Discurso, XXI Feria del Libro – Arrecife, Lanzarote

Publicado el 08 mayo 2016 por Ibizamelian

Discurso 6.5.2016 en la Feria del Libro, Arrecife – Lanzarote

Buenas tardes a todos:

Primeramente me gustaría mostrar mi agradecimiento por permitirme participar en esta Feria del Libro en Lanzarote, la tierra que me vio nacer. La tierra modelada por el agua, el aire y el fuego. La tierra en la que pasé mi niñez y donde mi bisabuela me acunaba con historias del ayer. Historias de un arduo pasado que despertaron en mí el amor por aprender y la necesidad de leer.

Para mí es una gran alegría poder presentar en esta isla mi último ensayo novelado, La Hermandad de Doña Blanca. Libro en el que he querido rendir un pequeño homenaje a esos españoles por los que guardo una profunda admiración, los regeneracionistas. Quienes ambicionaban curar el alma española, extirpar el mal que corroía los cimientos de nuestro Estado. Como ya hiciera en Historias de un pueblo, humilde ofrenda a los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. Ahora bien, en La Hermandad de Doña Blanca el tributo es para José Echegaray y Eizaguirre, Premio Nobel de Literatura en 1904. Quien amargamente se quejaba de una nación «donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo»[1].

Cuentan que otro insigne literato, Ramón María del Valle-Inclán, adscrito a la Generación del 98, sostuvo un áspero enfrentamiento con Echegaray. Tal fue el grado de enemistad que en cierta ocasión Valle Inclán necesitó que le hicieran una transfusión de sangre, debido a una grave enfermedad que lo mantuvo hospitalizado. Así que hasta el centro hospitalario se acercó Echegaray para hacer lo propio. Sin embargo, al enterarse Valle-Inclán del ofrecimiento le espetó al médico: «¡Doctor, ni se le ocurra. No quiero la sangre de ese. La tiene llena de gerundios¡»[2] . Pues bien, en La Hermandad de Doña Blanca hago un guiño a esos hermosos gerundios utilizados por el primer español que ganó el Nobel.

Ahora si me lo permiten voy a pasar a leer los pasajes iniciales de mi obra:

La oscuridad se cernía lentamente sobre Sigüenza. El frío se hacía cada vez más patente. El silencio se apoderaba poco a poco de sus longevas calles medievales. Mientras el majestuoso castillo sobresalía sobre tan enigmática estampa, donde estuvo confinada, desde 1355 a 1359, nuestra venerada doña Blanca de Borbón. Privada de toda libertad por su cruel marido, Pedro I de Castilla. Narra la leyenda que, en las noches cerradas de luna llena, aún se pueden percibir sus tristes lamentos, incluso vislumbrar su afligido espectro.

Mas la fortaleza hoy se encuentra transformada en hotel. Parada imprescindible para los viajeros que andan detrás de la huella de nuestra larga y tumultuosa historia. Y allí estábamos, como cada año, los cinco miembros de la Hermandad de Doña Blanca. La desdichada doña Blanca de Borbón, asesinada por orden de su sanguinario esposo cuando apenas contaba con veinticinco años de edad. Si bien, su cuerpo inerte yace en suelo andaluz, su espíritu errante vaga por este pequeño enclave de Castilla – La Mancha. Implorándonos, suplicándonos que conquistemos su libertad, y no sólo la suya sino también la nuestra, en definitiva la de todos.

Y es que La Hermandad de Doña Blanca es ante todo un canto a la libertad. Una incitación a desligarnos de todo tipo de condicionantes políticos, religiosos o económicos. Es por ello que a modo de dedicatoria inicio mi libro con unas palabras que se atribuyen a Buda:

No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos. No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. No creáis en nada sólo porque así lo hayan creído los sabios en otras épocas. No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os inspira. No creáis en lo que dicen las Sagradas Escrituras sólo porque ellas lo digan. No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano. Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen de la razón y a la voz de la conciencia.

Porque qué pasaría si cayésemos en la cuenta de que la esencia de todas las creencias es la misma. Si rememorásemos los vocablos de Giordano Bruno. Adalid del librepensamiento, condenado por la Iglesia a morir en la hoguera en el 1600. Fraile dominico, además de célebre alquimista y astrónomo, quemado vivo por insinuar que Dios nace en nuestra alma. Quien profirió días antes de fallecer a sus inquisidores:

«Yo sé que me condena vuestra demencia suma.
¿Por qué? Porque las luces busqué de la verdad,
no en vuestra falsa ciencia que el pensamiento abruma
con dogmas y con ritos robados a otra edad, (…)
leyenda vuestra historia fantástica y extraña (…)
Decid a vuestro Papa, vuestro señor y dueño.
Decidle que a la muerte me entrego como a un sueño.
Porque es la muerte un sueño que nos conduce a Dios…
(…) a ese Dios-Idea que en mil evoluciones
da a la materia forma y vida a la creación.
(…) al Dios del pensamiento.
Al Dios de la conciencia, al Dios que vive en mí,
al Dios que anima el fuego, la luz, la tierra, el viento»[3].

