Descargo de conciencia - Nagari Magazine
El llanto de una intelectual ante la tragedia que tuvo lugar frente a las costas de una pequeña isla italiana del Mediterráneo cercana a Malta el 3 de octubre de 2013. Así se podría resumir Lampedusa (2016), la muy breve novela de Maylis de Kerangal (Toulon, 1967).
El texto se abre con el tratamiento de la tragedia que se hace desde la perspectiva de los medios. La autora recibe inicialmente la información de los hechos a partir de lo que le llega de la radio (p. 8). De ahí pasa a rememorar una referencia a Lampedusa proveniente del mundo de la cultura: la película de Luchino Visconti El Gatopardo, que narra la historia de un decadente aristócrata, basada en la novela del mismo nombre, escrita por el también aristócrata Giuseppe Tomasi di Lampedusa. La narradora da una sinopsis de la novela (p. 25) y crea un paralelismo entre la familia del protagonista (Salina) y la familia del autor (Lampedusa). Se trata de la primera referencia de ese nombre en el recuerdo de la narradora, y la comparación Salina/Lampedusa es la que sustenta la primera parte del relato. A partir de ahí, siempre con el mismo encabezamiento al inicio de cada capítulo ("en ese punto de la noche"), se inicia otro relato que describe los hitos, los productos y los espacios que conforman la modernidad europea: "Pienso ahora en esos nombres propios que son topónimos, [...] en esas ciudades que se llaman Atenas o Lisboa a distintas latitudes, en esos personajes que se llaman Quijote o Gargantúa, Guermantes o Meaulnes" (p. 28). Se entra a partir de enton ces en un relato culturalista, con menciones a Chatwin (p. 33), a Estrómboli (p. 40), a Foucault (p. 47), que pretende transformar a la narradora en un ser nómada, huelga decir que por comparación con los emigrantes. A continuación, la voz que narra imagina la tragedia (p. 60).
Cabe decir que, pese a la voluntad universalista que trata de sustentar el relato, es un libro con una clara deuda con la modernidad porque se sabe producto de ella, como la emigración. Pero no se plantea preguntas. La narradora toma una pose performativa. Construye sus frases de manera muy hermosa para narrar su identificación con las víctimas de la tragedia: "Para escribir, pensé que había que captar ese canto que subsistía de un tiempo en que el libro no existía más que bajo su forma cantada y me dije que había llegado la hora de buscar a la mujer nómada" (p. 37). Pero no cae en la cuenta de que está frente a un escritorio bien equipado, protegida por los muros de su casa, y muy alejada del sufrimiento que envuelve a las personas con las que pretende identificarse, aunque su memoria pretenda negarlo. Se trata de alguien incapaz de diferenciar entre categorías tan alejadas como emigrante y extranjera, socialmente consideradas de una manera muy distinta, para sustentar su estereotipada condición de nómada. Escribe muy bien pero es incapaz de darse cuenta de que la emigración, los refugiados, las guerras, son producto de ese mismo sistema que ha permitido la producción cultural de autores como Lampedusa, o de personajes como el Quijote, que no es otra cosa sino la modernidad. La narradora en ningún momento va a la raíz del problema, ni se plantea las distintas categorías del emigrante, el refugiado y el extranjero que se construyen ya en el momento en que se funda el liberalismo, con él la democracia liberal y la noción de nación, y se incentiva la libre circulación de materias primas frente a la limitación de movimientos de las personas. Es algo que le extraña a este lector cuando observa que se menciona a Foucault para acabar citando a los grandes personajes de la historia de la cultura europea (p. 49), que tanto critica el filósofo francés en sus análisis y en su disección del poder. Por eso concluyo que se trata de un mero ejercicio de descargo poético para eliminar el cargo de conciencia, que no llega a plantearse nunca el verdadero grado de implicación que tenemos todos en el drama que está teniendo lugar en las aguas al sur de Europa.