Pérez de la Fuente, una vez más, ha sabido traspasar la barrera de lo políticamente correcto a la hora de concebir el montaje y la dirección de esta obra, pues se ha servido del poder de los símbolos para amedrentar a nuestros plácidos sentidos antes de entrar en la Sala del Centro Dramático Nacionaly, con ello, lograr trastocar a esa melancólica lucidez de la primavera que, una vez dentro, se abate en un invierno frío y atronador que busca sin excusas arrancarnos los axiomas que tenemos perdidos en nuestra memoria, para, primero, resituarlos en el tiempo presente, y después, refundirlos de nuevo antes de dejarlos reposar en el limbo de los tiempos. Un país que se precie de tal, debe sumergirse en los lodos de su historia para intentar sacar algo de luz a su horrores, con el único fin de que no se vuelvan a producir. Esa posibilidad que, podríamos tildar de realismo mágico, es la que Ignacio Amestoyproporciona a su Comandante Arenastransmutado en un Dionisio Ridruejo visionario de los nuevos tiempos. Tiempos de paz y democracia a los que solo les falta un nuevo líder que traspase la frontera del pasado, pero que, esta vez, en el transcurrir de los días, formará parte de los ahorcados en el tiempo.
El reparto de actores está a gran altura, pero Ernesto Arias, en el papel del Comandante Arenas está soberbio e imponente, derrochando ternura y crueldad, fuerza y pudor a partes iguales y, que encuentra en Paco Lahoz como el General Castilloa su prefecta sombra.
Ángel Silvelo Gabriel.