Hace años leí Un artista del mundo flotante (1986) y tuve una sensación parecida a la de ahora con el filme: al hilo de un relato aparentemente lejano y extraño se dejan caer o entrever determinados temas trascedentales, de esos que se supone que deben hacerte reflexionar. De lo poco que pude leer antes de entrar en la sala ningún texto dejaba de mencionar el maravilloso tratamiento que de todas estas cosas hacía el guionista (Alex Garland, también escritor y amigo personal de Ishiguro), su destreza a la hora de captar sentimientos enfrentados a situaciones límite. Aunque a mí me parece que le ha preocupado más obtener la aprobación del autor (quien por cierto también colabora en la producción) respecto a la fidelidad de la adaptación que el resultado final. Debo estar muerto por dentro, porque lo único que saqué en claro fue una sucesión de momentos pretendidamente intensos que expresaban mucho más de lo que significaban. Quizá soy incapaz de descender hasta los niveles de introspección que requieren los relatos de Ishiguro, pero desde luego no tuve la sensación de que había algo que se me escapaba, más bien al contrario: un suplemento de información que convirtiera las imágenes en algo más que un vehículo expresivo de sensaciones individuales parcialmente enunciadas; o por lo menos una estructura narrativa que dé forma a un relato que apenas se insinúa.
Lo he dicho en otras ocasiones y no me cansaré de repetirlo: la narración cinematográfica posee una limitación para la abstracción que dificulta la composición de determinados relatos que reuqieren algo más que una mera exposición de situaciones. En el cine hay que ser capaz de, mediante escenas concretas, saber llevar al espectador hacia ideas y sentimientos universales que es imposible mostrar en imágenes sin recurrir a simbolismos arriesgados o extraños giros formales. No es una labor imposible, puesto que hay cineastas que han saltado sin red y les ha salido bien (Wenders, Fellini), a otros no tan bien (Pasolini, Erice); pero lo que es seguro es que sin abandonar el estilo más clásico de narración, sin introducir ningún elemento de intriga más allá de los sentimientos, sin explotar las evidentes bondades del original literario, está claro que no se consigue que quienes no han leído el libro se interesen por el drama oculto y desaprovechado que atenaza al triángulo protagonista.