Diario de viaje: Florencia y Pisa III. David, la Galería de los Uffizi y las Capillas Mediceas.

Publicado el 30 agosto 2018 por Mj Sol

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La Plaza de la Señoría.La plaza de la Señoría es una de las más bonitas del mundo, allí encontramos las esculturas más famosas y allí estuvo destinado el verdadero David de Miguel Ángel, aunque hoy en día lo representa una copia muy conseguida. Delante del Palacio Vecchio, exhibe su grandeza con la mirada perdida, mientras todos los turistas se fotografiaban con él. Bajo las columnatas se muestran fuertes y ajenos otros personajes famosos, incluido Perseo con la cabeza de Medusa en su mano. Imposible permanecer insensible a tanto arte, imposible no pasar por allí cada día cámara en mano y fotografiarte las veces que hagan falta.

Réplica de David de Miguel Ángel
en el lugar que ocupaba el original.


Ganado y… ¡¡¡¡no wáter!!!!

Perseo con la cabeza de Medusa.

Nuestra siguiente parada fue el palacio de los Uffizi y su magnífica colección. En el año de nuestro viaje, 2011, la fachada exterior estaba siendo restaurada, por lo que no pudimos pasear por esa maravillosa calle, como de corredor jalonada de balcones en forma de “U”. Recuerdo que hacía mucho calor, pero éramos unos privilegiados porque teníamos un pase preferente adquirido en la oficina de turismo esa misma mañana, por el módico precio de 100 euros. El empleado de la oficina, un hombre de color, alto y fuerte, como los policías de las películas norteamericanas, nos explicó todo increíblemente rápido en un inglés ininteligible y no se esforzó lo más mínimo por saber si nos habíamos enterado de algo. Nuestras caras debían ser un poema, aunque Antonio sí debió entender algo, eso o es capaz de poner una buena cara de póker… aunque si lo comprendió, no nos dijo nada. El empleado había soltado su discurso con desgana, el mismo que explicaba a todo el mundo independientemente de su nacionalidad y luego nos mostró el mapa y los pases. Yo le tendí el billete de 100 euros, mientras él lo tomaba por un extremo… pero yo no lo soltaba… ¡ay, ay, 100 euros! Me miró un momento, hasta que fui capaz de aflojar la presión de mis dedos y deje volar una pequeña fortuna a cambio de un par de trozos de cartulina…

Nuestros pases nos colocaron en una pequeña cola, mientras el grueso de los turistas esperaba más de una hora pacientemente para entrar en el museo. Aún así, los guardias de la puerta nos pusieron en fila india y nos iban dando instrucciones con tono desagradable, ni siquiera suavizado por el acento italiano, nos daban empujoncitos o nos detenían drásticamente a su antojo, según iban juzgando (a ojo de buen cubero) cuantas personas podían entrar en cada tanda. Bueno, eso de “personas” nos los decíamos los turistas entre nosotros para darnos ánimos y no dejarnos amedrentar por el trato de ganado que estábamos sufriendo. Aguantamos estoicamente para ver las maravillas de los Uffizi.Una vez que franqueamos el arco (detecta metales) de la puerta, unos empleados, muy antipáticos, nos iban gritando continuamente dos palabras que resultaron de lo más familiares a lo largo de la estancia y que siempre salían al aire acompañadas de un grito y un gesto autoritario. Aquellas dos famosas palabras que no dejan de oírse en los museos florentinos son: ¡¡¡¡¡¡¡No wáter!!!!!!! . Y así nos iban obligando a tirar nuestras botellas de agua a un contenedor, colocado a tal efecto, en la entrada de la primera sala.

Dorados, dorados… y más dorados.La colección de los Uffizi es impresionante. Tiene infinidad de cuadros y esculturas y el mismo edificio es una preciosidad. Allí pueden contemplarse muchos de los cuadros más famosos, los que se estudian en las universidades del mundo, los que más se reproducen en los libros, los más prestigiosos, los autores más geniales de la pintura italiana. Por esta razón, no lograba explicarme elmotivo por el que habían puesto cuadros de “relleno” y digo de relleno porque palidecían frente a los de los grandes pintores, porque no eran ni una sombra de aquelFray Angélico que te iluminaba desde la pared de al lado, porque junto a las obras maestras, se mostraban más grotescos en sus errores, en sus detalles, y no había que ser ningún experto para apreciar que no era suficiente que tuviera un dorado y un cartel que dijera “A la manera de Giotto” para que pudiera acompañarlo en la misma pared. Evidentemente, no todos los pintores son unos genios y no todos los cuadros tienen la misma calidad artística, pero esas obras que ofendían a los maestros a los que le robaban el nombre, hubiesen resultado menos grotescas en cualquier museo provincial. Pensé que si tenían las grandes obras de cientos de autores no necesitaban “rellenar” el espacio con nada más, sobre todo por lo sobrecargado de sus paredes y de sus salas. Las esculturas romanas pasaban desapercibidas ante tantos cuadros mundialmente conocidos y las vistas desde sus ventanales palidecían en comparación con El nacimiento de Venus.

