🔔 Terapia Gestalt Online en tiempos del Covid-19
Ante el riesgo aun persistente, y hasta que se controle la pandemia he optado por mantener las sesiones online como una alternativa a los encuentros presenciales, una modalidad no necesariamente peor y en beneficio de todos.
La experiencia nos enseña que nada es para siempre, que el bienestar es tan efímero como rápido el cambio de timón que puede mandar al traste nuestros sueños. Cuando algo sale mal, cuando alguien nos traiciona, cuando la salud nos abandona, cuando no podemos ejercer control sobre las circunstancias que nos abruman, solo nos queda aceptar la realidad si queremos sobrevivir al infortunio.
Aprender a convivir con la pandemia
La pandemia provocada por el virus del COVID-19 ha supuesto un desequilibrio que ha cambiado las vidas de prácticamente toda la humanidad, individual y globalmente tanto en la salud como en lo social, lo económico y lo político. Es algo a lo que la humanidad deberá acostumbrarse dada la altísima probabilidad de que el coronavirus haya llegado a nuestras vidas con la intención de quedarse por mucho tiempo.
Abordo la escritura de este artículo desde mi experiencia personal cuando a mediados de marzo de 2020 quedé confinada en mi domicilio sin saber cuanto duraría la experiencia en la que me embarcaba el destino. Una de las consecuencias, casi año y medio después de que la pandemia tomara el timón de mi vida, ha sido abandonar la consulta presencial que como terapeuta Gestalt mantenía desde hace ya unos cuantos años, y atender a mis pacientes a través de consultas online.
Nunca habría imaginado que llegaría un día en que la virtualidad fuera una parte importante de mi actividad profesional, como tampoco nadie habría sospechado en un pasado reciente que las mascarillas se convertirían en un elemento esencial en nuestras vidas.
¿Vamos a tener que convivir con la pandemia durante mucho tiempo?
Tras el impacto inicial de un suceso inesperado y no deseado, el afrontamiento es el primer recurso que nos ayuda a recibir el primer golpe, mientras que en una segunda fase será la resiliencia quien mejor nos predisponga para sobreponernos a la adversidad y convivir con ella el tiempo que sea necesario, sin sucumbir en el intento y hasta saliendo fortalecidos de la experiencia.
La resiliencia no logrará que no sintamos dolor. Tampoco que dejen de preocuparnos las dificultades provocadas por la adversidad. Pero sí aportará un enfoque realista de lo que está sucediendo, nos inspirará confianza y nos hará ser resistentes para que el golpe no nos desestabilice cuando nos enfrentemos a él, lo aceptemos, e incluso lo utilicemos para mejorar nuestra calidad de vida aun en la desventura. Aceptar un problema es la mejor manera de mantener firme el nexo con la realidad, pues si la ignoramos, nos golpeará con más fuerza cuando intentemos volver a ella.
Son mayoría los científicos convencidos de que el coronavirus se convertirá en un problema endémico que circulará por el planeta durante un tiempo aun desconocido. Esto no supone ninguna novedad, pues los virus de la gripe y los coronavirus responsables de los resfriados comunes son endémicos y hemos aprendido a convivir con ellos. Sin embargo, el problema es que el virus causante del Covid-19 es muy inestable y está mutando de un modo preocupante. Es un gran alivio disponer de vacunas eficaces, pero hasta ahora (escribo este artículo en julio de 2021) sólo el 15% de la población mundial está completamente vacunada, con el agravante de que en los países más pobres el tercer es insignificante el porcentaje de población inmunizada ( en el continente africano apenas rebasa el uno por ciento).
Se impone asumir que vamos a convivir con la pandemia durante mucho tiempo. Desde el minuto cero se han ido instaurando cambios que están repercutiendo en nuestra forma de pensar y nuestro modo de relacionarnos, es una nueva normalidad que en muchos aspectos podría instalarse permanente en nuestras rutinas futuras.
Hasta que la vacunación sea mayoritaria y mientras las medidas restrictivas contengan las nuevas olas, la cotidianidad de la humanidad quedará definida por la lucha contra la pandemia. La evolución de la pandemia está sometida a altibajos y fluctuaciones en función del relajamiento de la población cuando las cifras de incidencia bajan en una zona, o también cuando las medidas restrictivas se suavizan debido a las presiones políticas y/o económicas.
Una realidad que no deberíamos olvidar es que, mientras el virus exista en cualquier rincón recóndito del mundo, el peligro de nuevos brotes de la pandemia seguirá existiendo.
Nuevos hábitos impuestos por la pandemia
La pandemia y sus consecuencias van a estar presentes hasta que se alcance un porcentaje de inmunidad colectiva suficiente. Estamos inmersos en una nueva normalidad que intenta conciliar nuevas formas de convivencia con las medidas necesarias para la prevención los contagios, y hacerlo de tal modo que el mundo no se pare en el intento de luchar contra el Covid-19.
