Desprecio y veneración

Por Arquitectamos

He leído (en un grupo de Facebook de admiradores de Frank Lloyd Wright) que la Torre Price está cerrada, sin uso, y que el dueño está vendiendo las decoraciones interiores.

No conozco el grado de fiabilidad de esta noticia, que está sin contrastar y en la que no profundizo porque no me veo con fuerzas para entender todo el proceso (parece que el edificio está protegido e inventariado y que la Frank Lloyd Wright Foundation lo ha denunciado y las autoridades le están exigiendo al dueño que recupere los elementos que haya vendido hasta ahora). Lo que yo pretendo, a raíz de esta noticia, mejor o peor entendida por mi parte, es mencionar dos males de la arquitectura: el desprecio y la veneración.

Al parecer la torre nunca ha tenido la demanda deseada y ha fracasado. Los apartamentos (basado todo en una malla hexagonal/romboidal) no funcionaban demasiado bien y eran incómodos. Algunos de ellos, de las plantas superiores, se unieron formando un hotel destinado casi exclusivamente a fans de Wright, y en la planta baja había salones y espacios diversos para bodas, convenciones y similares.


Exposiciones, conciertos, bodas y eventos varios en la Price Tower

Según veo (pero no me hagáis mucho caso) al actual propietario se la "vendieron" por unos simbólicos 10 dólares, supongo que con el compromiso de restaurarla, darle nueva vida, promoverla y hacerla viable. Y según leo (seguid sin tomarme muy en serio) eso ha sido imposible; la torre se ha cerrado definitivamente y el caradura ha empezado a vender elementos de la decoración interior.

Ya os digo que no investigo ni profundizo. Esto no pretende ser un texto académico serio. Es un blog con mis rollos, y todo esto me sirve para exponer uno: el de lo divorciada que está la arquitectura de la sociedad.

Este edificio parece haber dado muestras suficientes -y se le han dado varias oportunidades- de que no es capaz de cumplir las funciones para las que fue promovido. Ha sido, pues, un fracaso en cuanto a viabilidad y gestión. Una mala decisión empresarial y de inversión. Durante bastantes años no ha sido capaz de "colocar" en el mercado ni los pocos apartamentos que tiene, ni las aún menos oficinas ni los salones "sociales". Eso sí es sorprendente, porque esas pocas piezas caben perfectamente en la demanda de Bartlesville (Oklahoma), una pequeña ciudad con una población de muy lento crecimiento (de unos 34.000 habitantes en 1990 a unos 38.000 en la actualidad) pero con una masa crítica suficiente para canalizar la pequeña oferta inmobiliaria de esta torre.

Lo que yo veo al primer golpe es que la "buena" arquitectura (aunque lo que sigue demuestra que es "mala", al menos desde el punto de vista comercial/social) no es un plus a la hora de comercializar el producto y de hacerlo más atractivo. Al revés: el excesivamente tensado diseño, sofisticado y caro, es además incómodo y antifuncional. Todo parece llamado al fracaso comercial.

(La malla base y las condiciones autoimpuestas por el arquitecto acaban desembocando, por ejemplo, en esos sillones de asiento semihexagonal que vemos en la foto de la novia, y que a mí me parecen dignos de sonrojo y de bochorno, aparte de incomodísimos).

Pero no me entendáis mal: La torre es de un virtuosismo fascinante. La incómoda malla hexagonal/romboidal produce ciertas "inclemencias" y algunos metros cuadrados de dudoso aprovechamiento, pero dan a cambio una experiencia espacial y plástica que merece la pena. (Bueno, a eso voy: Nos merecen la pena a mí y a otra gente viciosa de la arquitectura como yo, ¿pero al público en general?)

La Torre Price está incluida en el Registro Nacional de Lugares Históricos y según el AIA es uno de los diecisiete ejemplos más significativos de la arquitectura de Frank Lloyd Wright. (Eso me hace pensar que es justamente el nº 17 del ranking, porque si no dirían que es uno de los dieciséis, o de los quince).

A los ciudadanos de Bartlesville y alrededores la torre no les sirve para nada, no les interesa en absoluto y por eso la han dejado languidecer. Pero a los arquitectos nos produce la fascinación que nos producen todas las grandes obras del gran genio. Lo que pasa es que Bartlesville está en sabe Dios dónde, y la torrecita de marras no es la casa de la cascada, ni la capilla de Ronchamp, que son obras por las que uno cruza gustoso el planeta. No, no llega a tanto ni mucho menos, y por eso tampoco recibe muchos peregrinos internacionales. Apenas se conforma con los de la zona.

Podemos meterla en un tour wrightiano junto con otras obras y darnos la gozosa paliza de dedicar unos cuantos días a empacharnos de emoción y de entusiasmo, pero eso no quita que la torre sea un edificio fallido porque, sencillamente, como tanta arquitectura sobresaliente, ha sido despreciada por la gente a la que iba destinada. Que la veneremos un puñado de frikis no le sirve para nada a ella, ni a la arquitectura, ni a la ciudad, ni a la sociedad, y solo queda en el inventario absurdo de cosas pintorescas que vuelven locos a unos cuantos tipejos raritos. Pero esa no es la función de la arquitectura.




La idea de poner en venta los elementos de decoración y equipamiento interior es un abuso y un fraude al contrato, y una violación criminal a la protección que tiene la torre, sí, pero es una idea magnífica, porque pone el edificio en manos de sus auténticos destinatarios: los frikis. Yo no sé qué precio alcanzaría el mural de esta última foto; seguro que no me lo podría permitir. ¿Pero qué tal un plafón triangular? ¿Y un picaporte? Por cierto: ¿Venden también los muebles? ¿Qué tal una de esas horrorosas sillas? No sé, algo, un detalle. Un recuerdo con certificado de autenticidad. Un símbolo de que la arquitectura, tan venerada por nosotros, tan fetiche de nuestros deseos, tan erótica, tan sublime para nuestras ansias, es un completo fracaso.