El pasado martes 21 de noviembre se cumplieron diez años de la muerte de Fernando Fernán Gómez, actor, director, guionista, dramaturgo, novelista y figura fundamental de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX. Aprovechamos para recuperar este texto sobre su trayectoria como cineasta, publicado originalmente en Imán, revista de la Asociación Aragonesa de Escritores, en junio de 2014.
Fernando Fernán Gómez: breve aproximación a un “jodío peliculero”
A favor de la cinefilia hispánica de Payne cuenta un detalle que le proporciona cierta ventaja sobre sus compatriotas camaradas de profesión: su estancia en Salamanca como estudiante de intercambio con Stanford, su universidad de origen. Pero aunque su juvenil periplo español no se hubiera producido, probablemente Payne habría podido referirse en idénticos términos a Fernán Gómez al tratarse de uno de los actores españoles con mayor proyección internacional entre los años setenta y los noventa del siglo pasado, a pesar de que, a diferencia de otros intérpretes mundialmente reconocidos como Francisco Rabal o Fernando Rey, que ganaron en popularidad a través de su participación más o menos importante y afortunada en coproducciones de todo pelaje o en saltos directos a otras cinematografías, su prestigio se asentó a partir de un cine propiamente español.
No parece existir en lengua castellana un adjetivo que sirva para definir con sencillez y exactitud lo que Fernando Fernán Gómez representa para la cultura española de las últimas décadas: poeta, narrador, dramaturgo y ensayista además de guionista, actor y director de teatro, cine y televisión… Facetas todas
La finalidad de este texto es proponer tres vías de acercamiento, tres líneas temáticas claramente interrelacionadas para una interpretación general del cine de Fernando Fernán Gómez: el mundo visto a través del hecho anecdótico; la lucha por la supervivencia, vital y moral, en un entorno económico y social adverso y asfixiante; y, por último, derivado directamente de lo anterior, el crimen, la violencia, la infracción, lo ilícito –legal y moral–, como ingrediente.
La historia vista desde las pequeñas historias
En el estupendo documental-entrevista La silla de Fernando (David Trueba y Luis Alegre, 2006), Fernán Gómez relata su experiencia como adolescente en
Aunque inmediatamente después reniega de su absurda manera de interpretar el conflicto en su juventud y manifiesta su aversión, a toro pasado, a la realidad que representaba el régimen de Franco (“No ha llegado la Paz; ha llegado la Victoria”, dice su personaje de Las bicicletas son para el verano, llevada al cine por Jaime Chávarri en 1984), en su posterior obra cinematográfica Fernán Gómez conserva este peculiar prisma en la forma de acercarse a muchos de los personajes y temas de sus películas. Es decir, que su cine explica los acontecimientos colectivos, evidencia las distintas situaciones políticas, económicas y sociales de cada momento, a través de la mirada privada, con más o menos talento o grado de inteligencia, interés personal, satisfacción o locura, de sus personajes, desde los efectos que estos procesos tienen sobre su conformación y evolución como tales. Así, personajes, tramas y contexto vital quedan estrechamente ligados, indisolublemente unidos, de forma que sirven como vehículo simbólico para presentar el fresco de una realidad cambiante que los aturde, atrapa, coarta y oprime, en la que difícilmente logran encajar a gusto. Desde este punto de vista, la filmografía de Fernando Fernán Gómez contempla bajo esa mirada particular distintos aspectos de la historia española de los dos últimos siglos, hasta configurar un puzzle que prácticamente puede seguirse en orden cronológico.
El mensaje (1955), también coescrita y protagonizada por él, trata de una partida de guerrilleros de la Guerra de la Independencia (1808-1814) en la que se oculta un delator, lo que permite al director superar el planteamiento inicial para esbozar la eterna cuestión del enfrentamiento entre el “vivan las caenas” (inolvidable referencia al asunto en El fantasma de la libertad de Luis Buñuel, de 1974) y las nuevas ideas ilustradas traídas a sangre y fuego por las tropas francesas, lo cual no deja de ser, al menos en parte, el germen del conflicto entre las llamadas dos Españas.
Sólo para hombres (1960), guión propio a partir de una obra de Miguel Mihura, retrata en tono de comedia el convulso e inestable ambiente político español de finales del siglo XIX, fruto de los sucesivos cambios de gobierno y de constitución, tomando como premisa el hecho de que una bella joven empieza a trabajar en un ministerio ocupando un puesto reservado desde siempre a los hombres, con el consiguiente escándalo entre los más puritanos y tradicionales. Su eficiencia, muy superior a la de cualquiera de sus compañeros, no deja indiferente a nadie, y despierta tanta admiración como animadversión. Así, la película subvierte los cimientos de la sociedad machista en un discurso tan válido para el escenario histórico en que se sitúa la trama como para el momento de su rodaje, si es que no permanece igual de vigente a día de hoy.
