Y es que el turismo es y supone riqueza pero las aglomeraciones que se preparan en esos pequeños pueblos mágicos y 100% turísticos no siempre son del agrado de todos los vecinos.
El turismo de masas rompe la normalidad de las gentes originarias que quieren vivir con normalidad y que difícilmente lo pueden conseguir por las aglomeraciones de turistas deseosos de sacar la mejor instantánea a las calles, al paisaje, a sus gentes.
Vivir en pueblos tan turísticos como Altea implica, asimilar las idas y venidas de multitud de gente extraña que incomoda y rompe la tranquilidad de las vidas tranquilas de sus habitantes. Es el precio del progreso.
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