Las sociedades del exceso olvidaron hace tiempo la palabra ayuno, no así los que viven en los márgenes o fuera de los límites de lo admitido, de las fronteras internas y externas. Hoy ayunan los que no tienen suficiente para comer, o para vivir. Aquellos que tienen la suerte de tener la nevera llena no lo hacen, ¿deberían?
No voy a hablar de la privación temporal y voluntaria de alimento. Tema que por cierto contemplan absolutamente todas las tradiciones con diferentes justificaciones y formas pero una misma intención: depurar, limpiar, sanar, concienciar...
Me gustaría reflexionar sobre el ayuno de pensamientos y ruido de fondo. El ayuno de noticias, información y estímulos externos por una lado y el de preocupaciones, pensamiento circular, rumiaciones por otro. Pasamos un 95% de nuestro de tiempo de vida en modo sueño y en modo pensamiento circular, moviendo recursos e información enlatada que nuestro procesador mental rebobina, convina y vuelve a mover en forma de ideas, recuerdos y proyecciones de futuro. Este "régimen" mental tiende a la obsesión, a la hipertrofia de sus propias propuestas, al agobio y al cansancio. Engordamos mentalmente al consumir más contenidos externos y generar más contenidos internos de los que podemos procesar.
Pero, ¿es posible parar la mente? ¿podemos dejar de usar la mente de ese modo? Afortunadamente sí. Todos tenemos la experiencia de quedarnos asombrados contemplando un amanecer, una flor o la sonrisa de un niño. Todos nos hemos quedado absortos alguna vez mirando el mar, un paisaje o una obra de arte. Nuestros sentidos nos permiten recuperar el presente y volcar nuestra atención en lo que ese instante nos provea. Tenemos más cerca la opción al descanso mental de lo que pensamos.
Lo cierto es que nuestra sociedad no es muy expeditiva a la hora de permitirnos regresar al presente. Todo está diseñado para el despiste, para correr, para distraernos. Desgraciadamente al final este modo de vida tiene un coste muy alto. Desatender nuestras emociones y desconectarnos de nuestras necesidades nos sale caro. Olvidar la tranquila reflexión y el alimentar tiempos de silencio o actividades creativas nos priva de elementos fundamentales para nuestro equilibrio. La enfermedad de nuestro tiempo no es otra que esa pérdida de serenidad que padecen desde los niños hasta los ancianos, desde el parado al magnate. Un proceso que debilita el cuerpo, los sentimientos y la mente. Un óxido que cercena las vigas más anchas y apolilla estructuras, familias e individuos.
La verdadera crisis no es la que la propaganda no cesa de anunciar sino esta otra más sutil de permitir que nuestras vidas nos sean ajenas. La aventura de la humanidad no cesará hasta que todos sus miembros experimenten que han vuelto a casa y no hay otro hogar distinto del presente. Para esto no se requieren complicadas tecnologías ni argumentos. Mi propuesta de hoy es un poco de ayuno de ruido, regalarnos un paseo, una vueltita por un parque o por el campo, una ducha con plena conciencia o un desayuno tranquilo del que nos demos cuenta. Vivir un instante del día, darnos cuenta. Volver a casa es fácil, solo se requiere prestar un poco de atención.