Rahim Soltani cumple condena por una deuda que no pudo pagar a su avalista. Durante un permiso intenta saldarla presentándose ante los suyos, los funcionarios de prisiones y su denunciante como un honrado ciudadano que encuentra por casualidad unas monedas de oro y, en lugar de aprovecharlas en su propio beneficio, intenta localizar a su dueña; un auténtico Caballero sin espada (1939) en plena sociedad de las redes cínico-sociales. Pero lo cierto es que ha llovido bastante desde los tiempos de James Stewart, y los discursos morales requieren hoy algo menos de ingenuidad y bastante más de complejidad y matices. Por eso, con un estilo en ocasiones cercano a Héroe por accidente (1992), asistimos a la puesta en marcha de la maquinaria mediática de la solidaridad interesada, de la representación de la generosidad egoísta. La película despliega un enredo argumental con inevitables motivaciones y elementos locales, pero con dosis equivalentes de sufrimiento, tristeza y miseria humanos, capaz de calar y conmover en cualquier parte del mundo.
Un héroe opta por un acercamiento distinto al de Yalda, la noche del perdón (2019) en lo que se refiere esa idea de justicia como restauración o reequilibrio, muy diferente del enfoque occidentalizado del reality televisivo y al que no le importa exponer a personas vulnerables al juicio sumarísimo de una audiencia que busca antes que nada entretenimiento y emocionarse sin moverse del sofá. Por su parte, Farhadi, prefiere desarrollar una trama que se va complicando inesperadamente a partir de un suceso inicial algunos de cuyos detalles el director nos escamotea deliberadamente, lo que provoca el efecto esperado en la audiencia: tensión ante actitudes, diálogos y acontecimientos en los que hay algo que se nos escapa. Así, a ambos lados de la pantalla, nos encontramos sin comprender del todo qué es lo que sucede y por qué. Por el camino, unos y otras se retratan en sus virtudes y defectos. La idea fuerza que cala es la misma que ya veíamos en Nader y Simin, una separación (2011), El pasado (2013) o El viajante (2016): no podemos tener certezas acerca de las verdaderas intenciones de las personas, tan sólo momentos en los que las circunstancias se nos imponen y nos obligan a dar por bueno lo que en realidad no sabremos nunca. Y lo mismo se aplica a la hora de impartir justicia: sólo disponemos de criterios para calibrar su presencia, ausencia o grado de impureza.
Tras su periplo por Francia y España, Farhadi regresa a los ambientes de su Irán natal, a los entresijos de una sociedad que conoce a la perfección y de la que han salido sus mejores películas, como la ya lejana y anticipatoria Fireworks Wednesday (2006). Años después, Un héroe demuestra que su director no ha perdido el pulso creativo y que, a pesar de insistir una y otra vez en sus preferencias temáticas y de estilo --lo cual no es en absoluto un demérito. Woody Allen es otro ejemplo magistral--, sigue siendo capaz de ofrecernos guiones excelentemente rodados sin perder de vista la realidad, y mucho menos la humanidad.