Diario de cuarentena: la nueva (a)normalidad

Por Cristina Lago @CrisMalago

Querido diario,

El paulatino regreso a la vida normal ha traído consigo nuevos horarios, nuevas ocupaciones y, también, los viejos problemas y asuntos pendientes. Hoy en Madrid pasamos a Fase 1 y para celebrarlo, vamos a hacer un rápido update de lo que ha ido pasando estos días.

La última vez que escribí por aquí, seguíamos confinados, aunque empezábamos a ver la luz con los primeros paseos con niños. Si el primer día en el que salimos con ellos, fue un despiporre, todo hacía presagiar que la salida de los adultos sería aún más apoteósica. Así fue. Llegó el momento de marras y después de pasarme gran parte del confinamiento fabulando con todas las cosas que quería hacer, vivir, sentir y respirar el día en que pudiese pasearme yo sola, las cosas no salieron según lo previsto (lo típico). Salí afuera a la hora preceptiva, sí. Hacía un sol estupendo y el parque restallaba de primavera como nunca lo había visto en todos los años que llevo aquí, que no son pocos.

En fin, todo invitaba a una épica escena a lo Cadena Perpetua donde me dejaría bañar por el sol en una inolvidable bienvenida a la primera de nuestras nuevas libertades. Pero no. No fue nada épico, porque en cuanto salí y me encontré con algo así como 1500 millones de corredores, ciclistas y paseadores invadiendo las calles de la forma más agobiante y masificada posible, me dio algo así como un Stendhal pero del revés, y no me desmayé como el ínclito escritor, pero me fui a mi casa y me volví a confinar.

He tardado en cogerle el gusto a lo que he denomiado el Paseíto del Running, pero en los días subsiguientes la cosa parece más calmada y la gente se diversifica, y los neo-runners ya se cansaron del running, y la primavera sigue estando espectacular.  Además en mi campo, en el que antes paseábamos cuatro gatos, ahora hay más ambientazo que una rave ibicenca.

La nueva normalidad también trae otras cosas nuevas y no tan agradables. Por ejemplo, una estampa que ya viene a ser desgraciadamente habitual en todas las ciudades: negocios con el cartel de Se traspasa o Se alquila. Zapaterías, panaderías, tiendas de ropa, bares que apenas acababan de estrenarse. Pareciese que se ha terminado todo un mundo en apenas dos meses.

Nadie habló de lo que pasaba después de que el reino de la Bella Durmiente por fin despertase tras su sueño mágico de cien años. Nadie contó las historias de todas aquellas personas que trataron de volver a su vida y no pudieron. Claro que en ese cuento, nadie tenía acceso a Internet.

Me alegra ver que otros negocios primerizos sí han sobrevivido. Hoy abrían de nuevo sus puertas y la calle principal de mi ciudad estaba casi, como antes de la cuarentena. Algunos cambios: colas delante de algunos establecimientos, para evitar que la gente se aglomere en el interior de las tiendas. Mascarillas, claro. Si los españoles ya teníamos fama de gritones antes de todo esto, imaginad ahora que las voces a través de las mascarillas se oyen como si tuviésemos dos metros de algodón en cada oído. Necesito que me imprimas dos copias de este pendrive, digo. ¿Quéeeeee? Contestan. Dos copias de este¿Puede hablar más alto?, Pero si ya estoy gritando, alego. Pues así, todo.

Ya nos dejan practicar más deportes de los que son divertidos y también nos dejan juntarnos con más gente, si bien un poco de lejos y en plan contigo no, bicho. La gente está más contenta y se nota porque las estanterías de vino y de chocolate en el Mercadona vuelven a estar llenas. Es raro ver también las terrazas de los bares abiertas. Hoy les saqué una foto y todo.

Con el retorno de la (a)normalidad, los asuntos que habían quedado medio aparcados hace dos meses, resurgen con mayor urgencia y no puedo evitar la sensación de apresuramiento. Sé que en parte esta es una especie de resaca emocional de la propia cuarentena. Cada persona hemos vivido el periodo de confinamiento de una manera. He visto a personas sumirse en el miedo y la paranoia. He visto a personas muy crispadas y enfadadas. También he visto a personas totalmente evadidas y a otras personas envolverse en el silencio y la tristeza. No es que el confinamiento haya inventado el miedo, la rabia, la evasión o la tristeza. Simplemente ha sacado a la luz el miedo, la rabia, la evasión y la tristeza que ya estaban dentro. Sin duda ha sido un momento inmejorable para entrar en nuestra habitación mental de debes y haberes, y empezar a solucionar las cuentas pendientes.

¿Mi resumen de mi confinamiento? Se pueden decir muchas cosas, pero lo resumiré en solamente una: no ha sido precisamente aburrido.

He aprendido a desconectar como hacía muchos años que no hacía y también he tenido mis momentos de drama; a veces me he sentido libre del constante vaivén de los estímulos externos; otras veces, los he echado dolorosamente de menos. Me he hecho adicta a los chupachups de Kojak y he descubierto un montón de música nueva. No he conseguido ver ni una sola serie de Netflix y todavía no he superado la cancelación de Eurovisión. ¡Puro ying y yang!

Nos vemos en los balcones.

Continuará…

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