César M. Estévez
¡ DESETIQUÉTALO !
A propósito de la etiqueta diagnóstica hago referencia en este texto a un caso significativo de mi vida profesional. Dejo claro de inicio, que mi intención es abrir una ventana a la reflexión de cuantos profesionales trabajan en el área de la Salud Mental.
En ocasiones observamos premura, inconsistencia, falta de rigor y en definitiva escasa profesionalidad en el acto cotidiano de etiquetar con un diagnóstico determinado un caso que llega hasta nosotros. Con menor frecuencia observo que alguien dé el paso de retirar una etiqueta erróneamente adjudicada a una persona, desconociéndose generalmente quién la adjudicó y porqué. Como mucho, se le añaden otras nuevas a la ya establecida. Certificando cada profesional su impresión diagnóstica del momento, pero sin despegar la etiqueta o etiquetas que cuelgan a modo de losa sobre la espalda del mal nominado en su momento y peor renominado después. Quizás existe cierto pudor en desdecir al colega, quizás la dinámica establecida deja poco espacio a detenerse en un análisis minucioso del caso en cuestión, quizás se oye sin escuchar, se ve sin observar y se etiqueta sin analizar lo mínimamente preceptivo. Es por esto, que te invito a acercarte a mi ventana y escuchar, observar y analizar con el tempo adecuado. Luego, que cada uno ponga o quite etiquetas como estime. Nosotros de momento hemos conseguido quitar alguna.
Érase una vez un jovencito llamado irónicamente Fortunato, por toparse nada más nacer con el infortunio. Pasó su primer mes de vida en una incubadora por su bajo peso, lejos del calor maternal. Al año de vida repitió alojamiento durante varios meses en el hospital por un problema respiratorio. Tras este episodio Fortunato, que era el menor de dos hermanos, perdió el contacto cercano de su hermana mayor a la que sus padres trasladaron a vivir con su abuela debido a las atenciones que la delicada salud de nuestro protagonista requerían. Con 3 añitos su Pediatra lo envió por 1ª vez a Salud Mental debido a su escaso desarrollo del habla, retraso en el crecimiento y lo que parecía una hipoacusia bilateral. Posteriormente, ya diagnosticado de Síndrome de Usher (Retinosis pigmentaria e hipoacusia bilateral) fue sometido a varios estudios Neurológicos descartando éstos otras anomalías. Hemos de reseñar que el entorno rural y el escaso nivel cultural y económico familiar de Fortunato fueron un hándicap importante en su desarrollo, dificultando en gran medida su verdadero potencial.
A los 11 años llegó como desafortunada inquilina la Risperidona a la vida de Fortunato, de la mano de unos denominados “trastornos conductuales” consistentes en: irritabilidad, actitud desafiante y rabietas frecuentes. Coincidiendo esto con su expulsión escolar durante una semana por levantar las faldas a las niñas y pelearse en el recreo. ¡Coño!, qué alivio siento de haber estudiado en otro colegio, porque he de decir y que me perdone el orientador escolar de turno, que yo mismo fui durante tres años seguidos campeón de levantar faldas y pelearme en el recreo de mi cole, título que en mi época daba prestigio al que lo ostentaba. Pero en fin, ya se sabe, las reformas escolares es lo que tienen, son siempre para progresar.
Con 12 añitos, las dificultades de su hipoacusia bilateral severa, su escasa estatura y sus gafas de culo de botella, a nadie se le ocurrió dirigir todos los esfuerzos hacia conseguir que aprendiera lenguaje de signos para sordos o conseguirle audífonos o centrar la atención en facilitarle el aprendizaje. Lo que ocurrió es que a nuestra amiga la Risperidona se le añadió su prima mayor la Tioridazina que debe ser muy buena, pero que no mejoró en nada la sordera de Fortunato y su dificultad para hacerse entender entre un mundo estridente de niños fornidos, risueños y con esa pizca de crueldad innata propia de la edad. Como colofón final se añade un diagnóstico a la historia que no se sabe bien de dónde viene, pero sí qué significa, se le etiqueta de RETRASO MENTAL.
Tras varios cambios de colegio a otros de “Educación Especial”, cambios que le vinieron "especialmente" mal, es decir que fueron desafortunados para Fortunato, a los 16 años y una vez más derivado como opción de urgencia y nada menos que judicial a Salud Mental, llegó a mi consulta un chico bajito con el gesto contrariado y unas llamativas gafas de pasta. El juez tras la intervención de la Guardia Civil en un altercado en el domicilio familiar ordenó su traslado a urgencias del hospital donde le administraron una ampolla de Zuclopentixol y lo derivaron a su USMC para seguimiento por su Psiquiatra. Previo paso, eso sí, por urgencias nuevamente para “desrobotizarlo” ya que el neuroléptico lo dejó como a Chiquilicuatre haciendo “Er cruzaito”. Pude observar sin mayor dificultad, un chico con ganas de hacerse entender, con unas perritas de rabia, impotencia e incomprensión. Desde luego que de primeras no le encontré por ningún lado ese retraso intelectual o mental al que aludía con luces de neón su etiqueta diagnóstica. Además, su versión de la situación que llevó a las fuerzas de orden público a intervenir en su domicilio fue más que lógica y se resume en lo siguiente: un jovencito con ganas de oír música en casa y una madre con la paciencia minada por las metástasis de un carcinoma. Ah sí, se me olvidaba, como a todos, el chaval no puede apenas oír y claro intenta sentir la música con las vibraciones a todo volumen de los altavoces.
Posteriormente fueron llegando Fluoxetina, Amisulpride, Olanzapina, Flufenazina, Alprazolam, Diacepam, Cloracepato Dipotásico y un sin fin de nuevos invitados a la vida de Fortunato, pero como decía mi abuela: “la mejoría era para peor”. He de decir que en los 20 años de mi ejercicio profesional quizás los momentos más duros en cuanto a la ética se refiere, los he vivido durante el tiempo en el que tuve que administrarle el neuroléptico depot a un chico que necesitaba un libro de instrucciones distinto al de la mayoría, pero que ni por asomo requería de tal tratamiento. Su cara de impotencia en la consulta y su petición reiterada de comprensión eran tan potentes, que sólo su nobleza y claudicación cada 14 días ante el sistema eran de mayor magnitud.
Tras varios años de pelea hemos conseguido cambiar la audición por la escucha, la visión por la observación y tras analizar concienzudamente el caso, Fortunato tiene la merecida fortuna de llevar prácticamente un año sin tratamiento psicofarmacológico alguno. La etiqueta de Retraso Mental se la arrancamos sin acritud, pero con firmeza. No tengo la menor duda de que tendrá dificultades en lo venidero, pero su porcentaje de responsabilidad es infinitamente menor en su desarrollo personal que el lastre que ha supuesto su desafortunado etiquetado desde el día que asomó a este mundo.
¡Fortunato! quiero que sepas que siempre estuve contigo, aunque a veces no lo pareciera. Al sistema se le vence con sistemática paciencia. Y ahora tú que me has leído ya me puedes etiquetar.
PD: El día que estupefacto contemplé a Fortunato contestando con la mayor naturalidad que he visto a nadie. Con su propio móvil a una llamada de su novieta en el momento en el que acababa de recibir una ampolla de Zuclopentixol Acufase más una ampolla de Zuclopentixol depot más una de Biperideno y explicarle cómo se sentía a su manera y con su lenguaje, entendí definitivamente que ganaría su guerra.No está mal para un enano sordomudo retrasado, ¿No?.
N. Florido Medina.Enfermero Especialista en Salud Mental. USMC Icod.