Ante esta situación, la comunidad científica se ha interesado en estudiar los efectos de una sociedad consumista y materialista, analizando cómo afecta al individuo este tipo de comportamientos. Las comprensiones de lo que ahora llamamos compra compulsiva e impulsiva son relativamente nuevas en la evolución de la ciencia (Luna-Arócas, 2000; Rodríguez et al, 2001; Neuner et al., 2004; Dittmar, 2005).
La mayoría de las personas realizan sus comprar en función de intuiciones o impulsos. Así, se da lugar a lo conocido como compra no planificada. Este tipo de compras no sólo dependen del objeto que se quiera adquirir, sino que también dependen del simbolismo que le otorgue el individuo y de la interacción entre sujeto y objeto.
Llegados a este punto debemos establecer la diferencia entre la compra compulsiva de la compra impulsiva:
La compra compulsiva o patológica es aquella en la que el sujeto otorga al objeto un significado, de modo que al realizar la compra ésta genera una sensación de satisfacción o placer momentáneo. Por ello, el sujeto inicia una dinámica de volver a realizar el proceso de compra. Se crea por tanto, una adicción a la compra. La mayoría de los compradores compulsivos utilizan la compra para enfrentar situaciones insatisfactorias, bien sea con su entorno o con ellos mismos.
Se calcula que en España, al rededor de 400000 personas padecen este trastorno, un 90% de las cuales son mujeres. De lo que no nos libramos el resto de la sociedad es de ser compradores impulsivos.
La mayoría de las cosas que compramos, no las necesitamos. La publicidad y el marketing tiene como objetivo crear necesidades en el sujeto para que estos sientan la necesidad de comprar, es decir, que se desencadene este impulso.
Ambos tipos de compra tienen en común el sentimiento de posesión y la necesidad de urgencia que se crea. Sin embargo, mientras el primero puede requerir ayuda de especialistas, la compra impulsiva es un acto no deliberativo que no tiene porque repetirse de manera recurrente.