Cuando vi las primeras imágenes del film, las expectativas que no eran grandes, aún se vieron más limitadas. Después la historia hizo un poco de psicodelia y por un viaje propio de la época de los “pinkfloyd” terminamos contemplando una colonoscopia. Ahí me enganché. Fue como una introducción tipo “quintasinfonia” y cuando se abrió el escenario, teníamos delante de nosotros el trepidante mundo occidental con prisas, ambiciones, fracasos, traiciones y vicios. La proyección cogió un ritmo que ya no soltó hasta el previsible final, tratándose de un par de hermanos muy próximos a los Cohen, pero ya absolutamente desbocados.
Y he de confesarlo, terminé agotado siguiendo las evoluciones del protagonista magníficamente interpretado por Adam Sandler. Un protagonista que como un palo en medio de la corriente de la vida, es arrastrado en un continuo aluvión de despropósitos. No hay un segundo de relax.
Adam Sandler compone un personaje entrañable y miserable a la vez, lleno de matices, que se convierte en el tifón que arrastra toda la película tras él.
Los hermanos Safdie se han apañado para hacer una película muy personal con un tema de siempre. La ambición desmesurada e irracional de un perdedor nato, que solo afloja al final. Un personaje despreciable y entrañable a la vez.
Fantástica película que no podía tener otro final que el que tiene. Otro final hubiera dejado la película en intrascendental. Con este final se convierte en una tragedia sobre alguien que ha perdido todas las posibles redenciones en pos de una vida lógica.
Un pero, el título desmerece totalmente el film. Mucha gente no se acercará a verla por ello. Llama a un film de tarde de sofá. Una pena, porque se perderán una película muy notable. En la senda del cine de los Cohen, Scorsese o Guy Ritchie.