Nos pasamos la vida buscando. No importa en qué momento estemos. Ya sea en la infancia, la adolescencia o en la etapa adulta, siempre buscamos. Buscamos el amor de nuestra vida, buscamos el trabajo perfecto. Buscamos descubrir, y si nuestros descubrimientos son exóticos y poco conocidos por la sociedad, mucho mejor. Buscamos inspiración, motivación. Buscamos esa sensación que nos erice el vello y nos haga sentir especiales. Buscamos repetir esa fría noche de invierno, en la que todo era perfecto y nada nos preocupaba en absoluto.
Buscamos la perfección. O al menos, acercarnos al máximo a ella. Buscamos luchar por ser el mejor en todo, el estudiante perfecto, la novia perfecta, el padre perfecto. Sin lugar a dudas, quizás lo más buscado sea conseguir el cuerpo perfecto. Pero, ¿a caso buscamos la mente perfecta?
Obviamente, también buscamos reemplazar a personas. Personas que ya no están, personas que se han ido de nuestras vidas, personas que nos han dañado de una manera imperdonable. Buscamos, sin apenas darnos cuenta de que muchas de ellas son irreemplazables. Que nadie ocupará su lugar, por mucho que busquemos. Y aún así, seguimos buscando. Somos tercos, creemos que nos sentiremos mejor. Que un clavo saca otro clavo. Que las cosas mejorarán.
Buscamos, buscamos y buscamos. ¿Y qué encontramos? Nada.
Quizás buscamos tanto porque no somos capaces de encontrarnos a nosotros mismos. Porque nos aterra encontrar la verdad sobre quiénes somos en realidad. Porque preferimos ver lo de los demás antes que lo nuestro. Pero ¿qué pasaría si dejáramos de buscar, por tan solo un momento? ¿A caso no nos daríamos cuenta de que todo lo que buscamos lo tenemos delante de nuestras narices?
Quizás si dejamos de buscar nos daremos cuenta de que lo que hemos estado tanto tiempo buscando ha estado siempre delante de nuestras narices. Que el amor más sincero lo hemos tenido muy cerca, que el cuerpo perfecto no es el canon marcado por la sociedad sino que lo que realmente importa es la mente de una persona. Que si buscamos ser perfectos nunca lo conseguiremos, pues la perfección es un invento para hacernos creer inferiores. Que el trabajo perfecto no existe y que la felicidad se encuentra en los más pequeños detalles de nuestro día a día.
Pero, ¿quién soy yo para dar lecciones si solo busco compartir mis ideas y que lleguen a alguien?
Busquemos menos y encontrémonos más. Quizás sea la verdadera clave de la verdad.