Disfrazarse en carnaval

Por Pedsocial @Pedsocial

La transgresión siempre ha tenido actualidad. Las culturas mediterráneas celebran el final del invierno de maneras diversas pero los clérigos introdujeron un período de abstención de comer carne y ayunar que, de simbólico, pasó hacer de la necesidad virtud. Coincide con el más que probable final de las provisiones para el invierno y sus carestías. Ya queda poco de la matanza del gorrino allá por el otoñal San Martín. Y también coincide con la preñez de muchas especies de mamíferos, a los que dejar tiempo para que paran y se desarrollen.

Para aliviar las penurias nada como una fiesta: la fiesta de las “carnes tolendas” las carnes quitadas. El jolgorio se asocia al consumo de lo que quede del tocino, de los chicharrones y, en Cataluña, la morcilla de huevo. Y a los disfraces.

El disfraz que oculta la identidad que, por un día, permite a uno parecer lo que no es. Tradiciones centenarias que nunca gozaron del acuerdo de los poderosos porque el disfraz permitía la crítica anónima. Los totalitarios como Franco, los prohibieron donde pudieron.

Por suerte se ha mantenido como celebración infantil o mucho más amplia en algunos lugares notorios, como Cádiz, Venecia, Sitges o Rio de Janeiro. Conviene fomentar que los niños aprendan que la burla y la chanza forman parte de la realidad. Pero también es bueno explicárselo.

X. Allué (Editor)