Diario de confinamiento: la realidad aumentada

Por Cristina Lago @CrisMalago

¿Y corregida?

El diario de segundo confinamiento se acerca a su (presumible y deseable) final. Salvo cambio de opinión a última hora, el 22 de noviembre volvemos a poder traspasar las fronteras de nuestra bella ciudad y a hacer básicamente lo mismo que hacemos en ella, pero más lejos. Se añade el aliciente de poder ver a los amigos y familiares de otras latitudes y descansar un poco de las peleas vecinales por Facebook, que son como las de tu comunidad de vecinos normal, pero con faltas de ortografía.

Después de unos días de tiempo más bien tirando a infernal, hoy ha salido el sol y con el sol, ha salido la gente y estamos todos muy contentos porque hace bueno y porque el próximo fin de semana ya no nos sentiremos frustrados pensando en todos los planes que nos estamos perdiendo, aunque luego al final nos dé una pereza bárbara y tampoco vayamos (típico).

Pero claro, no es lo mismo no salir porque no te da la gana, que porque no puedes.

Mi sensación actual, como ocurrió en el anterior confinamiento, es ambigua. Al principio te resistes contra la situación, y notas como si estuvieras viviendo en una especie de irrealidad, esperando que pase el tiempo para que todo se reinicie y regreses a tu zona de confort. A los días o semanas, de repente tu cabeza pasa a modo realidad aumentada y te vuelves mucho más consciente de tu día a día, de tu entorno, de las cosas que normalmente permanecen en un segundo plano porque estás demasiado ocupado en entretenerte con otras que verdaderamente son menos relevantes. Y luego al final, ya te has acomodado en tu nueva zona de confort y aunque te parezca más pequeña, no lo es: de hecho, es mucho más grande que antes.

Entrar en la realidad aumentada me hace conectar con un mundo infinitamente más sencillo.

El día de hoy ha sido tan claro y espectacular, que al ir a caminar a mi campo de confianza, ha sido como entrar por un umbral donde el otoño quedaba atrás, y empezaba una especie de simulacro primaveral de lo más convincente. Si me dicen que ha empezado mayo, me lo creo.

No quedaba rastro de setas, pero había un sinfín de flores nuevas, un caballo blanco pastaba entre los hierbajos y los conejos correteaban por los arbustos en una estampa idílica que sólo se veía un poco estropeada por los restos del botellón que algunos adolescentes (o adultos, quién sabe) desalmados habían diseminado por aquí y por allá. Pero obviando ese detalle, todo estaba muy bonito.

A mitad de camino, hay un árbol. No es posible confundirlo con cualquier otro: es un árbol muy particular, con una larga y gruesa rama que parte del tronco y se desploma hacia el suelo, dejando hueco suficiente para que puedan sentarse varias personas. Le llamamos el Árbol Mágico: los niños se ven naturalmente atraídos por él, y entre sus huecos y sus ramas, hemos tenido juegos, tertulias, reencuentros y conversaciones de todo tipo. Desconozco qué tipo de árbol es. Parece sacado de algún paisaje de la Tierra Media.

Hoy, el Árbol Mágico amaneció totalmente vestido de hojas amarillas. Encaramada en él, escuchaba música y observaba aquel cielo despejado de falsa primavera, pensando en varias cosas en general, y en ninguna en particular. Esta es la realidad aumentada.

De visita al Mercadona (los que seguís el diario vais a pensar que estoy obsesionada con el Mercadona; pues bien, lo estoy), me encuentro con una conocida, una de las madres del parque cuyo niño suele jugar con el mío. Por supuesto, hablamos del tema top – el desconfinamiento – pero luego nos ponemos a divagar sobre la situación global y empezamos a pensar qué negocios se podrían montar en estos tiempos y que fueran rentables. Después de un brainstorming que ni los ejecutivos de Pepsi & Co., llegamos a la conclusión de que lo que hay que hacer es lanzarse a la fabricación masiva de leggings.

Serían, por supuesto, ecológicos, que hay que empezar a preocuparse por el planeta que dejamos a nuestros hijos y si tienes hijos y no te preocupa el planeta, eres más desalmado que los adolescentes del botellón.

Si prosigue todo esto y no hay vacuna milagrosa que lo detenga, claramente los leggins van a ser la prenda de ropa más demandada en los próximos años. Son cómodos, son baratos, te los pones los 365 días del año y no te tienes que preocupar de si favorecen porque no se ven en el Zoom.

Y mientras barrunto sobre nuestro futuro imperio del legging ecológico, os cuento otra historia de mi realidad aumentada. Hoy coincidimos con un abuelo cuyo nieto va a clase con mi hijo. Se conocen desde bebés, porque ninguno de ellos fue a la guardería y siempre nos encontrábamos en el parque.

Hasta el día de hoy, nunca he visto fallar a ese abuelo. Todos los días lleva a su nieto, y lo recoge y no os podéis imaginar las caras de los dos cuando se reencuentran a la salida de las clases. El abuelo se derrite, la expresión del nieto se enciende como un árbol de Navidad, el pequeño se tira a los brazos del mayor como si no le hubiera visto en años. Es una de las historias de amor más bonitas que he visto en mi vida.

Así que os digo, mis queridos lectores locos de amor, que no estéis con nadie que no se encienda como un árbol de Navidad cuando os ve. No merecéis menos.

Me gustan aquellos que se ilusionan al verse, aunque se vieran el día anterior y también la gente que divaga, las falsas primaveras, los polvorones prematuros en las estanterías del Mercadona y por supuesto, los leggins.

Nos vemos en el Árbol Mágico.

¡Feliz semana!

ó