Marg Hogan y sus colaboradores desde Seattle nos los han puesto un poco más barato en el Lancet de mayo del año pasado: quizá sólo sean 1000 cada día (939 para ser exactos, pero con una intervalo de confianza de ±140 arriba o abajo), por si eso consuela a alguien. Claro que ese tremendo número se ha reducido en el último decenio, pero sigue siendo muy preocupante. Ya sabéis lo que decía Stalin de cuando los números de muertos se cuentan por millones: dejan de ser personas y se convierten en estadísticas.
La cuarta parte de la mortalidad materna la causan las hemorragias post-parto, imposibles de controlar en partos que tienen lugar en lugares alejados de algun recurso sanitario. El resto responde a causas variadas. Muchas son infecciones bacterianas susceptibles de tratamiento antibiótico y otras, menos manejables, como las complicaciones de enfermedades infecciosas debilitantes endémicas como la malaria o el VIH.
Pero cada una de esas mujeres, esencialmente en el Tercer Mundo, que pierde la vida en el trascurso del parto o el puerperio, generalmente por causas prevenibles, deja tras de si una tragedia familiar. A menudo la mujer es el único sostén de la familia y su desaparición deja huérfanos no sólo a sus otros hijos sino al clan familiar, privado de una fuente del sustento por su trabajo.
En este país estas tragedias nos quedan lejanas, aunque nuestra estadística de mujeres muertas a manos de sus pareja lleva este año un ritmo superior al del año pasado, vergonzante registro al que no sabemos poner coto.
Nuestra celebración del Dia Internacional de la Mujer nos ha llevado a esta triste reflexión que compartimos hoy con vosotros.
X. Allué (Editor)