Esta vez en El Tiramilla ponemos a debate el tema de las descargas ilegales. Dos de nuestros redactores, Guillermo G. Lapresa y Cristina Anguita, analizan la situación y discuten formas de llegar a un acuerdo, partiendo de que ambos coinciden en que tanto el escritor como el resto de profesionales del libro deberían cobrar por su trabajo y los lectores deberían poder hacerse con las obras que ellos quisieran de manera rápida y cómoda y a un precio razonable.
Para empezar, Guillermo apunta lo siguiente: “El hecho de que una persona no se pueda bajar gratis un libro no quiere decir que se lo vaya a comprar, lo cual pone en entredicho el supuesto daño que las descargas infligen a las editoriales.
Pero Cristina añade: “Tal vez una película se descarga por entretenimiento, pero la lectura requiere más tiempo y concentración, y no creo que nadie busque una historia si sabe de antemano que no vale la pena. Todos los libros editados se tienen que pagar; el número de ventas y los comentarios de los lectores ya se encargarán de mostrar cuáles han funcionado y cuáles no. Por hacer otra comparación, imaginemos una colección de ropa: algunos diseños tienen mucha demanda y otros no, pero no por ello los regalan (como mucho los ponen a precio de saldo). Se vendan o no, todos han dado trabajo y eso debe remunerarse.”
Cristina quiere fijarse en los que piensan Si hay una alternativa gratuita, ¿para qué gastar el dinero? “Me parecería justo que la piratería se persiguiera para evitar esto”, dice.
Por su parte, Guillermo ve inútil luchar contra la piratería “a menos que se desmantele Internet tal como lo conocemos”, algo bastante improbable, puesto que estamos ante un enemigo que muere y vuelve a nacer constantemente, y propone jugar de forma inteligente en su terreno:
Cristina subraya esto último y hace hincapié en la necesidad de “reducir el coste de las ediciones digitales”, pero señala que con la literatura siempre existirá un problema: “la posibilidad de escanear el libro físico y difundirlo por la red”. Un trabajo “de chinos”, opina Guillermo, “que sólo merece la pena cuando hablamos de best-sellers, y estos no se ven afectados”, a lo que Cristina responde: “he visto actividades ilegales que llevan mucho más trabajo que el escaneo, como traducciones de libros que no se han publicado en castellano realizadas por aficionados”. Gracias a la red, afirma, “es más fácil sentir interés por títulos poco conocidos”. Y pone como ejemplo el caso de un portal de reciente creación (me abstengo de dar el nombre) en el que encontramos numerosas transcripciones de libros juveniles que están muy lejos de convertirse en best-sellers.
Sin embargo, Guillermo sí quiere insistir en la categoría del producto, porque ahí considera que reside la clave: “¿cuáles son las obras más afectadas por la caída de las ventas?”, se pregunta.
“Es cierto que en los últimos años hemos observado que se edita un número de libros nada despreciable con errores y encuadernaciones de baja calidad”, confirma Cristina. “Si las descargas ilegales aumentan y los beneficios disminuyen, con el tiempo la calidad de la literatura también bajará, y creo que esto no nos gustaría a ninguno”, dice. Pero sí quiere puntualizar que “los autores de éxito también han tenido sus inicios y han conseguido estar donde están tras mucho esfuerzo. Si de un día para otro te bajaran el sueldo porque sí, aunque tú trabajaras igual, ¿cómo te sentaría? Eso es lo que les ocurre a los escritores de éxito, que pierden una parte de lo que ganarían en condiciones normales por culpa de la piratería, como cuenta Lorenzo Silva en su blog.
Eso sí, Guillermo quiere dejar claro que “la gente se gasta dinero si percibe que el producto es bueno”, y en eso, asegura, las opiniones de terceros son determinantes. Algo con lo que Cristina tampoco termina de estar de acuerdo: “todavía hay muchas personas que compran a ciegas, ya sea porque se trata de su autor favorito, porque les ha llamado la atención la sinopsis, porque han leído una entrevista al escritor y les ha parecido interesante, etc.”
Y esto lleva a plantearse a nuestros dos redactores si se debe pagar por todos los libros, incluso los de las bibliotecas. Cristina Anguita rápido concluye lo siguiente:
“El auge de las descargas en Internet ha hecho un daño que pocas personas pueden apreciar”, se lamenta Guillermo. “Ha creado la ilusión colectiva de que el entretenimiento carece de valor”.
“Por desgracia, lo que la gente no valora es el arte, porque por el entretenimiento sí que paga: discotecas, partidos de fútbol…”, comenta Cristina.
Pero Cristina reconoce que, “incluso con la crisis, cada vez hay más editoriales independientes (y cada vez habrá más únicamente digitales) y resulta menos costoso lanzar una campaña de promoción en la red que por las vías tradicionales. Quizá no tienen el alcance de Planeta, pero tiempo al tiempo: los jóvenes que hoy no se separan de Internet y prestan atención a las propuestas alternativas serán los adultos que mañana formarán el público potencial del negocio editorial”.
Lo que es evidente es que la situación es delicada y requiere más ingenio que fuerza bruta por parte del profesional, y para que el lector respete sus normas éstas han de ser justas y oportunas. ¿Qué nos deparará el futuro? Sea lo que sea, será producto de lo que hagamos ahora.
Espero que como mínimo este debate haya servido para aportar un poco de luz al tema y que nuestros lectores lo compartan y comenten.