Escribe: Guillermo Peña H. «En todas las épocas de la historia, los enemigos más encarnizados del Dogma se han reclutado entre los partidarios de un Dogma Diferente, quemándose, ahorcándose o crucificándose mutuamente» (Sábato, “Uno en el universo”). Esto sucede exactamente igual en la política y dentro de su matrimonio tormentoso con el periodismo (o al menos con lo burdo y caricaturesco que estamos obligados a atestiguar/soportar). Se entiende que los hombres de prensa son seres de carne y hueso y no están desposeídos de los vicios de los demás mortales como la ambición y la corrupción (lacras sociales que acaban con nuestro país); tienen mayor dominio de la información y de lo que pueden hacer con ella (eligen hasta qué grado evidenciar su subjetividad/parcialidad, o todo lo opuesto), y por ende tienen el poder de decidir el rumbo de la misma entre la población que los sigue, direccionarla a su favor o conveniencia propia, o a favor de la sociedad y de ese compromiso ético y moral con el oficio, en nombre de sus principios y el de su gente. En la mayoría de ellos —aunque no parezca— hay consciencia, hay ética, hay talento, hay sensibilidad y hay honestidad, pero prefieren no aplicarlos; sin embargo —y utilizando las mismas palabras de Sábato— "ésta es una diferencia de grado, no de esencia".Nuestros informadores locales son insubstanciales de todas las características anteriormente mencionadas. Llegan incluso a caer más bajo del estándar moral colectivo y del statu quo mental, que ya de por sí son demasiado paupérrimos: clientelaje político, venta de editoriales y de la programación general de su espacio al mejor postor (del momento), su descaro en la dirección/conducción de su medio (no pueden disimular su repentina preferencia, su defensa muy bien gratificada monetariamente); su revanchismo contra sus antiguos “empleadores” cuyos pagos ya no son puntuales o dejaron de ser rentables; la pérdida de su veracidad, de su credibilidad, la misma que arriesgaron por más papel, cobre o zinc en sus bolsillos y/o cuentas corrientes. Y así es que nace un dogmatismo nuevo cuya ideología se define con tan solo tres palabras: «business son business». No se lucha por ningún ideal que involucre el bienestar general. Así estamos. Ahora son ellos quienes (im)ponen gobernantes. Se olvidaron del rol que le corresponde por ser mediadores, por ser los que pongan (o deberían poner) la diferencia entre un gobierno abusivo o uno servidor del pueblo y sus necesidades.