Al principio, fue intensamente emocionante y embriagador ver todos los cuadros del renacimiento temprano, donde las madonas con sus aureolas de un oro deslumbrante te sonreían tranquilamente desde su tela. Madonas solas, madonas con niño, madonas aquí, madonas allá, cientos de madonas, cientos de santos de aureola brillantemente dorada te miraban desde los cuadros, en un recorrido interminable de obras maestras, obras menos maestras y obras “a la manera de”… Al cerrar los ojos, veía dorados por todas partes…

El síndrome de Florencia.Existe en psiquiatría un síndrome que recibe el nombre de esta ciudad, en el cual el espectador, subyugado por tanto arte, emocionado ante tanta belleza, llega incluso a perder el sentido. Nosotros descubrimos la verdad sobre el síndrome de Florencia y no podía ser en otro sitio. No llegamos a perder el sentido, pero poco nos faltó en el palacio de los Uffizi. Contemplar El nacimiento de Venus o La Anunciación puede ser tan sublime que tus sentidos, extasiados, pueden fallarte, las rodillas aflojarse y la mirada nublarse… pero ocurre también que si estos cuadros de valor incalculable y belleza extrema se exponen a altas temperaturas, entre las transpiraciones de los visitantes, con un aire acondicionado arcaico y unos turistas desprovistos de agua al grito de guerra “no wáter”, lo mismo puede desmayarse un espectador, como puede derretirse un cuadro. No se trata tanto de la sublimación del arte, sino de las condiciones en las que se exponían las obras, al menos en el año 2011, cuando nosotros visitamos la galería. Desconozco si en la actualidad han solucionado este lamentable problema. Después de estar al borde del desmayo, llegamos a la azotea del edificio donde el bar daba refrescos a precios desorbitados y todo el mundo comentaba el calor sofocante del museo, mientras admiraba las maravillosas vistas a la torre del Palacio Vecchio cuyo reloj señalaba las horas desde su posición privilegiada.

Vistas del Palacio Vecchio desde la terraza de los Uffizi.

En la colección había algunas piezas ausentes, que se explicaban con una pequeña fotocopia en blanco y negro de mala calidad con una fotografía indescifrable y un letrero que decía que estaba en restauración (cosa nada extraordinariateniendo en cuenta las condiciones que soportaba) o en préstamos (seguramente muy agradecida de haber salido del clima caluroso del palacio).Antonio miraba extasiado El Nacimiento de Venus.La famosa obra exhibía todos sus colores y el trazado primoroso de Boticcelli haciéndote comprender por qué los genios siguen siendo admirados y no pierden su magia con el paso de los siglos. Junto a ella había una versión en yeso para que los invidentes pudieran acariciar los pliegues de la fina tela de Venus, su pelo ondulante al viento… 

El Nacimiento de Venus. Boticcelli.

ReliquiasAl salir del palacio de los Uffizzi fuimos corriendo a comprar agua. El anciano de la tienda cercana hacía su agosto cada día, mientras todos los turistas se agolpaban ante su puerta disputándose las botellas de agua a un euro que el buen hombre podía haber puesto a verdadero precio de oro, porque eran tan necesarias como en el desierto.-¡Hay agua para todos!- decía sin dejar de sorprenderse ante la desesperación de los turistas.Después de esconder la botellita muy bien escondida y que no volvieran a gritarme “no watter” en ningún otro lugar, acudimos a las Capillas Mediceas. Allí nadie nos gritó, nadie nos empujó y nadie nos mató de sed y calor. Reinaba un silencio respetuoso entre las paredes de mármol y las vitrinas con reliquias y más reliquias, trozos de hueso de cualquier parte del cuerpo de tantos santos y santas que parecía que no habría santoral suficiente para todos. En el piso de arriba se encontraban los imponentes sarcófagos y las estatuas de los Mediccis, esculpidas con la maestría de Miguel Angel.

La Anunciata.Queríamos ver varias iglesias que se encontraban en los alrededores, pero, aunque dimos vueltas, seguimos el mapa y nuestros pies se esforzaron en seguir caminando, no conseguimos dar con ellas.

Donde no nos fue difícil llegar fue a la Plaza de la Anunciata, un lugar que originariamente fue bello, con un gran mercado en el centro con toda clase de objetos para los turistas. Pero los soportales me horrorizaron. Estaba todo increíblemente sucio, con excrementos de palomas que formaban estalactitas gigantes a tu alrededor. Orgullosas de su obra, las palomas, volaban casi a tu lado, sin temor, haciéndote saber que aquellos portales eran suyos y que te habías adentrado en el territorio vetado a la limpieza.Después comimos en una de esas terrazas que tienen las pizzerías florentinas, sobre una tarima de madera junto a la carretera. Pedí un plato de canelones y efectivamente podemos hablar en plural porque se trataba de dos canelones cobrados a precio de oro, pero al menos el baño estaba limpio y no era demasiado antiguo.

Mercado en la plaza de la Anunciata.