero, etc. Así no serían necesarias las adaptaciones, que a mi parecer lo único que hacen es hacerles gastar más dinero a los padres, que incluso pueden tener ya los libros en casa. Pero no solamente estamos tratando el cambio de los libros por dentro, sino también el cambio de las portadas. Por ejemplo, no entiendo a cuenta de qué se han reeditado las Crónicas Vampíricas de Anne Rice o las Cumbres borrascosas de Emily Brontë, entre otras, con portadas al estilo Crepúsculo, cuando no tienen absolutamente nada que ver. Lo único que intentan es captar lectores, lectores que seguramente abandonarán su lectura cuando se decepcionen esperando otra cosa.
Cristina. Yo estoy de acuerdo con Alba: estamos hablando de niños y jóvenes, no podemos pretender que capten todos los matices de una obra clásica. Siempre nos quejamos de que las lecturas obligatorias no deben ser clásicos; entonces, ¿no es un poco contradictorio no querer que estos se adapten a una versión más asequible? Por ejemplo, Oliver Twist tiene más de quinientas páginas, pero en sus ediciones infantiles no llega a las doscientas y además incluye ilustraciones: mucho más atractivo para los peques. Con respecto a lo que comenta Guillermo, adaptar un clásico también es un ejercicio de reescritura, ya que el trabajo que debe realizar el traductor va más allá de cortar y pegar: hacer más asequible el lenguaje, procurar que la historia se siga bien a pesar de las escenas omitidas, reescribir en castellano moderno, etc. El libro resultante no pretende igualar al original, sino ofrecer una versión adecuada para un público concreto. Estas versiones pueden convivir perfectamente con las que simplemente se inspiran en clásicos, como pueden ser Rojo feroz (Caperucita Roja), Cinder (La Cenicienta) o Tres deseos (Aladdín). Finalmente, discrepo con el último apunte de Raquel: si con una cubierta se consigue que los jóvenes se sientan más atraídos por una determinada novela, me parece estupendo que la utilicen. Ni las antiguas van a desaparecer (Torres de Malory está en las librerías en ambas versiones -lo dijo Molino en su Facebook-), ni las nuevas van a hacer ningún daño. En lugar de aferrarnos a lo que siempre conocimos nosotros, tenemos que pensar en el mundo actual y las necesidades de sus lectores; tengo la sensación de que la negativa hacia estas cubiertas se debe más a nuestro propio rechazo de la moda que las ha causado que a que realmente no aporten nada bueno. ¿Qué nos gustaba más a nosotros: una edición de Alicia en el País de las maravillas moderna y bonita a la vista, o una gastada y anticuada de nuestros padres? Pues es exactamente lo mismo.
Raquel. No dudo que se sientan atraídos por las novelas gracias a esas nuevas portadas, o por la coletilla incluida en algunos clásicos tipo “Los libros preferidos de Bella y Edward”, pero estas portadas les lleva a llegar a los clásicos con una idea preconcebida que no representa la historia que se van a encontrar entre las páginas del libro, y en consecuencia puede ocurrir que el libro quede a medias porque no se parece en nada a lo que parecía que iba a contener (otro Crepúsculo)… y que crean que les han “vendido” lo que no es.
Alba. A mí también me revienta que las modas se lleven todo por delante y arruinen la originalidad, y en este caso adaptar las portadas de algunos clásicos al estilo Crepúsculo fue un tanto chocante y repetitivo. Sin embargo, como apunta Cristina, seguramente esa estrategia haya logrado que muchos jóvenes se acerquen a obras a las que, en otras circunstancias, ni se habrían molestado en echar un ojo. Por otra parte, no estoy de acuerdo con eso que dice Raquel de que algunos lectores puedan sentirse engañados por esa técnica. Si un lector escoge su nueva lectura guiándose sólo por lo atractiva que pueda parecerle su cubierta, sin importarle su historia, autor, etc., allá él, ya escarmentará.
Guillermo. Las portadas no importan. Lo que importa es que se reescriba hasta el punto de que haya lo que no hay. ¿Que han reducido Oliver Twist de 500 páginas a 200? Pues lo siento, pero eso ya no es Oliver Twist ni es nada. Me acuerdo de cómo empezaba la nefasta versión para niños de El Quijote: “Había una vez un señor viejo y loco que se creía un caballero andante”. Es que habla por sí solo, hombre. Vamos a ver, chicos y chicas: hay gran cantidad de clásicos que no deberían leerlos los niños. Ni El Quijote, ni Twist, ni Moby Dick, ni nada de eso. Son libros para adultos o como mucho para adolescentes. ¿Por qué hay que hacer versiones para niños de libros que no son para niños? Ya puestos, propongo que se adapten las Jornadas de Sodoma, American Psycho o las novelas de Raymond Chandler o William Faulkner. Y también a Borges y a Cela y a Saramago y a Márquez, ¿por qué no? ¡Los niños también tienen derecho a leerlas! Lo voy a decir muy claro: los niños leerán libros para niños hasta que se hagan lo bastante mayores como para leer libros para adultos. Que no pasa nada porque esperen un poco, hombre. ¿Que por qué me enfado tanto? Porque, como ya he dicho antes, esto se hace por dinero. Insisto, no pasaría nada por cambiar la portada, porque éstas son efímeras, pero el contenido del libro, o la traducción original del mismo (que no deja de reflejar la época en la que se escribió, por cierto)… por favor, que no la toquen a menos que haya que corregir errores.
Alba. Tengo que meter la puntilla en varias cosas que ha dicho Guillermo. Primero, en ninguna de estas adaptaciones se dice que lo que se ofrece sea la obra original, luego aquí no hay ni trampa ni cartón. Simplemente se están adaptando los clásicos para volverlos accesibles a un público que tardará años en poder disfrutarlos en condiciones. Luego no discuto que haya malas adaptaciones, pero es que esa es otra historia. Y segundo, yo doy gracias por que cuando era niña existieran adaptaciones de clásicos como Oliver Twist e incluso cuentos como Caperucita Roja (que en realidad no es tan light como en la versión que nos leían nuestros padres de pequeños, sino mucho más sangriento y sexual), porque permitieron que empezara a alimentarme de culturilla general desde bien pronto. En cuanto a que por esa regla de tres deberían adaptarse densidades como el Ulises de Joyce, por ejemplo… me parece que es querer rizar el rizo demasiado y desvirtuar el sentido de todo esto. Seguro que podrían adaptarse (si no existen ya) obras de Cortázar, Borges, Homero y otros, pero ante todo siempre habrá que tener muy clara la esencia de esta “estrategia”. No se trata de que los jóvenes sean tontos y por eso se les dé de comer clásicos adaptados, se trata de que los jóvenes lectores necesitan una maduración lectora para llegar a comprender la profundidad de los clásicos (lo apuntaba Cristina hace unas líneas), y por tanto necesitan una educación literaria. Una educación que será posible gracias a libros adecuados para su edad y, por qué no, grandes libros adaptados para poder ser disfrutados de principio a fin. Además, la clave está en la elección final: que se adapten los clásicos no es ningún crimen, pero si alguien lo considera inadecuado sólo tiene que elegir no comprarlos, no leérselos a sus hijos o no prescribirlos en las escuelas.