En México, una tierra de ricas tradiciones, encontramos una celebración especial: el Día de Muertos.
Aunque no lo parezca, el Día de Muertos y budismo, tienen mucho que ver.
Esta festividad, que se celebra en varios países de América del Sur, es un homenaje a nuestros seres queridos fallecidos. La UNESCO incluso la ha reconocido como parte de la herencia cultural de la humanidad, promoviendo su observancia y preservación.
Durante esta época, se erigen coloridos altares adornados con fotografías y alimentos para recibir a los difuntos, quienes se cree regresan para cenar con nosotros. También compartimos el humor al regalarnos entre amigos calaveras de azúcar, chocolate o amaranto, con nombres jocosos.
El 2 de noviembre, en este Día de Muertos, los difuntos disfrutan de su banquete y hasta se unen a nuestra danza. Sin embargo, ¿por qué celebramos algo tan íntimamente relacionado con la muerte? La respuesta es que, como seres humanos, a menudo luchamos por aceptar la realidad de la impermanencia.
Desde la perspectiva del Budismo Soto Zen, esta festividad nos brinda una oportunidad única de reflexionar sobre la dualidad entre la vida y la muerte. La danza incesante de la Vida transformándose en Muerte y regresando se despliega ante nuestros ojos. Estos dos aspectos comparten el mismo espacio-tiempo, son inseparables. Observamos la luz del día que se desvanece y nuestro propio reflejo en el espejo que muestra el rastro de cabellos blancos.
El Día de Muertos, de hecho, se convierte en el Día de la Vida, una celebración de la impermanencia. Nos recuerda que todo cambia y está en constante movimiento. Cada instante es un recordatorio de la fugacidad de las cosas, y nos incluye en la lista de seres sometidos a la misma ley universal.
En esta festividad, también podemos vislumbrar la Totalidad del proceso de la vida. A veces es un camino con áreas verdes y pasturas perfectas, pero en otras ocasiones encontramos rocas y lava. Sin embargo, todas estas facetas son parte de nuestro viaje, sin importar cuánto nos resistamos a ellas.
Al igual que en Zazen, donde observamos la simultaneidad de todo lo que ocurre, el Día de Muertos nos brinda una comprensión profunda de que todo cambia y muere. Esto subraya la importancia de cada acción y sus consecuencias. Así, cada momento, sea largo o corto, nos exige estar presentes y atentos, siempre pensando en el beneficio de los demás.
El Día de Muertos y budismo nos recuerdan que somos la impermanencia misma, una mezcla de vida y muerte en perfecta sincronía. Y esto es una razón ideal para que juntos celebremos la maravillosa y compleja danza de la existencia.
¡Feliz Día de Muertos! ¡Feliz Día de la Impermanencia!
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