Aunque no es que en Albacete se haya arramblado con el pasado arquitectónico en mayor proporción que en otros lugares, la inicial escasez hace más dolorosos esos derrumbes para dejar el solar a mostrencos de hormigón que hieren nuestra vista. Mal común, como la ola de progreso que derribó prácticamente todas las murallas y puertas de las ciudades muradas para los ensanches del XIX y que a nosotros nos ha privado de algúnos palacios, iglesias, conventos o nobles edificios de principios del siglo XX que daban unidad y encanto al centro de Albacete. Algunos quedan, ofendidos por la compañía arquitectónica, pero ahí están. Por contra, tenemos muchos árboles, parques y jardines, un aire limpio, hermosas puestas de sol, buen queso, excelentes vinos, y gente con un humor propio de naúfragos y supervivientes a los que nada les fue fácil. Un humor que nos permite reirnos de nosotros mismos y de quienes dicen vivir en territorios históricos, que parece ser que Dios vino a estos desolados páramos, ya bien entrada la historia, a remediar un olvido del día de la creación. Terreno fronterizo y de paso, tal vez el problema es que hayamos tenido historia demás e inversiones de menos, lo que provocó la pérdida de lo mejor del terreno, sus gentes, que tuvieron que emigrar a buscarse la vida, muchas veces siguiendo a sus aguas arrebatadas, para ser mirados con desdén en las regiones cuya prosperidad ayudaron a levantar con sus manos. Una prosperidad ajena muy ligada a nuestra ruina y despoblamiento. Entender más de la bolsa que de la historia lleva a algunos a hablar, sin tener que apuntalarse la cara con recios andamios, de algunas gilipolleces sobre deudas históricas y otras garambainas. A ver si un día tenemos tiempo y vergüenza y echamos cuentas.
Dejemos sufrir a los que tienen que remontarse siglos para encontrar motivos de orgullo, cuanto más antiguos más ajenos, y admiremos a nuestros antepasados más o menos cercanos que, olvidados y teniendo todo en contra, consiguieron sobrevivir y permitir que aquí estemos ahora nosotros, su prole, gente genéticamente estoica, resistente y tenaz. Nosotros, poniendo patas a sus genes, pululamos hoy en día en busca de una mesa en el bar, donde hidratarnos al sol o a la sombra, según mercado y estación para, de paso, guarecernos de este clima inclemente que remata la suerte para hacernos berroqueños.