Relacionada con la anterior, Mi hija Hildegart (1977), con guión coescrito junto al gran Rafael Azcona, supone una aproximación a la Segunda República a través del hecho real protagonizado en 1933 por Aurora Rodríguez (Amparo Soler Leal), la asesina confesa de su hija de 18 años, en la que había ensayado sus radicales planteamientos sobre las necesidades educativas de la mujer consagrada a la liberación de su sexo del yugo patriarcal. Aurora buscó un hombre sano, inteligente y que aceptara renunciar a la paternidad para criar sola a un prototipo que cumplió todas sus expectativas: miembro del PSOE, licenciada en derecho y autora de libros y artículos con tan sólo 16 años, a los 18, además de matricularse en medicina, era ya muy conocida en los círculos intelectuales y revolucionarios republicanos. Dejando aparte las imperfecciones formales y dramáticas, resulta tan fascinante el retrato que la película hace de una sociedad extremadamente politizada (igualmente extrapolable al momento de su filmación) como la envenenada y poliédrica relación psicológica entre madre e hija, con su heterogénea y recíproca mezcla de afectos, obsesiones, prejuicios, rebeldías, frustraciones y odios.
“Cine en serie – Maldito cine”, cuenta con una banda sonora que alcanzó un enorme éxito de ventas. Temas como el de Roy Orbison que da título a la cinta o el famoso y meloso It must have been love, del dúo sueco Roxette, fueron auténticos pelotazos del momento. Algo más escondida, afortunadamente, estaba esta canción del irrelevante grupo Go West, pop de 1990 demasiado ochentero, con todo lo que eso conlleva, lo de pop y lo de ochentero, titulada King of wishful thinking. Lo dicho, música pop con todas las consecuencias y vídeo que se mueve a medio camino entre lo triste, lo curioso, lo simpático y, sobre todo, lo patético. Se recomienda ver el vídeo dos veces, con y sin sonido. Lamentable. Con esta “inolvidable” canción y su correspondiente clip iniciamos una serie discontinua que irá reflejando el petardeo que también contienen algunas bandas sonoras.
Para compensar algo la fechoría de hoy, dos anuncios:
– En el marco de las Segundas Jornadas Aragón-India se proyectará íntegramente en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, en sesiones de 19:30 a 21:30 la “Trilogía de Apu”, de Satyajit Ray, que incluimos en nuestra sección Cine en serie.
– Julio y agosto: cine de verano en 39escalones. Más detalles próximamente.
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" data-medium-file="" data-large-file="" class="alignleft wp-image-2996 size-medium" src="https://imanliteratura.files.wordpress.com/2014/05/4_ffgomez_el-mundo-sigue.jpg?w=300&h=158" alt="Fernando Fernán Gómez, El mundo sigue" width="300" height="158" />Tras la intrusión de Jaime Chávarri en lo que sería la aproximación a la guerra civil propiamente dicha por parte de Fernando Fernán Gómez, y del mismo modo que los cómicos ambulantes de El viaje a ninguna parte (1986) sirven al propósito de dibujar el panorama de escasez y privaciones de la primera posguerra (y de paso criticar la amnesia sobre el propio pasado de un país sumido en la falsa autosatisfacción por la tramposa bonanza asociada a la “cultura del pelotazo”), y Ninette y un señor de Murcia, de nuevo sobre una obra de Mihura, se acerca a la realidad de los españoles exiliados por razones políticas en contraste con la acomplejada vida en el interior del país, Fernán Gómez dedica una serie de películas a reflejar la España del desarrollismo que sigue al fracaso de la autarquía. La magistral (aunque no llegara a estrenarse) El mundo sigue (1963), adaptación de una novela de José Antonio Zunzunegui, parte de dos hermanas (Lina Canalejas y una perturbadora Gemma Cuervo) que se odian mutuamente a pesar de que o precisamente porque comparten su obsesión por la adquisición de una buena posición económica, una sorda lucha de rencores y resentimientos que provoca no pocas víctimas. La complejidad y riqueza de este film lo erigen en paradigma de las tres líneas principales que se exponen en estos párrafos y la convierten en la que es probablemente la mejor película de toda la filmografía de su director. Los Palomos (1964), comedia escrita por Alfonso Paso, presenta a dos pardillos (José Luis López Vázquez y Gracita Morales) que son