Querido diario,
41 días. Cuarentena finalizada. Empezamos la cincuentena con la noticia más rocambolesca de la historia.
Si ayer nos anunciaban que el día 27 de abril sería posible llevarnos a los niños a dar un paseo a la calle, hoy nos almorzábamos con un inesperado y sorprendente giro de los acontecimientos. Los niños YA no pueden dar un paseo por la calle, entendemos que por considerarlo demasiado arriesgado. No obstante, sí estará permitido llevarlos al supermercado, a la farmacia y a los bancos para acompañar a los adultos.
#matamecamión
La noticia se resume en que los niños ya pueden salir, pero no pueden salir salvo para ir al súper, pero en el súper tienen muchas posibilidades de contagio y de contagiar, así que tampoco los sacaremos, así que en realidad podrían salir pero que no salgan. En fin, ciudadanos españoles: os damos lo que habéis pedido, pero no os lo damos y todos contentos (o no, pero nos da igual).
Cabe pensar que todo esto es una sutil estrategia para seguir como estábamos y que los niños permanezcan confinados al margen de la protesta general. La mayoría de la gente no expondrá a sus niños de esa manera. Pero ¿y los que sí lo hagan? ¿Está bien claro ya que esta medida no sólo es absurda, sino peligrosísima?
Si esto no es una invitación clara, pura y dura, a tomar consciencia de que ya no podemos permanecer pasivos y aborregados a la espera del próximo decreto abusivo o estúpido, que baje Dios y lo vea, porque si seguimos tragando con esto sin mover un dedo, dando por buena cada memez que sale de la boca de nuestros disfuncionales dirigentes, vamos aviados.
Lo de los niños es, en realidad, una cosa más. En casa, seguimos con ese catarro algo extraño cuyos síntomas no acabamos de ubicar. Pero hoy nos enteramos de que un familiar nuestro y todos sus compañeros de trabajo han dado positivo en coronavirus y este familiar estuvo durmiendo en casa hace algo más de un par de semanas. El motivo por el cual toda esta unidad de trabajo se ha infectado es porque ha estado trabajando en zonas donde ha habido casos manifiestos y fallecidos. Durante este trabajo, no llevaron la protección adecuada. El resultado: 11 trabajadores de 11, infectados.
El motivo por el cual nosotros podemos estar infectados (y hablamos desde niños hasta personas mayores) es que a estas personas les dijeron que podrían volver a sus casas sin ningún peligro. Y por supuesto, sin protección.
Imagino el posible mapa de contagios exponenciales y alucino.
Pero es que además si os cuento que esta unidad volverá al trabajo mañana a desinfectar diversas áreas, estando ellos mismos infectados ¿cómo te quedas?
Los principales vectores de contagio, nunca fueron los niños. Fueron los políticos.
No estoy sola en mi cabreo. El hartazgo se palpa en las redes, en las televisiones, en los grupos de whatsapp, entre los amigos, los familiares, los conocidos. A medida que el enfado sube como la espuma, arrecian los rumores de censura (desmentidos una y otra vez), el humor baja, las crispaciones suben. Mirar las noticias es una auténtica locura. Es como vivir en diez mundos distintos y contradictorios al mismo tiempo y nos ofrece simplemente toda la medida y la contundencia del engaño.
No quiero un pataleo inútil que se disuelva en un mero desahogo. Quiero que mi enfado sea un enfado aristotélico: que tenga la intensidad necesaria y que no carezca de dirección, ni de propósito.
Hasta ahora, hemos utilizado los balcones para apoyar, para aplaudir, para motivar, para animarnos, para recordarnos los unos a los otros que estábamos allí, que seguíamos vivos. Es hora de empezar a usarlos para algo más.
Así que en el mío, desde mañana ondeará una sábana blanca con un QUEREMOS TEST, en letras grandes, bien visible desde la calle.
No es mucho, pero por algo hay que empezar.
Nos vemos en los balcones.
Continuará…
ó