Drama romántico de culto: El mundo de Suzie Wong

Publicado el 09 abril 2012 por 39escalones

Richard Quine ha pasado principalmente a la historia del cine por su arrebatado, obsesivo, entregado amor por Kim Novak, que le llevó a retratarla maravillosamente en un puñado de apreciables películas, La casa número 322 (Pushover, 1954), Me enamoré de una bruja (Bell, book and candle, 1958), La misteriosa dama de negro (The notorious landlady, 1962) y, sobre todo, Un extraño en mi vida (Strangers when we meet, 1960), posiblemente el mejor melodrama romántico de todos los tiempos, por encima incluso de las afamadas historias lacrimógenas de Douglas Sirk. Sin duda, la experiencia de Quine como actor entre los años 30 y 50 (fue otras muchas otras cosas en el cine, productor y guionista, pero también compositor de temas para películas musicales), pero sobre todo su amor no correspondido por la deseada actriz (Quine se casó dos veces, pero la Novak siempre se le resistió; dicen que incluso este fracaso estuvo entre las razones acumuladas de su suicidio, ya en los años 80), le colocaron en buena disposición para la elaboración de complejos dramas sentimentales cargados de múltiples matices y perspectivas, enriquecidos con una soberbia puesta en escena y un acertado uso del ritmo y de las situaciones. El mismo año del estreno de Un extraño en mi vida, y con producción británica, Quine filmó otra película menor pero que ha crecido en su recuerdo con el tiempo, El mundo de Suzie Wong, un drama romántico con choque cultural y social como conflicto de base no exento de toques humorísticos y sentimentales, incluso de acción, en la línea de esos best-sellers románticos que introducen en cuotas diversos contenidos a fin de ampliar el espectro de público que disfrute con la historia.

Sin embargo, en la película de Quine esta amalgama de visiones, tonos y temas resulta armónica gracias a su plácida conducción en la dirección, a los magníficas localizaciones exteriores del Hong Kong de su tiempo (nada de skyline con rascacielos, tiendas caras, luminarias nocturnas y centros de negocios) y a las interpretaciones de la pareja protagonista, un William Holden en su plenitud profesional y la debutante Nancy Kwan, cuyo catálogo y muestrario de vestidos de aire oriental no tendrá parangón hasta los lucidos por Maggie Cheung en Deseando amar (In the mood for love, Wong Kar-Wai, 2001) de la que la película de Quine, en cierto modo, es casi un antecedente. Todo ello para contarnos una historia canónica, previsible, de manual, pero que se sigue con interés gracias a su ligereza narrativa y a su sencillo encanto. Robert Lomax (William Holden), es un maduro pintor norteamericano que llega a la colonia británica y que por casualidad conoce a una joven china (Nancy Kwan) de la que no tarda en descubrir que se dedica a la prostitución. A lo largo de sus (algo alargados) 129 minutos, asistimos al ilusionante establecimiento de una relación entre ambos, así como a los distintos avatares y altibajos del desarrollo de su historia de amor, en la que hay lugar para triángulos amorosos, indagación social y mensaje de entendimiento cultural entre pueblos, pero que en ningún momento transita por los necesarios ambientes sórdidos y pestilentes que a buen seguro presidían el mundo de la prostitución y la explotación sexual en un puerto como Hong Kong, abierto constantemente a la llegada de marineros y viajeros de todo el mundo.

Contada, por tanto, desde un punto de vista blanco, sin incidir en análisis realistas ni en reflejos auténticos del mundo de la prostitución hongkonesa, la película elude igualmente cualquier visión sobre la cuestión colonial o la interacción de la población europea o norteamericana con los nativos autóctonos, para concentrarse únicamente en la relación principal entre los protagonistas, alrededor de cuyas desventuras amorosas sí introducen Quine y su guionista, John Patrick, pequeños toques que invitan a mirar más allá del romanticismo y despertar el interés por otras cuestiones. Por ejemplo, la profesión de Suzie da pie para presentar breves pero reveladores apuntes sobre el machismo imperante, así como sobre la explotación sexual indiscriminada de las mujeres en las zonas portuarias y, en general, en las ciudades internacionales del sudeste asiático de aquellos (y de estos) tiempos: Hong Kong, Shanghai, Macao, Singapur, etc., etc. Por otro lado, la aparición de Sylvia Syms y el establecimiento del correspondiente triángulo amoroso permite a Quine esbozar cuestiones relativas al racismo pero también a las diferencias sociales, con una crítica directa al clasismo y a la valoración de las personas en función de su profesión, su posición económica o de sus logros sociales sin tener en cuenta otras características personales o los elementos que condicionan la vida de las personas en situaciones más desfavorecidas. Por último, la presencia de Michael Wilding, Laurence Naismith y Jacqui Chan (nada que ver con el famoso repartidor de mamporros) proporcionan los necesarios toques de humor distendido y ligero, los descansos naturales entre cada uno de los episódicos avances y retrocesos de la relación Wong-Lomax.

La película se deja ver gracias a su sencillez expositiva, a su falta de pretensiones y al estupendo trabajo de cámara y de fotografía de Geoffrey Unsworth, que retrata un Hong Kong luminoso, caluroso, agobiante, de colores vivos, de esencias, de sonidos, de músicas, de calles repletas, faroles colgantes, celebraciones populares, desfiles, mercados, locales nocturnos de música, juerga, chicas para bailar (o para más cosas), fumaderos de opio, de lluvias torrenciales y noches serenas, de amaneceres húmedos y asfixiantes siestas. Holden está como casi siempre, sobrio, correcto, impecable; Wong aporta frescura y sensualidad. Quizá su romanticismo ya esté muy visto y huela algo a rancio, pero la suavidad y el encanto de la propuesta ayudan a disfrutar activamente de este moderado y delicioso entretenimiento sentimental con amores, rupturas, reconciliaciones y demás aventuras ligadas a los amores, si no imposible, sí muy dificultosos a causa de las barreras económicas, culturales y sociales.