sometidos por el jefe de él (Fernando Rey), bajo la fachada de la camaradería y la adulación entre iguales, a un criminal juego de engaño y manipulación con el pretexto de lograr el puesto de director de la sucursal en Barcelona y mejorar así su situación. Finalmente, El extraño viaje opone la tradicional vida de provincias al próximo y aun así inalcanzable universo de oportunidades y tentaciones que ofrece el torbellino urbano de la capital. Como en El mundo sigue, esta película puede entenderse como un compendio de las inquietudes de Fernán Gómez que se presentan en este artículo: con el fin de analizar las causas que motivan la masiva emigración del campo a la ciudad, se vale de una historia de opresión en la vida rural y de ansias de prosperidad más allá de él que encuentran en el crimen un atajo que no sale a cuenta tomar.Por último, antes de detenerse en el pinchazo de la “cultura del pelotazo” de Pesadilla para un rico (1996), en la que la plácida vida entre lujos, familia y amante de un maduro hombre de negocios (Carlos Larrañaga) se ve truncada cuando una de sus compañeras de cama ocasionales aparece muerta y, tras deshacerse no sin problemas del cadáver, es sometido a chantaje, Fernán Gómez retoma los ecos de la guerra civil en el cambio político de los años setenta con Mambrú se fue a la guerra (1986), película en la que, tras la noticia de la muerte de Franco, una abuela (María Asquerino) anuncia a la familia que su marido no murió en la contienda, sino que permanece oculto en un escondite cavado en el patio de la casa, y El mar y el tiempo (1989), que narra el retorno a España de un exiliado de la guerra (el argentino José Soriano) para reencontrarse con su familia tras la dictadura.
El recorrido de Fernán Gómez por la historia reciente de España se completa con Yo la vi primero (1974), elocuente fábula con guión de los humoristas Chumy Chúmez y Manuel Summers en la que un hombre de 35 años posee en cambio, significativamente, la edad mental de un niño de 10 debido a su larga postración en la cama.
La dura y larga batalla por salir adelante
Volviendo a la entrevista con David Trueba y Luis Alegre, Fernando Fernán Gómez confiesa abiertamente la atracción que el lujo siempre ha ejercido sobre él. En su juventud de guerra y posguerra, debido a la pobreza generalizada y al racionamiento; en su ancianidad, porque su larga trayectoria como escritor, actor y director no le ha proporcionado un colchón económico suficiente para no tener que preocuparse de los gastos que conllevan su decaimiento físico y su enfermedad. El lujo, por tanto, lejos de cualquier superficialidad ligada a la ostentación, constituye para él un factor doble. Por una parte, un club restringido cuyos miembros carecen de los problemas por asegurarse la supervivencia diaria que acucian a la mayoría de los seres humanos, un planeta propio donde no existen las penurias materiales. Por otra, el único medio de procurarse estabilidad, tranquilidad y confort hasta el último instante de vida. La pompa, la suntuosidad, el exhibicionismo económico, sólo son efectos residuales indeseados.
En La querida (1976) es el interés de Manuela (Rocío Jurado) por los hombres ricos y poderosos que se le ofrecen tras su éxito como cantante lo que la aparta de Eduardo (Fernando Fernán Gómez, en inadmisible emparejamiento con una de las mujeres peor dotadas para la interpretación que se recuerdan), el compositor que le brindó su primera oportunidad y del que se enamoró cuando no tenía otro remedio que ser pobre. En la ya citada Mambrú se fue a la guerra, la “resurrección” del abuelo escondido durante la dictadura choca con la avaricia de su familia, que ve en la más que probable concesión de pensiones de viudedad por parte del nuevo régimen democrático en atención a las víctimas republicanas una forma de incrementar sus ingresos al “bajo coste” de mantener el secreto de su supervivencia unos años más. Por último, los huéspedes de la residencia de ancianos de Fuera de juego (1991) son el vehículo que Fernán Gómez utiliza para analizar el fenómeno de la amortización de los seres humanos que ya no resultan rentables en una sociedad mercantil gobernada por las estadísticas, el mandato del eterno incremento en los porcentajes de beneficio y el consumo desenfrenado de bienes materiales.
