Querido diario,
Hoy se me ha venido a la cabeza (por enésima vez de unos días a esta parte) esa película tan bonita de hace unos años que nos hizo llorar a todos a moco tendido en los cines y ganó un porrón de premios y hasta algún que otro Oscar.
Para el 0’1% de la humanidad que no la conozca (alerta spoilers), La vida es bella va de un padre judío al que mandan, junto a su hijo pequeño, a un campo de concentración y cómo se apaña este hombre para convertir todo aquel horror en una especie de juego para el niño (fin de spoilers).
La película lo petó en taquillas porque contenía el sentir más visceral que existe en el ser humano. Tanto si tenías hijos como si no los tenías, supo conectar con el deseo ancestral y universal de proteger y preservar la infancia de los sufrimientos del mundo adulto.
Cuando empezamos con esto de la cuarentena, no teníamos ni idea de cómo iban a llevarlo los niños. De repente, se quedaron sin colegio (pero eso es bien), y luego pasaron los días y después del colegio, fue el parque, y luego el campo y los soportales, y al final, los niños acabaron formando parte de la categoría maldita, junto con los enfermos, de los que en estos momentos no pueden ni cruzar la puerta de su casa.
Al principio, mi hijo lloraba porque quería ir al parque, pero se lo fuimos explicando y lo asimiló bastante bien. De hecho cuando ve por la ventana a alguien por la calle, señala con su dedito gordezuelo y grita: ¡Hay un señol! ¡No se puede estal en el palque!¡Hay que llamal a la polisía!. Vamos, que si supiera llamar al 091, se convertiría en el nuevo Torquemada.
A veces hace preguntas, pregunta cuándo puede salir, o cuando verá a los amiguitos, pero por lo general asume el día a día con la naturalidad del que no recuerda otra cosa.
Quizás nuestro error es creer que los niños son tan neuróticos como los adultos y no somos conscientes de que en sus mentes puras sólo existe el aquí y ahora; y si el aquí y ahora va de estar metido en casa todo el día, eso es así y no hay más que pensar. Que no quiere decir que en sus cabecillas no surjan las dudas y los misterios varios, pero ellos viven. No conocen otra manera de hacerlo.
Pero nosotros tenemos en las manos el tinte con el que van a colorear estos recuerdos. Y es una responsabilidad de la hostia.
Así que aquí estamos los padres y madres de la cuarentena, intentando dejar de mirar nuestros lastimeros ombligos, porque tenemos que venderle esto a nuestros hijos como un juego. Y a veces no hay ganas, ni ideas, ni tiempo. Y otras veces, pues sucede como hoy.
Mi niño me pide que hagamos una fiesta de cumpleaños, pero como nadie cumple años en casa, le propongo hacer una fiesta de No Cumpleaños. Rebuscamos en las cajas de disfraces, decoramos el salón y sacamos una tarta de mentirijillas, unas tazas de té y otras chuminadas que encuentro por ahí. Cantamos el No cumpleaños feliz y con toda esta parafernalia, ya hemos consumido la mitad de la mañana.
Como no hay nadie disponible para quedarse con él, le bajo conmigo a echar la basura -con su mascarilla y todo, que parece un mad doctor en miniatura – y por primera vez pisa un poco de calle en 10 días. El recorrido de 4 metros del portal a la entrada le parece emocionantísimo. Le digo que hay que andar con sigilo, porque hay muchos francotiradores coronavirus que están vigilando y tendríais que verlo cómo caminaba agachado, hablando en susurros y con las mejillas arreboladas de pura emoción, como si estuviera pasando la aventura de su vida.
Volvemos corriendo a limpiarnos de arriba abajo, recreando aquella escena de Monstruos S.A. en la que desinfectan a un monstruo que se ha llevado consigo el calcetín contaminado del cuarto de un niño. A éste todo el ritual de desinfección le fascina. Se sacude como un perrillo de aguas y ruge como un dinosaurio (no sé cómo se apaña para convertir todos los juegos en algo relacionado con dinosaurios).
Ponemos música de bandas sonoras, y nos ponemos a representar escenas de las películas. Somos dinosaurios del Parque Jurásico, somos náufragos que llegamos a las orillas de una costa desconocida; somos los cazadores de dragones de Isla Mema, nos escondemos en las montañas de los malvados hechizos de Saruman, nos montamos en el gatobus de Totoro. Transcurre la tarde y oscurece el día. Paramos a hacer galletas, miramos por la ventana jugando a encontrar perros, farolas o camiones, ponemos los dibujos, baño, pijama, cena, cama…¡libertad!. Bienvenidas, mis dos horas restantes de vida adulta.
Y probablemente mañana será otro día, y quizás yo no tenga tantas ideas, o tenga que recuperar trabajo y entonces verá más televisión de la cuenta, quizás mañana no habrá basura, ni haremos galletas, pero hoy lo conseguimos. Hoy, la vita è bella.
Muchos queremos soñar con un posible mundo mejor después de que pase todo esto, pero a mí lo que me gustaría es ser tan sabia como un niño y darme cuenta de que lo que tengo que hacer mejor es el mundo de aquí y ahora.
Muchos ánimos para los padres y las madres. Los que no tienen a sus niños y los que sí.
Sobreviviremos. No sé cómo, pero lo haremos.
Nos vemos en los balcones.
Continuará…