Ofrece Martín López Vega en la última entrada de su blog Yo, etc la versión completa de sus repuestas a sendos cuestionarios que «al salir en prensa quedaron reducidos de un modo que no siempre respetaba el sentido original.» A modo de invitación a leer la entrada completa, transcribo un par de fragmentos de la misma:
Alguna vez se ha dicho que hemos sido la primera generación que ha leído mucha poesía extranjera, pero no creo que eso sea cierto. En España, eso sí es verdad, se publica muchísima poesía traducida, sólo en Estados Unidos se publica más poesía traducida que aquí. Lo que ha ocurrido, pienso, es que hemos entendido –algunos- que no existe una tradición española, otra italiana, otra de Trás-os-Montes... Para mí son poetas muy importantes en mi formación Ángel González o José Ángel Valente, pero también José Emilio Pacheco o Rafael Cadenas (y en este interés por las otras literaturas en español probablemente sí hayamos sido más activos que nuestros mayores), y sobre todo, los que para mí son los autores fundamentales del segundo tramo del siglo pasado: Czesław Miłosz, Joseph Brodsky, Yehuda Amijai, y algunos pocos más como James Merrill, Mahmud Darwix o Henrik Nordbrandt. Los herederos, de algún modo, de Auden y de Stevens.
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Un problema grave de nuestra generación es la falta de discusión estética. Hay poetas muy distintos, pero hay mucha desgana por pensar. Muy pocos hemos escrito crítica. Y eso hace que quede en manos de poetas muy mayores que nosotros, como Luis Antonio de Villena, que acaba de publicar una antología muy despistada, con unos cuantos buenos poetas pero llena de poetas muy principiantes y de otros muchos muy malos. Lo gracioso es que él mismo se dedica a meterse con ellos en el prólogo, y no sólo con los malos. Hace unos años, en un encuentro que organizaron en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander Luis Muñoz y Ana Merino, estábamos muchos poetas de esta edad, y estaban también José Luis García Martín y Villena, que seguían siendo, paradójicamente, los críticos que más se habían ocupado de nosotros. Ocurrió algo catártico, quedó claro que no nos entendían, porque se perdían entre nuestros referentes, y la conclusión fue clara: si nos volvían a llamar para una antología nos negaríamos. García Martín se ha retirado discretamente y sólo rara vez escribe alguna reseña de un poeta joven si el libro le ha gustado mucho, pero no como algo habitual. Villena ha seguido, ha hecho esta antología en la que están muchos de los poetas que allí dijeron todo aquello, y algunos de ellos no sólo han aceptado estar en esa antología sino que de alguna manera han colaborado a elaborarla. Eso supone claudicar de todo espíritu crítico, abandonar aquellas ideas de Santander que resultaron muy estimulantes y, en defnitiva, dar por bueno que es mejor “estar” que “influir”, o sea, que es mejor influir sólo en estar uno mejor situado. Claro que para mí es fácil decirlo, nunca le he interesado nada a Villena, y como además escribí por ahí que es la Paris Hilton de la poesía española (por lo atento a las modas) pues creo que tampoco me tiene mucha simpatía. Uno de los poetas que están en su antología me dijo: “Te pasaste, sí, pero de generoso. Lo que es es la Norma Duval”. Uno, por cierto, que me confesó que nunca había leído la poesía de Villena, por más que le recomendé algunos libros suyos de hace un par de décadas que yo estimo mucho. Pero lo que le digo, uno puede pensar eso, pero lo que importa es estar.
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