Pues La Hermandad de Doña Blanca es una invitación a conectar con nuestro yo más profundo. Una llamada a la plena regeneración del cuerpo, la mente y el espíritu, en línea con la tan en boga psicología transpersonal. Y para ello me valgo del lenguaje ancestral, la simbología. Los símbolos, utilizados desde el Antiguo Egipto para conectar con el quinto elemento. Los arquetipos que conforman el insconsciente colectivo descrito por el prestigioso psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung.

Y es que simplemente con mirar la portada ya podemos intuir lo que las páginas interiores contienen. Donde aparece el círculo conformado por la serpiente que se muerde la cola, el uroboros. Imagen mítica que nos recuerda el ciclo vital. Morir para después renacer. Destruir para luego construir. Figura que alberga al sol y la luna, lo femenino y lo masculino, la dualidad. El uno y el dos que logran el equilibrio gracias al tres. Número mágico este último que aparece igualmente representado por los tres puntos masónicos. El ternario, la trinidad de los católicos. Según los gnósticos la materia que debe sucumbir ante el espíritu, para terminar retornando a la fuente divina. Conforme a las enseñanzas platónicas: el Uno, masculino; el pensamiento, femenino; y el logos, el hijo[4].

Asimismo, se vislumbra la acacia como alegoría de la inmortalidad. A la que alude el maestro masón cuando asegura que: «La acacia me es conocida». Poseedor de los conocimientos que conducen a la suprema sabiduría. Madera sagrada de la que supuestamente algunos afirman que estaba hecha la corona de espinas de Cristo. Y, en base a lo manifestado por la Biblia, el Arca de la Alianza en cuyo interior se hallaban los Diez Mandamientos[5].

También podemos apreciar la flor de lis. Emblema de la realeza francesa, de la que provenía doña Blanca de Borbón. Y de la otrora poderosa Orden de Santiago[6], de la que era gran maestre su amado y venerado noble español, don Fadrique. La flor de lis como muestra de la pureza[7].

Finalmente hay dibujada una cruz en la que destaca una rosa pintada de un intenso magenta. «¿Quién ha unido la rosa a la cruz?», preguntó Goethe. La cruz, el cuerpo humano. Y la rosa, su alma, que sólo se abrirá completamente en aquel que ya esté preparado. Cruz junto a la que sobresalen las enigmáticas letras R y C. Caracteres que guardan relación con el subtítulo del libro Per Crucem ad Rosam y que significa a través de la Rosa Cruz. Antigua corriente mística que buscaba la regeneración de Europa. Regeneración que los protagonistas de mi relato claman para nuestro país. Regeneración que el fantasma de doña Blanca de Borbón trata a toda costa de conseguir.

Narración que se hilvana en torno a una mágica fecha y preciso instante, el 21 de diciembre de 2012 a las 11:12. Momento en el que debía comenzar el cambio, coincidente con el solsticio de invierno. Al culminar el último ciclo de ciento veinte años. Y sobre el que pendía el peligro de la irrupción de un falso Mesías en España. Un nuevo «cirujano de hierro» quizás, tristemente, tan del gusto de nuestra patria. Quien prometería el cielo en la tierra, para traer únicamente el infierno. Quien trataría de impedir que se cumpliera la profecía, que dejásemos atrás lo viejo para dar paso a lo nuevo. Quien querría evitar a toda costa que comenzase «La Edad del Espíritu Santo». Una vez culminada «La Edad del Hijo», que devino luego de la «Edad del Padre». Tres etapas que describen nuestra historia, según el monje italiano de la Edad Media, Joaquín de Fiore.

Si bien, La Hermandad de Doña Blanca es también la reivindicación del papel de la mujer en la historia. No en vano sus protagonistas principales son mujeres. Doña Blanca de Borbón, quien se desposara con Pedro I de Castilla, el 3 de junio de 1353 en Valladolid. Quien fuera repudiada por su esposo a los dos días del enlace. Sometida a cautiverio hasta su asesinato. Quien concitó, en defensa de su honor, el desenlace de la primera guerra civil nacional. A quien los Reyes Católicos rendirán su merecido homenaje en 1447, al ordenar inscribir en su lápida: «…Doña Blanca Reina de las Españas, hija de Borbón (…), fue grandemente hermosa de cuerpo y costumbres, (…) muerta por mandato del rey D. Pedro I el Cruel su marido.»