Esta nueva normalidad está trayendo una serie de cambios, muchos de los cuales se instalarán permanentemente en nuestro comportamiento en los próximos años. Muchos usos y actitudes han dejado de ser como antes, y adaptarse a esta nueva y traumática situación conlleva un riesgo de problemas psicológicos relacionados con la ansiedad, el estrés, la inseguridad y en suma el miedo.
La mayoría de seres humanos de todas las demarcaciones y condiciones del planeta se sienten incómodos ante la imposición de unos cambios que desdibujan los referentes que antes definían sus zonas de confort. De pronto esquivamos a la gente por las calles, huimos del contacto físico, evitamos los espacios comunes, y ciertas actividades hasta ahora normales cono dar la mano, abrazar o besar, las consideramos peligros potenciales. Como consecuencia, nuestro cerebro protesta y se resiste a considerar normal eso que tantos se empeñan en llamar nueva normalidad y que no es más que una nueva realidad.
Si bien nuestra rutina era ya estresante antes de la pandemia, la irrupción del coronavirus ha empeorado la situación al imponernos nuevos hábitos (escolarización virtual desde casa, teletrabajo, difícil socialización, casi nulo acceso a actividades de esparcimiento en los momentos de mayor número de contagios, imposibilidad de viajar con seguridad, pérdida de puestos de trabajo, crisis económica...) a los que hay que sumar las situaciones vividas de aislamiento, soledad, miedo a enfermar y también las secuelas físicas y psicológicas de haber contraído el Covid-19, o el dolor por la pérdida de seres queridos.
En los estudios realizados tras los relativamente recientes brotes del SRAG, Gripe porcina y Ébola, se detectaron unos elevadísimos niveles de ansiedad y depresión en las sociedades que sufrieron estas epidemias. Es significativo un estudio llevado a cabo con supervivientes de Sarajevo que puso en evidencia un especial sentido de percepción espacial para evadir balas o bombas que quedó instalado en su respuesta instintiva por el resto de sus vidas. De estas experiencias podemos concluir que una vez la pandemia del coronavirus esté bajo control, es probable que rehuir a los extraños, evitar los grupos numerosos de personas, no recurrir a trasportes públicos si no es estrictamente necesario, lavarse las manos con frecuencia o llevar mascarilla en determinadas circunstancias, sean la respuesta durante años al miedo latente a sufrir un contagio.
¿Qué podemos hacer para evitar las secuelas de la pandemia en nuestra estabilidad emocional y nuestro modo de socializar?
No es mi intención dar un listado de recomendaciones, entre otras cosas porque ni soy quien para hacerlo ni este mi objetivo al escribir este artículo. Más bien quisiera compartir con el lector unas reflexiones personales con el deseo de que puedan servirle para elaborar las suyas propias.
Comenzaré apuntando que, para adaptarnos a la nueva normalidad impuesta por la pandemia, es crucial atender a nuestras emociones, reconocerlas y abordar de frente el problema sin huir de él ni ignorarlo. El ser humano tiene una inmensa capacidad de adaptación cuando se ve expuesto a una situación límite. Esta elasticidad para amoldarse al infortunio y regresar después a la forma inicial, lo que Boris Cyrulnik divulgó al crear el concepto de la resiliencia, extraído a partir de los escritos de John Bowlby. En un intento de simplificar al máximo, podemos considerar la resiliencia como la capacidad que permite a ciertas personas anticiparse a las adversidades, sobreponerse a los más momentos críticos y adaptarse.
Una actitud resiliente permite identificar los problemas y sus causas, y también controlar las emociones y los impulsos en situaciones de crisis. Esta disposición se basa en un optimismo realista capaz de pensar que las cosas pueden ir bien en lugar de cerrarse en una anticipación negativa. Pero que nadie se lleve a engaño, pues aceptar la posibilidad de una visión positiva del futuro no tiene nada que ver con las fantasías ni con un distanciamiento de la realidad. En la resiliencia no se pierde la noción de lo real y aceptar que algo puede ir bien no significa negar la posibilidad de que también pueda ir mal.
Activar los mecanismos de resiliencia para encontrar un sentido a la vida a través (o a pesar) del sufrimiento, puede ser un buen modo de afrontar la nueva realidad en la que estamos inmersos. Es importante reflexionar objetiva, realista y racionalmente, qué parte de la realidad es imposible cambiar y que parte sí que está en nuestras manos modificarla. También es importante plantearse metas que nos incentiven a actuar y a comprometernos, pero siendo realistas al programar un futuro que no dependerá exclusivamente de nuestra actuación ni de nuestra capacidad de compromiso sino de factores externos ajenos a nuestro control. En estos casos, replantearse las metas no se debe interpretar como un fracaso o una renuncia sino como una aceptación de la realidad que no está en nuestras manos modificar.
Sería bueno cambiar ciertas creencias arraigadas en nuestro acervo sociocultural, y rectificar la convicción de que tras una experiencia traumática sólo puede haber dolor. Del mismo modo, hay que contemplar y aceptar la posibilidad de que de estas experiencias puedan extraerse aprendizajes.
Me gustaría finalizar con una frase de Víctor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco (1905-1997)
Clotilde Sarrió - Terapia Gestalt Valencia"Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos"
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