Spotify fue diseñada para combatir la copia indiscriminada, y el éxito fulgurante hizo pensar a más de uno que el modelo de consumo de música podía trasladarse completamente a la nube, una posibilidad que hacía temblar y/o rasgarse las vestiduras a ejecutivos, tecnócratas y gurús del lado de la oferta. Sin embargo, la aceptación de la fórmula podía hacer pensar que un cambio era posible. Las otras alternativas (el modelo iTunes o una tarifa plana incluida en la conexión ADSL)
Sin embargo, para el usuario consumidor, la medida supone un enorme paso atrás: ¿Qué pasa cuando te has enganchado a una canción y la quieres escuchar a todas horas? ¿hay que esperar al mes siguiente para poder oírla? ¿No es la escucha en repetición la pauta de consumo musical más extendida y la que más negocio puede llegar a generar? La comodidad de disponer en cualquier parte de nuestras listas personalizadas, el salto de un tema a otro, la posibilidad de exhibir nuestros conocimientos a través de las redes sociales.... Todo eso va a quedar cuestionado porque el uso gratuito quedará reducido por decreto. Desde el lado de la demanda lo tenemos muy claro: regreso a iTunes, a nuestras librerías musicales en soportes magnéticos, a la copia privada. A algunos, todavía no dispuestos a pagar por una tarifa plana musical, esto les parece un regreso forzoso a la prehistoria. Yo no descarto pagar el peaje de la tarifa Premium: al final la pereza es lo que nos mueve y si ya tenemos hechas nuestras listas se hace duro volver al reproductor multimedia y a la gestión de archivos.