Este sesgo cognitivo se puede contrastar realizando algunas pruebas sencillas. Si a alguien se le pregunta qué posibilidades tiene él de desarrollar un cáncer, por ejemplo, la mayoría tenderá a dar un porcentaje sensiblemente inferior al que da cuando se refiere al riesgo de los demás. Y aún más, si se le da la cifra real y se le vuelve a preguntar al cabo de un tiempo, su tendencia sigue siendo a minusvalorar sus posibilidades de desarrollar la enfermedad.
El equipo de Tali Sharot, del Instituto de Neurología de la escuela universitaria de Londres, estudia desde hace tiempo este fenómeno y realizan experimentos con la región del cerebro de la que sospechan que controla este sesgo. Se trata de la circunvolución frontal inferior del hemisferio izquierdo, una pequeña área del encéfalo que inhibe de alguna manera el efecto de las malas noticias.
Para comprobar si la tesis es correcta, el equipo de Sharot ha realizado un experimento, publicado esta semana en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), que consiste en desactivar esta región mediante estimulación magnética transcraneal y comprobar qué sucede. Su equipo aplicó esta técnica, que consigue inhibir una zona concreta del cerebro durante un lapso de tiempo, con 30 sujetos voluntarios, a los que se les pidió que estimaran las posibilidades de sufrir 40 "episodios vitales adversos", como desarrollar alzhéimer, tener un cáncer o ser víctimas de un robo.
La dinámica del experimento consistió en pedirles una estimación antes de la estimulación magnética, informarles de los datos reales de incidencia para una persona promedio de ese tipo de "desgracia" y volver a preguntarles por sus posibilidades durante la estimulación cerebral. A unos individuos se les estimuló la circunvolución frontal inferior del hemisferio derecho, a otros del izquierdo y al tercer grupo una zona de control, sin que los sujetos conocieran la parte estimulada.
Los resultados mostraron que en las personas que recibieron estimulación en la circunvolución frontal inferior izquierdo el sesgo de optimismo desaparecía momentáneamente, es decir, mostraron una mayor tendencia a incorporar las malas noticias a su percepción de la realidad. Los que recibieron estimulación en la región derecha, en cambio, se mostraron tan optimistas - y quizá un poco inconscientes- como siempre.
Lo que sugiere el estudio es que esta zona del cerebro juega un rol importante en evitar que las malas noticias o malas perspectivas alteren nuestros puntos de vista, pero sus autores inisiten en que el experimento no afirma que desactivar esta área mejore nuestro aprendizaje o la toma de decisiones.
¿Interesaría desactivar este sesgo hacia el optimismo?, se plantea la propia autora del estudio Tali Sharot en una interesante charla TED publicada hace unas semanas. Obviamente la naturaleza optimista nos ha ayudado a progresar como especie, pues un punto de osadía es imprescindible en cualquier innovación. Por otro lado, es de prever que un exceso de optimismo conduce a una extinción rápida de aquellos individuos que creen que podrán volar con un par de alas atadas a los brazos al lanzarse por un acantilado.
Según los psicólogos, esta tendencia a infravalorar los riesgos podría estar detrás de fenómenos como las burbujas inmobiliarias o la falta de previsión ante las catástrofes naturales, de modo que conocer esta limitación de nuestro cerebro puede resultar muy útil. La idea de Sharot es tratar de incorporar el conocimiento de este sesgo en la toma de decisiones de distintas instituciones. De hecho, explica, se ha tenido en cuenta a la hora de preparar los presupuestos de los Juegos Olímpicos de Londres y su equipo trabaja con equipos de bomberos, por ejemplo, para que aprendan que la situación puede ser siempre peor de lo que han calculado. A pesar de todo, con este tipo de sesgos sucede como con las ilusiones visuales, no basta que seamos conscientes del engaño para dejar de picar en él sucesivamente.
Referencia: Selectively altering belief formation in the human brain (PNAS)