Diarios de Haití: Con la muerte en la cabeza

Por Antoniopampliega
Desde Puerto Príncipe.

La oscuridad comienza a levantar el manto con el que arropa las frondosas laderas de Petion Ville. Las coloridas casas van apareciendo poco a poco como destellos en la penumbra mientras el verde de la vegetación brota del suelo saludando al astro rey. El día se va abriendo camino al son de los tañidos de las campanas de las iglesias cercanas. Son las seis de la mañana y la vida comienza su andadura en uno de los países más castigados del mundo. Un nuevo día de lucha, de resignación y de muerte en el país más pobre del continente americano…

Los haitianos abarrotan las principales arterias de Puerto Príncipe- la capital. La vida se abre camino en medio de la desesperación general. La capital es el lugar ideal para tomar el pulso a un país que poco a poco se va agotando y sólo da bocanadas para intentar respirar y aguantar un segundo más en esta letanía que les arrastra hasta el fondo del pozo.

Mientras las niñas, con sus sempiternas sonrisas y sus inconfundibles coletas, caminan cogidas de la mano hacia su colegio, engalanadas con su mejor uniforme, otros las miran pasar con aire triste en el rostro y nostalgia en los ojos desde su pedacito de lona donde les han confinado a vivir mientras el mundo mira para otro lado esperando que el problema se resuelva solo o, por el contrario, sólo se acuerda de ellos cuando la tierra tiembla o cuando la muerte llama a sus puertas disfrazada de un enfermedad de la que nunca habían oído hablar.

Puesto de vendedores ambulantes en Puerto Príncipe. Foto: A. Pampliega

El tráfico es horrible- ¿por qué en las zonas más desfavorecidas ocurre siempre lo mismo?- y avanzar un metro es una labor titánica a cualquier hora del día. Los clánoxes impregnan el ambiente convirtiéndose en una molesta banda sonora que acompaña a los haitianos desde que se levantan hasta que se acuestan. Las fachadas de los edificios, los postes de teléfono, las farolas- donde se pueda encontrar una- o los coches van empapelados con rostros desconocidos para la mayoría de los haitianos que este domingo están llamados a elegir nuevo presidente para los próximos cinco años y que no están cómo para pensar en quién depositar su confianza. Total, ¿para qué? Siguen igual gobierno quien gobierne.

Según vamos dejando atrás la colorida y ‘despampanante’ Petion Ville con sus mansiones de cientos de millones de dólares el paisaje cambia 180% para convertirse en una zona de conflicto… Casas derruidas o a medio derruir donde varios operarios se afanan en retirar escombros- sólo el 2% del total de los escombros que atestan las calles de la capital han sido retirados desde el terremoto- con una endeble pala. Tras callejear por varias arterias y sortear el tráfico con más pena que gloria desembocamos frente al Palacio Presidencial de Puerto Príncipe. El edificio más importante y más significativo de todo el país languidece mientras un par de banderas continúan ondeando en lo alto de las cúpulas que reposan sobre el suelo.

Palacio Presidencial de Puerto Príncipe. Foto: A.Pampliega

Justo allí. Donde late el corazón del país la imagen de Haití se convierte en dantesca. Miles de personas- se estima que cerca de 3.5000- se han ido instalando poco a poco en casas levantadas con maderos, lonas de USAID o plásticos, convirtiendo aquel lugar en un inmenso vecindario donde los haitianos han comenzado a entender que nadie va a ayudarlos y aquel pedacito de terreno cubierto de césped- en el mejor de los casos- se ha convertido en su nuevo hogar. Los negocios brotan como setas por doquier. Orondas mujeres venden alimentos a sus vecinos mientras los hombres acuden a la barbería a cortase el pelo o recortarse la barba o a comprar ropa en un puesto improvisado que aprovecha las paredes o los árboles cercanos para convertirlos en improvisados escaparates.

La muerte siempre es un buen negocio. Foto: A. Pampliega

Justo ahí. En el corazón del país. En el centro neurálgico de un país que zozobra encontramos la imagen que mejor describe la situación del país. Un haitiano paseando por el centro de la plaza, con el Palacio Presidencial de fondo, con un enorme ataúd en la cabeza en busca de clientes a quienes les pueda interesar sus servicios… Ahora, con el cólera en plena ebullición- 1.344 personas fallecidas y 57.000 ingresadas- es el único que hace negocio.