La tentación de lo ílicito como solución a un porvenir incierto
En primer lugar, aquellas situaciones en las que constituye un medio para alcanzar un fin en mayor o menor medida loable, una manera más o menos aceptable de intentar salir adelante o de satisfacer una necesidad. Así, además de lo ya apuntado sobre Lázaro de Tormes, el protagonista de El malvado Carabel no vacila en vengarse de la empresa que acaba de despedirle y no concibe plan más descabellado para hacerse con el dinero necesario para complacer a su novia y poder casarse que robar la caja fuerte del despacho de su antiguo jefe. Algo parecido ponen en marcha los ancianos de Fuera de juego o el apurado marido de El mundo sigue, que, atrapado en la tesitura de tener que contribuir a la rivalidad que ambas hermanas mantienen por la supremacía económica familiar, también salta la línea de lo prohibido cuando, frustrado por el continuo fracaso en su iluso empeño de acertar quinielas millonarias, decide saquear la caja del bar donde ha conseguido empleo. Por último, la familia de Mambrú se fue a la guerra que intenta mantener en secreto que el abuelo escondido al final de la guerra civil todavía vive, busca el fraude a la Seguridad Social como forma de acrecentar sus ingresos, al tiempo que pretende compensar simbólicamente, apelando a una muy particular justicia poética, el destino que les ha privado de una vida normal.
Otros personajes utilizan medios todavía más discutibles para objetivos aún más dudosos. Mientras que la apetitosa joven que interpreta Gemma Cuervo en
Así, en segundo lugar, el crimen, la muerte y la violencia aparecen también como castigo. La hermana que interpreta Lina Canalejas en El mundo sigue sucumbirá finalmente a su desesperación y pagará un alto precio por su obsesiva ambición de ascenso económico, del mismo modo que el hombre de éxito al que da vida Carlos Larrañaga en Pesadilla para un rico sufre una angustiosa odisea, un poco en la línea de Buñuel en Ensayo de un crimen o La vida criminal de Archibaldo de la Cruz (1955), es decir, más como expiación de su culpa por la pertenencia a la clase acomodada que por su responsabilidad real en un asesinato. La naturaleza más clara del crimen como castigo en la obra de Fernán Gómez aparece en Mi hija Hildegart, en la figura de la madre que acaba con su propia hija cuando comprende que el trabajo de tantos años invertido en su formación y preparación con vistas a convertirla en la punta de lanza de la liberación de la mujer se viene abajo al enamorarse la joveny estar dispuesta a abandonarlo todo para marcharse de España en compañía de su amante, tirando así por tierra todo el bagaje inculcado por su madre y aceptando el papel secundario a la que la sociedad patriarcal la tiene destinada. Lo escalofriante de esta conclusión es que, mientras la hija es consciente de que la muerte es un castigo impuesto por su empeño en saltarse el guión que su madre ha diseñado para ella, para la asesina en cambio se trata de un acto necesario para mantener la vigencia y la razón de su discurso, el cual nunca se llega a saber hasta qué punto está condicionado por alguna patología mental. Los desenlaces de Los Palomos o El extraño viaje, que no conviene adelantar para no romper el efecto sorpresa al espectador que tenga pendiente su descubrimiento, contribuyen asimismo a este papel de la violencia punitiva en el cine de Fernán Gómez.
La irregularidad como nota distintiva
La filmografía de Fernán Gómez como director destaca por su gran desigualdad. Si bien, como hemos visto, cabe aplicarle una sólida coherencia temática que permite ubicarla sin dificultad dentro del bloque unitario que compone el conjunto de su obra artística, la calidad global del acabado final de sus películas varía enormemente de unos títulos a otros en todos los niveles, del narrativo al técnico, del interpretativo a la puesta en escena. Las buenas actuaciones y los repartos solventes se mezclan con intérpretes rutinarios o inexpertos; los guiones trabajados y abundantes en matices y lecturas destacan sobre otros planos y previsibles; la tensión dramática de algunas historias, la complejidad psicológica de muchos de los personajes, el acertado diseño de ciertas atmósferas y situaciones retorcidas, choca con el aire de improvisación y el descuido formal de instantes aparentemente filmados con piloto automático. No obstante, sobre todas ellas planea el discurso literario de un autor en el que predomina la riqueza de la historia y del texto por encima de su traducción a imágenes, por más que sus mejores películas (Manicomio, La vida por delante, Sólo para hombres, La venganza de Don Mendo, El viaje a ninguna parte y, especialmente, El mundo sigue y El extraño viaje) contengan momentos puramente cinematográficos que se hacen imprescindibles para entender, apreciar y reivindicar justamente el cine español.