Diario de confinamiento: esto es Halloween y los monstruos ya no están en la calle

Por Cristina Lago @CrisMalago

Se aproxima el Halloween y como decía aquel meme de Morticia: Me encanta que haya un día en que el que de repente mis gustos de todo el año se vuelvan populares.

Llevamos cuatro días de este confinamiento parcial y zonal, donde podemos hacer muchas cosas y otras muchas cosas no, y os lo confieso: está siendo raro, raro, raro.

Por una parte, todo parece más o menos como siempre. Es decir, puedes salir, hay gente en la calle, las tiendas están abiertas, se trabaja, se va al colegio y no cuesta demasiado hacer un ejercicio de abstracción y creerse a ratos que todo está como siempre, hasta que ves que de repente hay muchos más runners de lo normal y empiezas a sospechar.

Pero, por la otra parte, toda la gente que conoces está haciendo planes para el fin de semana, menos tú. ¡Horror!

Y al final, aunque suene muy perro, una de las cosas que no te inquietaban del anterior confinamiento era que todo el mundo estaba igual que tú, en sus casas, gastando cantidades ingentes de papel higiénico, haciendo manualidades y redescubriendo la adrenalina de visitar el Mercadona de vez en cuando: pero esta modalidad zonal es definitivamente antidemocrática.

Mi lado más zen desea libertad y felicidad a todos los que estéis sueltos y a lo loco, pero mi lado más no zen, dice: ¡qué nos encierren a todos!. Pero no os preocupéis, que el lado zen siempre gana, así que os digo: haced todo lo que nosotros no podemos, hermanos. Que la deidad de vuestra elección os bendiga.

Este año me he ido dando cuenta de que en cierto modo, todos estamos atravesando una especie de gran duelo global. Hablando con otras personas, clientes y amigos, es como si encontrase a cada uno lidiando con su respectiva fase del duelo. Es claro que la vida está cambiando, que va a cambiar, que ha cambiado.

Hay quienes todavía están atrapados en la negación, intentando aferrarse desesperadamente a lo que ya conocían, no aceptando lo que les está aporreando en la puerta con insistencia para que espabilen de una de vez y vivan lo que les toca, no lo que ya no existe…

Otros se encuentran en la negociación, saltando de la añoranza pasada a la expectativa futura, sin centrarse plenamente en el presente.

Estamos también los futuristas a tope, los que pensamos en lo que va a suceder y aquí ya nos dividimos entre futuristas catastrofistas y entre futuristas idealistas. También tiene lo suyo.

No es una situación fácil, pero en estos tiempos, deberíamos dar un paso atrás y observar a los mejores maestros de vida que existen en este mundo: los niños. No hace falta que os cuente cómo lo están llevando ellos, porque ya lo habréis notado.

Mientras que nosotros tratamos de enseñarles cómo ser funcionales, ellos tratan de enseñarnos cómo ser felices. Así pues, todo va de ser water, my friend. Y si hay que cambiar, se cambia; y si hay que aceptar y asumir, se acepta y se asume; y si hay que llorarlo, se llora; y si hay que reírlo, se ríe. Y si hay que dejar todo atrás e internarse en lo desconocido, uno coge la mochila, echa a andar y no hace preguntas.

Como decían los taoístas:

Lo duro y lo rígido son propiedades de la muerte. Lo flexible y blando son propiedades de la vida (Tao Te King)

Mi vida re-confinada no es muy distinta que mi vida habitual. Es más lo que uno piensa que no puede tener, que la importancia de tenerlo. Si no pienso en mis limitaciones, simplemente no noto nada de particular. Voy a las tiendas de siempre, cumplo con mis tareas cotidianas sin grandes variaciones y si puedo, casi todos los días me pierdo un par de horas en el campo, donde me siento completamente libre, sin la mascarilla dichosa, respirando los paisajes de otoño con el afán de un avaro que acumula un tesoro. A veces tomo consciencia de que estoy en el umbral de un ciclo que se termina y saludo al fin del mundo conocido agradecida de que se me permita el privilegio de presenciarlo y vivir para contarlo.

¿Qué pasará? ¿Qué misterios habrá?

Y volviendo a asuntos más mundanos, por aquí también celebramos el día de Todos los Santos, así que esta mañana me he lanzado a la calle para intentar conseguir un aprovisionamiento de huesos de santo – que son unos exquisitos dulces con mazapán y yema, característicos de esta época del año. Difícil misión, ya que no hay nada como confinarse, para tener unas inmediatas ganas de confitarse y este debe ser un sentir general, porque me han desaprovisionado varios puntos estratégicos. Me alegra decir que finalmente he conseguido hacerme con una bandejita, y ahora estoy dudando entre si comerme los huesos de santo o revenderlos en el mercado negro. Tal y como está el patio de los golosos, están casi tan cotizados como los huesos de santo de verdad.

Volvía yo a casa pues, envuelta en una nube rosada de autorrealización – y de empacho, porque me comí media bandeja por el camino-, cuando he encendido el ordenador, y Windows ha anunciado que se disponía a hacer una actualización importante. Sin truco, ni trato, ni nada. Esto sí que aterroriza, lectores, y no los muertos vivientes.

Espero que disfrutéis de esta bellísima estación y que tengáis de un feliz Halloween lleno de monstruitos, calaveras, vampirillos y todas esas cosas que como dice mi niño: no dan miedo, porque no son de verdad.

Nos vemos en los balcones (sin canciones del Dúo Dinámico, por favor).

ó