Como en las películas de los hermanos Marx, Jojo Rabbit está repleta de gente ridícula, seres que degeneran en lo peor o en algo ligeramente mejor (los personajes de Rebel Wilson y de Sam Rockwell respectivamente). Y es que Waititi no tiene ninguna intención de recrear un momento del pasado, de conmovernos o de hacernos reflexionar a través de la injusticia flagrante, el prejuicio, el dolor o la violencia sin motivo, sino contribuir al desprendimiento de conciencia de un niño al que la confinidad con una niña judia --Elsa-- le lleva a quitarse la venda de los ojos. En ese delicado proceso, sin perder de vista la cruda realidad (la que experimenta su madre), nunca abandona del todo el mundo infantil, solo se adentra por obligación en el de los adultos, para comprobar que lo que le han contado no es verdad. Y sí, los acontecimientos narrados son plausibles y verosímiles, no están deformados ni parodiados, pero sí presentados sin enfatizar en absoluto la corrección política o el drama lacrimógeno, basta con que sirvan al propósito general del relato. El mejor ejemplo: la banda sonora incluye éxitos del pop posteriores a la época en que se ambienta el filme, todo un anatema del género histórico, desde The Beatles hasta el incombustible (y cada vez más transgeneracional) éxito de David Bowie del 77 al que cada vez más directores recurren para puntuar sus finales. No estamos ante un nuevo pijama de rayas, sino ante una reflexión inducida --pedagógica, crítica-- desde la ironía y el humor incisivo; un filme que marca el tránsito desde el principio de ensoñación de la infancia hasta el de la realidad más dura. Jojo Rabbit demuestra que no es cuestión de poner en primer plano determinadas injusticias del pasado, ni dramatizar las cosas desde una perspectiva familiar para alterar jóvenes conciencias o sacudir autocomplacencias e ignorancias (es más, la película ni siquiera muestra un interés prioritario en logra un mínimo posicionamiento político, o una defensa de la justicia, la igualdad o los derechos), le basta con sacudir --a veces con bendita irreverencia-- algunas situaciones y personas que a la mayoría ya le suenan a carne de documental viejuno. La risa y el sarcasmo suelen ser un primer paso hacia el juicio y la ética políticos.
Después del pijama de rayas, hasta que se acabe la risa y más alla (Jojo Rabbit)
Publicado el 29 mayo 2020 por SesiondiscontinuaComo en las películas de los hermanos Marx, Jojo Rabbit está repleta de gente ridícula, seres que degeneran en lo peor o en algo ligeramente mejor (los personajes de Rebel Wilson y de Sam Rockwell respectivamente). Y es que Waititi no tiene ninguna intención de recrear un momento del pasado, de conmovernos o de hacernos reflexionar a través de la injusticia flagrante, el prejuicio, el dolor o la violencia sin motivo, sino contribuir al desprendimiento de conciencia de un niño al que la confinidad con una niña judia --Elsa-- le lleva a quitarse la venda de los ojos. En ese delicado proceso, sin perder de vista la cruda realidad (la que experimenta su madre), nunca abandona del todo el mundo infantil, solo se adentra por obligación en el de los adultos, para comprobar que lo que le han contado no es verdad. Y sí, los acontecimientos narrados son plausibles y verosímiles, no están deformados ni parodiados, pero sí presentados sin enfatizar en absoluto la corrección política o el drama lacrimógeno, basta con que sirvan al propósito general del relato. El mejor ejemplo: la banda sonora incluye éxitos del pop posteriores a la época en que se ambienta el filme, todo un anatema del género histórico, desde The Beatles hasta el incombustible (y cada vez más transgeneracional) éxito de David Bowie del 77 al que cada vez más directores recurren para puntuar sus finales. No estamos ante un nuevo pijama de rayas, sino ante una reflexión inducida --pedagógica, crítica-- desde la ironía y el humor incisivo; un filme que marca el tránsito desde el principio de ensoñación de la infancia hasta el de la realidad más dura. Jojo Rabbit demuestra que no es cuestión de poner en primer plano determinadas injusticias del pasado, ni dramatizar las cosas desde una perspectiva familiar para alterar jóvenes conciencias o sacudir autocomplacencias e ignorancias (es más, la película ni siquiera muestra un interés prioritario en logra un mínimo posicionamiento político, o una defensa de la justicia, la igualdad o los derechos), le basta con sacudir --a veces con bendita irreverencia-- algunas situaciones y personas que a la mayoría ya le suenan a carne de documental viejuno. La risa y el sarcasmo suelen ser un primer paso hacia el juicio y la ética políticos.