Dos pintores desconocidos, una leyenda mitológica, un tapiz, un verso y un poeta andaluz.

Por Artepoesia

A principios del pasado siglo XX Sevilla era una ciudad atrasada; desfasada, con respecto a las demás importantes ciudades españolas, económica, urbanística y socialmente. Ya eran demasiados años, siglos casi, desde que hubiese sido la perla americana en el antiguo continente. Los intentos del intendente Pablo de Olavide y sus impulsos ilustradores fueron deslucidos con la guerra de la Independencia de 1808. Posteriormente, Sevilla sufriría un siglo XIX desesperante, inmovilista y oscuro. A finales de este siglo llegó a padecer, incluso, momentos muy críticos, alcanzando así situaciones alarmantes de pobreza, y hasta hambre entre su población, durante por ejemplo el temprano año de 1905. 
Así que, en el año 1909 se propuso la idea de realizar una gran exposición, algo que cambiara la ciudad y la fomentara, la impulsara económicamente. Pero, tendría que ser algo relevante, internacional. Su íntima relación histórica con Iberoamérica terminó por concretar su sentido: sería una Exposición Iberoamericana. Inicialmente la fecha para su inauguración se decidió que fuese el primero de abril de 1911, sin embargo se tuvo que retrasar, por dificultades en su proyecto y desarrollo, hasta 1914. Pero, la Gran Guerra Mundial de ese año suspendió la participación internacional de otros países. Luego, cuando acabó la contienda mundial, los problemas del conflicto bélico español en Marruecos detuvo, sin discusión, el inicio de tan necesitada ilusión para los sevillanos de entonces.
Finalizada la guerra de África en 1925, ya no había excusa para disponer de una fecha, ésta se fijó definitivamente el mes de mayo de 1929. Todo se preparó para el nueve de ese primaveral y único mes, mes exultante en una ciudad acostumbrada ya a tantas duras emociones, cambios, acontecimientos e historias. Aquel día el Rey de España, Alfonso XIII, y su familia inauguró la exposición. El momento lo plasmó en un gran lienzo el desconocido pintor sevillano Alfonso Grosso y Sánchez (1893-1983). Formado en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, trató de mantener siempre el legado de siglos de Arte que su ciudad natal hubiera ya conseguido en aquellos años de esplendor dorado en la pintura universal.
Para el escenario del trono real, en donde su majestad el Rey y su familia se encontraban, se colocó, detrás, un enorme tapiz confeccionado en 1817 en la Real Fábrica de Tapices de Madrid. Representaba la composición de un relato bíblico, una leyenda sagrada, basado en el Libro de Samuel. La historia cuenta que, cuando uno de los numeros hijos del rey israelita David, el mayor de ellos, Amnón, quedó obsesivamente seducido por la belleza de una de sus hermanastras, Tamar, no pudo más que tramar la forma de poseerla. De este modo ideó encontrarse mal y no levantarse de su cama a menos que pudiera sólo comer de manos de la bella Tamar. Su padre David accedió a tan insólita petición, tan preocupado estaba por la salud de su promogénito.
Mandó Amnón que todos saliesen de su habitación para que su hermanastra pudiese cuidarlo. Luego, cuando ésta se acercó con la comida, Amnón la forzó, la obligó y la violó. Sin embargo, Tamar le pidió entonces que al menos le pidiese a David su mano, y ella accedería sin más. Pero, aquél se negó. Esa fue su perdición. Absalón, otro de los hijos del rey David, era hermano carnal de Tamar. Al enterarse por ella de lo que había sucedido, juró matar a Amnón fuese como fuese. Después de acabar con la vida de su hermanastro huyó de Israel. Uno de sus amigos, general de confianza del rey, Joab, convence a David de que le perdone, y así dejarle volver al cabo de dos años. Pero, al regresar, la ambición de Absalón es mayor que su agradecimiento.
Decide Absalón, ahora que es el primogénito, que ya es tiempo de que él reine en Israel. Se alza contra su padre en una ocasión en la que éste está lejos de Jerusalén. Pero los mercenarios del rey David, al mando de Joab, se enfrentan a Absalón en el campo de batalla. Al verse perdido, Absalón huye de nuevo, corriendo tras su enemigo a través de llanuras y arbustos. Le persigue Joab cuando llegan a un pequeño bosque, entonces la larga y frondosa cabellera de Absalón se enreda entre las ramas de un árbol. Así, atrapado puerilmente, no puede seguir huyendo, siendo, por fin, alcanzado gracias a una certera y afilada lanza del hábil Joab. El rey David al enterarse de su muerte no pudo más que sentirlo y proclamar, enloquecido casi, ¡Hijo mío, Absalón, Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera que yo muriese en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!
Federico García Lorca (1898-1936) escribió en 1928 su Romancero gitano. Dieciocho maravillosos romances basados en la cultura gitana fundamentalmente. Sin embargo, el genial poeta andaluz trató de unir la poesía popular con la alta lírica universal. Pero, sobre todo, llegó a enaltecer los mitos pasionales, el amor, la traición, los celos, el erotismo, la muerte. Uno de ellos, el último romance, trató sobre el drama legendario de Tamar y Amnón. El excelso poeta consiguió así darle sentimiento, cadencia, emoción y lirismo a tan sagrada historia.
La luna gira en el cielo
sobre las sierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La sierra se ofrece llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de luces blancas.

............
Oh!, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.

Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras cortó
las cuerdas del arpa.

 (Fragmentos del romancero gitano Tamar y Amnón, Ferderico Garía Lorca, 1928.
(Óleo del pintor sevillano Alfonso Grosso y Sánchez, Sevilla, años veinte, Sevilla; Cuadro del pintor holandés Jan Steen, 1626-1679, Lecciones de baile a un gato, 1660, Holanda; Gran cuadro El Rey y su familia en la exposición Iberoamericana de Sevilla, 1929, Alfonso Grosso y Sánchez, Real Alcázar de Sevilla; Óleo Amnón y Tamar, 1660, Jan Steen; Imagen en detalle del gran tapiz Muerte de Absalón, 1817, Patrimonio Nacional, Madrid; Cuadro David y Jonatán, 1692, Rembrandt; Pintura del artista sevillano Alfonso Grosso y Sánchez, El monaguillo, 1920, Museo de Bellas Artes, Sevilla.)