Llevábamos tiempo sin ver nada nuevo de uno de los pocos mitos vivientes de la dirección en activo.
Y en esta ocasión la falta de su cita anual no era culpa de un repentino parón en su ritmo de película por año, sino al veto, censura, caza de brujas, condena sin juicio al que se vió sometido por un tema recurrente en las últimas décadas de su existencia.
Sea cierto o no, y de momento no lo es porque ningún tribunal se ha pronunciado en ese sentido, el daño está hecho en una sociedad tan hipócritamente moralista como para condenar la obra de un autor por el presunto comportamiento privado del mismo.
" Día de lluvia en Nueva York" se estrena finalmente porque alguien ha considerado que el público europeo es más permisivo que el norteamericano, y en el fondo, imagino, porque ha sido en Europa donde mejor se ha entendido el cine del neoyorkino y donde más fidelidad se le ha profesado. Woody Allen con su última película, que llega con un año de retraso, vuelve a sus territorios confortables de alta sociedad ilustrada, de burguesía rica dispuesta a epatar con sus conocimientos culturales, con su inteligencia incisiva que pretende reirse de sí mismo pero realmente se ríe de los demás. "Día de lluvia en Nueva York" es una película genuinamente woodyana, eso no significa que me parezca interesante, ni grande ni recuperadora de un brillo muy deslucido en el siglo XXI.
En esta carrera contra el tiempo que Allen se ha propuesto librar para mantenerse vivo mientras filma películas, las ha realizado con personajes al margen, outsiders, de baja extracción social, las que contienen alguna brizna de interés, algo parecido a la vida. Así, hay más realidad en Wonder wheel o Irrational man, historias por otra parte que tampoco se encuentran en la cumbre del cine del director, que en las tragedias del pobre hombre rico de "A Roma con amor", "Todos dicen i love you" o "Café society".
Las turbulencias emocionales de hombres y mujeres que viven en la seguridad económica, en sus amplias mansiones exclusivas o en sus lofts de Manhattan destilan falsedad, hipocresía, doblez. Son críticas ácidas en el lenguaje, pero enormemente conservadoras en sus actos y en sus consecuencias, porque nadie va a poner nunca en riesgo ese confort económico. Es así como los personajes de "Un día de lluvia en Nueva York" se vuelven distantes a este espectador porque, como dice el dicho, "cuando el diablo no tiene nada que hacer, espanta moscas con el rabo". El deambular de Gatsby (un guiño innecesario, un subrayado tan evidente que desmonta esa letanía de la fineza del neoyorkino al retratar a su clase social dominante) como artista adolescente maldito del siglo XIX no cala ni tiene el mínimo de interés, porque cuando se canse de la lluvia siempre podrá entrar en la cafetería decadente de un hotel de lujo, asomarse a un restaurante con estrella michelín en Tribeca o alquilar una suite con vistas a la bahía.
Las tribulaciones del joven Törless no son el fuerte de Allen, y su parodia de un Werther moderno está ausente de hambre, frío, sueño y soledad, nuestro Werther no se suicidará nunca, ni por pobreza, ni por desamor, porque, como buen capitalista que es, cuando abandona a una mujer lo hace en la seguridad de haber encontrado otra mejor.
Si algo podría no esperarse de una película de Allen son los subrayados, ese tópico argumental que trata al espectador como un ser sin inteligencia incapaz de captar al primer vistazo por donde va a transitar el resto de la obra. Y Allen atiza su película con dos nada más empezar, y luego continúa escena tras escena, hasta la extenuación, durante el recorrido urbanita de Gatsby; la voz en off recurrente para que seamos capaces de entender el comportamiento del ineficaz actor Timothée Chalamet y el "no quiero parecer tonta" con que se presenta Elle Fanning como novia de Gatsby, cuando sus actos, sus gestos, sus movimientos, precisamente, conducen al cliché del prototipo de "rubia".
Arribista por naturaleza el género humano, durante ese día que la pareja pasa en Nueva York, separados desde un principio por su diferente modo de concebir la vida, el catálogo de personajes que va cruzándose con ambos protagonistas, todos ellos ricos e insatisfechos, élite financiera y cultural que mira por encima del hombro a cualquiera que no haya estado en el MoMA en el último mes o desconozca el último local de moda, sólo buscan medrar y progresar a costa de los demás, de su posición, de su ingenuidad, de su sexo. Todos menos dos, que sabemos, desde la escena del encuentro, que, "Oh, sorpresa", incluirá visita a un museo, están condenados por el guión a encontrarse al final (otra idea de la banalidad de una historia donde las cartas están marcadas desde el principio para llegar a una conclusión irrisoria y snob).
La música es hermosa, pero no obedece al ritmo de la película ni a su argumento, es la "marca", el sello de Allen, buscar standars de jazz, en este caso de piano, para remarcar el alma de artista de Gatsby, un renuente adolescente a aceptar su origen y su riqueza, pero que en ningún momento repudia ésta, alguien que tiene el dinero por castigo y es capaz de ganar a las cartas hasta sin querer, y que, por lo tanto, no puede huir de su destino de millonario porque es el dinero el que le persigue.
"Día de lluvia en Nueva York" quiere parecerse a las dos versiones de "An affair to remember", pero se queda en un día lluvioso repleto de chistes mil veces escuchados en las películas de Allen, en esta ocasión sin gracia y sin sentido narrativo.
Allen quiere hablar de no perder las oportunidades y ser quien uno es y no lo que los demás esperan que uno sea, regresar a la juventud como momento de libertad y creatividad. Sin embargo lo que transmite su película es que es muy fácil ser culto, inteligente, artísticamente sensible cuando se ha tenido de todo en la vida y se va a continuar teniéndolo. Resulta absurdo entender cómo, entre todas las chicas de la universidad, Gatsby se empareja con Asleigh y hasta que no llega a Nueva York, y ésta escapa de su red, no se da cuenta de que no congenian en nada. En alguien tan inteligente, tan culto, tan sensible, tan romántico, tan desprendido, el recurso de que es Nueva York quien le abre los ojos es demasiado ligero y falso. Es muy fácil ser romántico cuando puedes dejar a una chica y otra te espera debajo de un puente cuando el reloj marca la hora prefijada. Esta escena no produce ninguna angustia, ningún deseo de que Shannon se una a Gatsby, porque éste es una veleta constante, mientras la joven ha demostrado tener muy claro quien es y cómo va a ser en todo momento.
Resumiendo, la repentina cinefilia verbalizada de Allen suena a impostada y tan artificial como los diálogos chispeantes e inteligentes de sus actores, que utilizan un lenguaje alejado de la calle; los adultos parecen niños comportándose como tales, y los jóvenes, creíbles en sus comportamientos cambiantes, destrozan sus papeles con interpretaciones llenas de mohines repugnantes, salvo Selena. ¡Quién iba a decir que en una película de Allen lo mejor sería un producto Disney!
DIA DE LLUVIA EN NUEVA YORK. Título original: A rainy day in New York. 2019. Estados Unidos. 92 minutos. Director y guión: Woody Allen. Reparto: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Selena Gomez, Jude Law, Rebecca Hall, Diego Luna, Liev Schreiber. Producción: Erika Aronson, Betty Aronson y Helen Robin. Fotografía: Vittorio Storaro. Montaje: Alisa Lepselter. Diseño de producción: Santo Loquasto. Vestuario: Susan Antonelli. Productoras: Gravier Productions y Perdido Productions. Distribución en España: A Contracorriente Films