Despertar el poeta que duerme dentro de cada uno de nosotros

Por Camilayelarte @camilayelarte
Hoy es el día mundial de la poesía. El fin de semana pasado estuve en Milán para ver una exposición dedicada a la obra poética de Carlo Invernizzi celebrada en la Biblioteca comunal de Milán. En ella se analiza la relación que el poeta ha mantenido a lo largo de los años con artistas de nivel nacional e internacional, desarrollando gracias a ello un corpus ideológico que concibe la poesía y las artes visuales como formas de conocimiento que nos permiten traspasar la realidad dada y conocer lo que sea que se esconde más allá. En la exposición se pueden ver los libros de artista creados a lo largo de estos años, pero mi intención al hablar hoy sobre él no es para comentar estas obraslibro sino para compartir un texto que me emocionó al visitar la exposición. He querido celebrar el día de la poesía traduciendo no una poesía, pero sí un texto donde se habla de la necesidad y la importancia de ésta en nuestras vidas, así como del arte y de cualquier manifestación humana que tenga por finalidad arrojar luz sobre nuestra naturaleza y condición.

Vista de los libros de artista presentes en la exposición. Foto: Camilayelarte


Quien por necesidad natural hace una elección de vida que tiende hacia el mundo interior, no puede separarla de una idea de cultura que sea a su vez participación en el mundo espiritual del otro y tensión de diálogo y discusión para un enriquecimiento mutuo. Nada puede ampliar en mayor modo el espíritu humano que el indagar con fervor el pensamiento y el ánimo del otro tratando de capturar su profundidad aún a riesgo de enfrentarse a puntos de vista distintos.Todos los hombres en su interior son un poco poetas y en todos ellos el poeta que duerme y ronca dentro puede ser despertado. Basta con ser humildes, es decir, disponibles a escucharse y escuchar y no creerse sabedores siendo en realidad sabelotodos. Los hombres como todo ser vivo, sienten los estímulos del hambre, la sed, el sueño etc. No se puede no satisfacer tales estímulos porque satisfacerlos es necesario para sobrevivir, son instintos que una vez cubiertos se renuevan. En cambio no sucede así con las exigencias espirituales más profundas, como cultivar la belleza que es aspiración y visión de lo divino, de lo infinito que se halla más allá de la contingencia cotidiana. Sentir esa exigencia espiritual depende en gran medida del entorno, que en casos puede limitarla o negarle su existencia, privarla de energía ahogándola en la cotidianidad y considerarla superficial; haciéndola sentir inútil por no ser inmediatamente útil en la construcción de este mundo, como sucede en el caso del propio mundo interior del cual se ignora su valor y tal vez su existencia a modo de viva consciencia. Por ello despertar el poeta que duerme en cada uno de nosotros es algo que no tiene precio y vale mucho más que cualquier utilidad material. Vale más porque profundizando en la propia consciencia se profundiza a la vez en la consciencia de los que están a nuestro lado (hijos, padres, amigos etc.). Lo útil es necesario para sobrevivir, la belleza en cambio, para ser felices en el momento de alcanzarla aún sabiéndola inalcanzable puesto que representa la infinitud de lo divino que está dentro y fuera de nosotros. Alimentar dentro y fuera de nosotros mismos tal aspiración constituye la máxima  del hombre que quiere vivir más allá de la necesidad de lo cotidiano, volviéndose laudable hacia él mismo y el prójimo al ampliar sus horizontes. Es entonces cuando el poeta que duerme dentro de cada uno de nosotros despierta y reaviva la relación con quienes le rodean haciendo germinar brotes en forma de visiones  como los brotes que germinan en primavera. El alma y la mente apoltronadas en la cotidianidad se sienten insatisfechas y se desatan del mismo modo que los perros se lanzan hacia la liebre que huye al oír los impulsos del cazador, para nosotros esta liebre es la del conocimiento, aquel desconocido, infinitamente desconocido, que se encuentra siempre más allá de lo sabido.
Carlo Invernizzi
Morterone 1997