Y María, dotada de una gran sensibilidad para conectar con el más allá. Nacida en Sigüenza. Villa radicada en Guadalajara, en la región castellano-manchega. Por la que pasa el tramo 10 de la Ruta del Quijote. Es por ello que María, la eterna aspirante a escritora, sueña con ser tocada por al menos una nimia brizna del talento del inigualable y celebérrimo Manco de Lepanto. Cuya ánima, asegura, transita sin atadura alguna por las medievales calles de su pueblo natal.

No obstante, el texto también clama por el injusto trato a otra heroína de la historia, María Magdalena, de quien la Iglesia inventó que era prostituta. En concreto Gregorio I en el siglo VI. Ya que la prostitución es el pecado más atroz durante siglos lanzados contra una mujer. Empero, en 1969 la Iglesia tuvo que asumir su equivocación. Y es que fue el emperador Constantino el encargado de tutelar el dogma. Quien en el Concilio de Nicea del 325 propició que se asimilara el papel de la mujer al de la sociedad romana. En la que o bien estaba sometida a la potestad del padre, del esposo, o en defecto de éstos de un tutor.

Ante todo los personajes de mi relato tienen que cumplir una misión, hacer realidad la fábula de la caverna de Platón. Se han de convertir en los filósofos que traigan la luz a la caverna donde los españoles habitan. A modo del bodhisattva budista. Sin embargo, han de tener cuidado con los que en tal lugar moran. Porque, como sentenció el filósofo griego, probablemente si se les intenta llevar a una luz que siempre han visto distorsionada: primero mostrarán incredulidad, después se reirán, y por último pueden llegar incluso a matar a aquel que pretenda mostrarles una nueva realidad.

Aún recuerdo aquellos días que pasé, hace años, en el Parador de Sigüenza. La noche en la que, inexplicablemente, la puerta de mi habitación se abrió y se cerró sola. Todavía no sé si trataba de un mero truco del establecimiento para acrecentar la curiosidad de sus huéspedes en la leyenda de doña Blanca de Borbón. Pero lo que sí sé es que hizo prender en mi interior la llama del Amor por Sabiduría. Y es que sin duda alguna, parafraseando al escritor cubano Carlos Alberto Montaner, lo mejor de escribir es poder aprender.

Espero que disfruten tanto con la lectura de La Hermandad de Doña Blanca, como yo lo hice al redactar este libro. Aunque quizás, no lo sé, fui simplemente la escriba de doña Blanca de Borbón. Quien me susurraba al oído cada noche los vocablos que debía decir. Constructora de los pensamientos que tenía que transmitir. Mientras Hermes, el tres veces grande, me indicaba los secretos a descubrir.

Un millón de gracias a todos por hoy estar aquí.


Discurso de presentación, La Hermandad de Doña Blanca, en la XXI Feria del Libro de Arrecife, Lanzarote –
(c) –
Ibiza Melián


NOTAS:

[1] Echegaray, J. Discurso de ingreso en la RAC (fragmento). Obtenido el 29 de abril, de: http://www.epdlp.com/texto.php?id2=1679

[2] Casanova, F. (28 de noviembre de 2015). La agria disputa entre Valle Inclán y José Echegaray. HISTORIAS DE NUESTRA HISTORIA. Obtenido el 29 de abril, de: http://hdnh.es/la-agria-disputa-entre-valle-inclan-y-jose-echegaray/

[3] Alcaina, C. (7 de abril de 2013). Giordano Bruno, “aggiornamento” y nuevo paradigma. Periodista Digital. Obtenido el 30 de agosto de 2015, de: http://blogs.periodistadigital.com/enigma.php/2013/04/07/giordano-bruno-aggiornamento-y-nuevo-par

[4] Piñero, A. (2012). Los cristianismos derrotados. ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos?, pp. 91-108 Madrid: Editorial EDAF.

[5] Carlos Daza, J. (1997). Diccionario Akal de Francmasonería, pp. 15-16. Madrid: Ediciones Akal, S.A.

[6] La Orden militar de Santiago. Heraldia.com. Obtenido el 30 de agosto de 2015, de: http://www.heraldaria.com/santiago.php

[7] David, (25 de mayo de 2012). Curiosidades florales: La flor de lis. rosavallsformacio.tv. Obtenido el 4 de mayo de 2016, de: http://www.rosavallsformacio.tv/blog/curiosidades-florales/flor-de-lis.html