Diamantes de laboratorio: la tendencia que apuesta a la joyería sostenible

Por Pallares
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En los últimos años hemos sido testigos de cómo algunos productos naturales comienzan a ser sustituidos por productos de laboratorio. Un ejemplo revolucionario fue la carne “artificial”, logrando resultados prácticamente idénticos a la original. Ahora, la novedad que se está popularizando en el mercado son los diamantes de laboratorio, una alternativa más asequible para el bolsillo y más amigable con el entorno.

En la película Diamante de Sangre, Leonardo DiCaprio interpreta a un mercenario que hace lo imposible por recuperar un diamante. Lo hace en medio de la guerra civil de Sierra Leona, un país de África occidental que se desangra mientras sus diamantes son vendidos en los mercados europeos. ¿Qué hubiera pasado si aquella piedra, lejos de ser el producto de la tierra, hubiera sido en cambio el resultado de un laboratorio?

Todo cambió cuando, en mayo del año pasado, la joyería más grande del mundo, Pandora, anunció que dejaría de usar diamantes naturales en sus joyas como parte de su esfuerzo preservar el medioambiente y no apoyar las prácticas de la industria minera. La producción se fabricó utilizando un 60% de energía renovable en locaciones de Gran Bretaña y Reino Unido fue el primer país donde se comercializaron.

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Los nuevos productos, asegura la joyería, tienen las mismas características ópticas, químicas, térmicas y físicas. A partir de ahora, asegura la compañía, los diamantes extraídos dejarán de utilizarse en los productos de Pandora. La decisión, además celebrada por su connotación ética, tiene una lógica comercial. Se espera que el mercado de la joyería de diamantes siga creciendo, y los diamantes creados en laboratorio están superando el crecimiento general de la industria.

Si uno puede crear su propio diamante en un laboratorio su valor, su asociación indeleble al lujo por antonomasia, desaparece. De Beers comenzará a vender un cuarto de diamante por escasos 200 dólares, y la pieza completa por unos 800. El precio de un diamante encontrado de forma natural en una mina cualquiera se multiplica por diez. Producirlos es más barato (500 horas de laboratorio median, eso sí) y su aroma de exclusividad se desvanece. Son mera química.

La procedencia de los diamantes, si fueron o no extraídos de países en medio de conflictos, se ha tornado en una exigencia internacional, al menos formal. En el año 2000 la ONU impulsó el Sistema de Kimberley, una certificación que aspira a regular el mercado mundial de diamantes evitando el ingreso de los llamados diamantes de sangre.

Si sumamos la mayor consciencia que existe por parte de los consumidores y la incertidumbre económica que trajo la pandemia por coronavirus, la alternativa para las corporaciones del sector parecen ser los diamantes que se fabrican en laboratorios. En los últimos meses, la producción de diamantes extraídos cayó a 111 millones de quilates, mientras que la de diamantes artificiales creció entre 6 y 7 millones de quilates.

Con las mismas propiedades ópticas, químicas, térmicas y físicas, las piedras cultivadas en laboratorio son idénticas a las naturales y no tienen contrastes estructurales entre sí. De hecho, se clasifican según los mismos estándares conocidos como las “4 C”: corte, color, calidad y quilates. La única diferencia parece ser el valor que cada uno ocupa en el mercado según su procedencia y exclusividad: el costo de producción de un diamante cultivado es mucho menor que el que procede de una mina natural, pudiendo valer hasta un 30% menos.

Otra de las ventajas es que el destinatario de la joya puede customizarla mediante la elección de color, tamaño y talla de la gema, además de seleccionar la fuente de carbono que acaba cristalizando la piedra (teniendo en cuenta que cualquier materia orgánica sirve para este fin).

Frente al boom de los diamantes de laboratorio, muchas otras compañías líderes del sector han apostado a su fabricación poniendo en jaque un negocio que actualmente mueve unos 75.000 millones de euros por año. Otra compañía que apuesta al lujo consciente es Swarovski con la coexistencia de líneas diferenciadas de joyas realizadas con diamantes naturales y sintéticos. Penelope Cruz fue la encargada de diseñar la colección de diamantes de laboratorio bajo el lema de productos que generan impacto positivo.

#PenelopeCruz wore sustainably-chic #AtelierSwarovski Fine Jewelry to the 43rd @Les_Cesar Awards where the actress and activist was celebrated for her lifetime achievements with the Honorary César pic.twitter.com/TNZnX0Ylwq

— swarovski (@swarovski) March 6, 2018

Una de las novedades recientes del rubro involucra a exejecutivos de las joyerías Harry Winston y Cartier, quienes están apostando por oro reciclado y diamantes cultivados para revivir una joyería parisina con 160 años de antigüedad, esta vez, para una nueva generación de consumidores conscientes.

El exdirector ejecutivo de Harry Winston, Frédéric de Narp, y la exejecutiva en Richemont’s Cartier, Coralie de Fontenay, se han unido para relanzar Oscar Massin, un fabricante de alta joyería del siglo XIX. Creado en 1863, Massin ganó reconocimiento en la industria por sus innovadoras técnicas de engaste de diamantes que hacían que el metal pareciera encaje. Entre las piezas más importantes producidas se encuentra la tiara Fife ubicada en el Palacio de Kensington de Gran Bretaña y una corona diseñada para la emperatriz francesa Eugenia.

Si bien la marca Massin ha desaparecido en gran medida desde la muerte de su fundador, en 1923, el nuevo equipo apuesta a un nicho de mercado cada vez más amplio que valora la sostenibilidad y la trazabilidad por sobre el lujo.

Pese al intento, de varios, el logro del proceso de Kimberley está lejos de cumplirse. En el informe “Joyas brillantes, cadenas de suministro opacas: empresas de joyería, prácticas cambiantes de abastecimiento y Covid-19″, publicado en 2020 por Human Rights Watch, la ONG asegura que “si bien la mayoría de las empresas de joyería examinadas han tomado algunas medidas para mejorar sus prácticas, la mayoría aún no cumplen con los estándares internacionales”.

Se trata de una tendencia que deberá navegar entre intereses comerciales y de sostenibilidad, además de cambiar la percepción de sus consumidores para llevarla adelante.

¿Qué es un diamante? La percepción de su valor no es casual sino producto de una campaña de publicidad. A mediados de la década de los años treinta, Mark Oppenheimer, el hijo del hombre que llevó a De Beers a la cima del monopolio mundial, se preguntó lo mismo. Por aquel entonces el diamante cotizaba a la baja. De Beers contrató a una agencia de publicidad estadounidense y diseñó la campaña de imagen más exitosa de todos los tiempos. Por primera vez, los anuncios, las apariciones en televisión, el apoyo implícito de las estrellas de cine no buscaba vender una marca, un nombre, sino un valor. Asociar el diamante al lujo y al romance.

Lo consiguieron, y décadas más tarde acuñaron el lema definitivo: “Un diamante es para siempre”. Nada condensaba el amor, el lujo y lo valioso de la inversión como aquella frase.

¿La industria abandonará el aura de exclusividad para llegar a las masas con un producto similar pero 10 veces más económico? Algo es cierto: fuera del acuerdo Kimberley no se puede plantear sostenibilidad operativa y de imagen sólida con lo que el desafío será convertir el negocio sin perder valor.

Fuente: BBC / Mundo.es / Business of Fashion
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