El desarrollo de la gestión pública y sanitaria en particular peca de la falta de innovación.
Decía Marshall McLuhan que la alienación contemporánea es producto de efectuar el trabajo de hoy con las herramientas y los conceptos del ayer. En concordancia, podemos constatar que el mayor obstáculo para el desarrollo argentino está en sus instituciones anquilosadas y anacrónicas, ante el vacío de gobernanza y endeblez estratégica, que se reduce a la ecuación: ignorancia + impericia = ineptitud.
El desarrollo de la gestión pública y sanitaria en particular peca de la falta de innovación que acompañe la evolución social, poblacional y científica, entre otras.
Tomemos como ejemplo la aplicación de la Inteligencia Artificial (IA), que en nuestro país viene a la zaga, y que podría ser una herramienta de transformación superadora. “Lo que no se puede medir no se puede controlar; lo que no se puede controlar no se puede gestionar; lo que no se puede gestionar no se puede mejorar”, afirmaba Peter Drucker.
En efecto, ¿qué conocimiento tenemos de la evolución de la población, de la configuración social pospandémica, de las múltiples facetas de una pobreza estructural pero dinámica?
Recordemos que con la aplicación del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el propio gobierno mostró su desconcierto ante la magnitud de su alcance. Por no hablar de las variables sanitarias como población enferma y población vulnerable, como así también de los propios recursos del parque tecnológico, de la formación profesional, y demás aspectos que la ausencia de un Observatorio Nacional de Salud deja en la oscuridad.
Claro que, como casi toda nueva tecnología, la IA implica una oportunidad y un riesgo. El brillo de datos no debe ocultar aquello que efectivamente estamos buscando, como en el cuento del borracho que se aleja del lugar donde dejó caer sus llaves para buscarlas bajo el farol, porque allí hay más luz.
En el mejor de los casos, la IA como recurso racional en una planificación prospectiva nos puede brindar respuestas valiosas en la medida en que sepamos formular preguntas valiosas. En definitiva, la disponibilidad cuantitativa de la Big Data no puede suplir la calidad de la información y menos aún de la comprensión.
En Medicina, para empezar, se trata de no reducir al paciente a su cuerpo, su cuerpo a sus órganos y éstos al resultado de estudios puntuales. El médico debe tratar enfermos y no enfermedades, como se plantea desde el inicio de la disciplina, aunque muchas veces se olvida.
En la gestión pública, se trata de no confundir sociedad con comunidad, para retomar una distinción fundante de la Sociología.
La configuración social actual incrementa los niveles de despersonalización propios de la creciente división del trabajo y de la burocratización que para los clásicos de las ciencias sociales caracterizan a la sociedad moderna capitalista, y que alcanzan niveles inauditos con la actual digitalización.
Pero ello no quita que la humanidad siempre preserve el nivel de comunidad, es decir, de los lazos interpersonales de solidaridad afectiva, a nivel familiar, barrial, y, aunque resulte cada vez más difícil, pero por ello mismo más necesario, a nivel nacional.
Somos un agregado de datos personales que la Inteligencia Artificial puede, si la usamos bien, servirnos para extraer conocimiento útil. Pero también somos una comunidad, un enjambre de pasiones que tejen sus vidas y que constituyen una Nación, un proyecto de humanidad que en medio de la vorágine todavía puede soñar con hacerse un mañana mejor.
Que el bosque no nos tape los árboles.
Por: Ignacio Katz (Doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires)
Fuente: Clarín