Dos vueltas de llave

Por Anxo @anxocarracedo

Our love is not a victory march
(Leonard Cohen).

— La poesía no nace del amor. La poesía tampoco nace del dolor, ni del azar, ni de la reflexión. La poesía nace del enamoramiento, sea cual sea el objeto de éste. Por esa razón sólo se pliega a sí misma. Por esa razón se pasea desnuda en el filo del universo.

Los primeros días que coincidió con Lucia Berlin en Alcohólicos Anónimos, Sven H. no pudo soportar la desacostumbrada belleza de sus ojos, que eran de color gris plata a la luz de la bahía pero se tornaban gris marengo en las lúgubres tardes de lluvia en Berkeley. Cuando veía a Lucia, unas veces le daba por llorar a moco tendido y otras por tararear canciones de Leonard Cohen. Él nunca quiso explicar al grupo de terapia el sentido de sus lágrimas, del mismo modo que nunca creyó alcanzar plenamente el significado de las canciones del músico canadiense.

— La poesía no pertenece a los filólogos, ni a los escribas, ni a los editores. Ni siquiera a los lectores o a los poetas. La poesía es hija del trueno. Por esa razón, quien acaricia sus brazos se estremece con el tacto de un metal de dudosa ley. Esto ya lo sabía Pitágoras. Esto ya lo sabía Martin Heidegger, aunque su exquisita formación le impidiera expresarlo de forma tan rudimentaria.

La última vez que Sven H. estuvo con Lucia Berlin, cambiaron un buen montón de cupones de comida por entradas para ver a Kareem Abdul Jabbar lanzar su sky hook sobre el aro de los Golden State Warriors. Luego cruzaron el puente sin decirse una palabra y se encerraron en la autocaravana que durante casi año y medio él había compartido con Isiah, hasta que Isiah se esfumó y lo dejó sumido en la desesperanza. Recalentaron unos restos de pizza que acompañaron con vino dulce. Después de la cena, Sven volvió a hablarle de su amante desaparecido y le explicó que ya tenía los billetes para volver a Estocolmo, vía Chicago. Ella le tomó la mano y leyó Dentelladas de tigre: “El tren aminoró a las afueras de El Paso. Sin despertar a mi pequeño Ben, me lo llevé en brazos al vestíbulo del vagón para mirar el paisaje. Y oler el desierto. Caliche, salvia, azufre de la fundicion, leña quemada de las barracas de los mexicanos junto al río Grande. La Tierra Santa…”. Sven no pudo soportar la vibrante belleza de aquella prosa y salió a vomitar. Volvió al cabo de un buen rato, con la mirada encendida y un poema escrito en castellano del que Lucia corrigió las numerosas faltas ortográficas.

En esta casa sólo hay
abandono
herramientas heridas por la herrumbre
y hormigas

hormigas por todas partes

esta casa nunca ha sido un hogar

en esta casa sólo hay
serrín humedecido
botellas de cocacola pasadas de fecha
y muebles hurtados a la lumbre

esta casa nunca ha sido una morada

esta casa tuvo tres estancias
que acabaron por confundirse
en el gran aposento de la indiferencia

sobre una mesa de comedor
severamente apolillada
descansan paquetes de simiente que nunca llegará a la tierra
vasos de plástico
un sombrero enmohecido
gasolina para motores de dos tiempos

la puerta de esta casa
ha resistido el embate de los años
y la pobre industria de asaltantes sin recursos
pero no ha detenido el afán infinito
de las hormigas

esta casa nunca ha sido un fortín

la luz metálica de una tarde de noviembre
entra con desgana
y sin detenerse huye
al amparo del chaparrón que redondea las hortensias

tu rostro resplandece en la penumbra
tu voz
en ese instante
se acopla a la cadencia de la lluvia
y al fin
parece ofrecer un significado

pero esta casa nunca ha sido refugio de la palabra

a la hora de marchar
bastan dos vueltas de llave
para dejársela
a sus legítimos propietarios.