Dejar a alguien a quien amas

Por Cristina Lago @CrisMalago

¿Romper una relación aun estando profundamente enamorado? Parece inconcebible, pero en ocasiones, se convierte en una decisión tan dolorosa como necesaria.

Dejar a alguien a quien amas es un acto que se vive como algo contra-natura. No parece una decisión racional, no es ordenada, no está en armonía con nuestra visión del mundo, no tiene sentido alguno. Si quieres a alguien, deseas estar a su lado ¿no?. Entonces ¿por qué sufres si estás haciendo lo que supuestamente deseas hacer?

La respuesta es sencilla: porque la felicidad no depende de la persona que tengas al lado, sino de la vida que vayas construyendo. Si esa vida no es la que deseas, si no va alineada con lo que buscas o con lo que te genera bienestar y alegría, ninguna pareja del mundo va a poder compensarte por ello. En este dilema, tienes que elegir si estás dispuesto a renunciar a una serie de cosas; y si esas renuncias afectan a lo que tú eres en esencia, a tu sentido vital, entonces esa relación no funcionará por mucho amor que se tenga.

Es lo que haces con el tiempo que te ha tocado lo que te encamina a ser feliz, no un ser humano concreto entre los millones que existe en este mundo.  Esta es la realidad para muchas personas que tarde o temprano descubren que al final, amar incondicionalmente sí que tenía condiciones.

Deberíamos empezar a cambiar eso de el amor todo lo puede, por el amor todo lo intenta.

Cuando tomas la decisión de dejar a alguien a quien amas, es porque por un momento has elevado la vista mucho más allá de la mera relación y has visto el tiempo finito de tu vida haciéndose más finito y agotándose minuto a minuto en la frustración y en la soledad, en el abandono afectivo y en el camino sin rumbo. Este es el impulso final que te lleva a hacer algo que a fin de cuentas, no sólo no es contra-natura, sino la acción más natural que pueda concebirse: elegirse a uno mismo.

Pero sólo quien ha vivido la agonía de tener que alejarse por propia voluntad de la persona de la que estaba enamorado, sabe que éste es un destino al que se llega tras un largo viaje de dudas, impotencia, desesperanza e interminables y tortuosas luchas internas.

Cuando se vive esta situación, se ha llegado a un punto de claridad mental en el que de alguna manera reconoces que ya no existe una relación: que tu lucha, que tu afán, que tu proyección mental sobre esa persona, sólo existen en tu cabeza. Ver la realidad y aceptarla es un proceso delicado y complejo, pero una vez has abierto la puerta a la verdad, ya sabes lo que hay que hacer y la única duda que queda simplemente se resume en el cuándo y el cómo.

Tomar esta resolución tiene muchas posibles causas y ninguna de ellas suele ser la famosa confusión o los celebérrimos agobios. Llegas hasta ahí porque sufres de la indiferencia de la otra persona, de su maltrato o simplemente, porque seguís caminos distintos e incompatibles.

Son rupturas llenas de ¿y si…?

¿Y si mi pareja cambiase…?

¿Y si hubiera esperando más tiempo…?

¿Y si hubiera actuado de otra manera…?

¿Y si perdí al amor de mi vida…?

Y la pregunta más importante de todas

¿Y qué va a pasar después?

Como toda experiencia vital, uno tiene dos opciones: o aprovecharla como aprendizaje y avanzar, o quedarse a vivir en el muro de las lamentaciones sentimentales, donde encontrará una nutrida compañía con la que departir sobre las injusticias del karma amoroso. Mal de muchos…

Si eres de los primeros, puedes tener la suerte de descubrir una peculiar experiencia emocional que rara vez se encuentra en otros ámbitos, una experiencia en la que de repente, alumbramos una parte de nosotros que hasta ahora no sospechábamos que existiese: una nueva voz interior que ya no nos castiga, ya no nos miente y ya no nos juzga. No, es algo muy diferente. Lo que acabamos de hacer, por primera vez en nuestra vida, es hacer la labor de padres de nosotros mismos. La clase de padre que te pone las pilas al mismo tiempo que te dice: puedes contar siempre conmigo.

A partir de hoy, alguien ahí dentro ha empezado a cuidar de nosotros.

En el segundo caso (el más común), ya sabemos lo que toca: conformarse durante años con una vida amorosa un tanto gris mientras se idealizar al pudo ser y no fue de turno.

Si estás determinado a escoger el primer camino, sé consciente de que tendrás que dejar dos veces: la primera, el día de la ruptura; y la segunda, el día en que decidas aceptar que esa etapa de tu vida queda cerrada. Ninguna de las dos despedidas serán fáciles. Sin embargo, la última de ellas te puede llevar a una búsqueda aún más importante que la del amor de tu vida: la de su sentido.

Uno no comprende plenamente el alcance de la libertad humana, hasta que aprende a dejar ir.

Algunas personas piensan que aferrarse a las cosas les hace más fuertes, pero a veces se necesita más fuerza para soltar que para retener. – Hermann Hesse