Echo and the bunnymen en la riviera de madrid: rasguños entre el viejo post-punk y los antiguos cardados

Por Asilgab @asilgab

Las rendijas del tiempo en ciertas ocasiones nos devuelven el pasado de una forma distinta a como lo imaginamos. Quizá, porque no se trata del añorado pasado sino del impertinente presente. Una copia descafeinada del presente, podríamos decir. Una sensación que ayer revivimos en el corto concierto que Echo and the Bunnymen ofrecieron en La Riviera de Madrid, y que nos dejó muy claro que su sostenimiento económico viene propiciado por este tipo de aseadas galas, pero poco más. Bien es cierto que la muñeca de Will Sergeant sigue en un estado deforma envidiable, donde sus movimientos en forma de rasguños, ecos y distorsiones nos siguen recordando a aquellos primero Bunnymen. No así la voz de un Ian McCulloch, que se refugia en unas nuevas versiones más ligth de sus grandes éxitos para no llegar a forzar sus cuerdas vocales y comprobar la escasa resistencia que han tenido ante el paso del tiempo. Lejos quedan ya aquello años donde se sospechaba que iban ser más grandes que U2; un grupo, el irlandés, que bebía de las primeras composiciones de los de Liverpool en la búsqueda de su propio sonido y estilo. Sin embargo, por encima de todas estas apreciaciones aún nos queda y nos quedó el buen sabor de boca de un sonido aguerrido, vibrante en ocasiones, y entre psicodélico y post-punk en otras, donde la brillantez de la guitarra de Sergeant y el fondo infinito de una batería que parecía no tener fin, colmaron con creces las expectativas de un público talludito que llenó la Riviera sin muchos aspavientos, como si todos y cada uno de los allí presentes supieran de antemano que tenían que dosificar sus fuerzas para el día siguiente.

Going up, Rescure y All that Jazz sonaron casi de un tirón —como el resto del setlist que nos ofrecieron ayer los de Liverpool— y como mejor homenaje a su álbum de debut Cocodriles. Después de Flowers comenzaron a caer parte de sus temas más reconocibles, aunque tratados con la ambivalencia de la recreación de tiempos entre rápidos y lentos que exploraban ambientes más atmosféricos en los que McCulloch escudriñó una vez más la voz de Jim Morrison y sus admirado The Doors. Así Seven Seas sonó muy armónico en su textura, y Nothing Last Forever fue sin duda el más lírico de los directos que escuchamos ayer, y que fusionaron de una forma inteligente con Walk on the Wild Side, como mejor homenaje del grupo a Lou Reed y The Velvet Underground. De cualquier forma, fue uno de los mejores momentos de la noche, y que nos llevó hasta Over the Wall, donde su faceta más oscura y post-punk se vio reafirmada por la extensión de la canción; una firmeza que se vio aumentada cuando sonó Never Stop, lo que les sirvió para dar paso a esa pequeña obra maestra de la música y la literatura musical que es The Killing Moon: «El destino/ En contra de tu voluntad/ En las buenas y en las malas/ Él esperará hasta que/ Te entregues a él». Un clásico que tocaron con un inicio más pausado y lleno de matices sonoros, lo que sirvió para que el público se enfundará sus móviles en un típico, manos arriba, que iluminó la sala de pequeños focos de luz. Un aperitivo más que merecido para el mejor tema de la noche, The Cutter, al que dotaron de un inicio eléctrico y dinámico que nos llevó de nuevo a apreciar las magníficas guitarras que se gasta el grupo, y que esta vez se entrelazaron con esos sonidos árabes que salían de unos teclados que nos recordaron sus inicios cuando en vez de bajo llevaban una pequeña caja de ritmos en sus actuaciones. Y hasta ahí, apenas 50 minutos, llegó la parte principal del concierto.

En el primer bis eligieron Lips Like Sugar como mejor excusa para seguir con otro de sus hits, en el que McCulloch de nuevo tiró de esos efectos vocales en eco que distorsionaban sus palabras hasta que se perdían en el anonimato de ese bucle sonoro. Una canción que de nuevo hizo vibrar a los asistentes, y con el que abandonaron el escenario ante la sorpresa de sus fans. Al menos, no tardaron mucho en volver y atacar Ocean Rain, desarrollada en una versión larga y extendida para justificar el escaso minutaje de su actuación: una hora y quince minutos, contando las pausas y demás interrupciones cuando Ian McCulloch intentó romper su hieratismo con alguna frase en español que nadie entendió. Quizá, porque todos nos dimos cuenta que ayer su presencia en la ciudad de Madridestaba auspiciada por rasguños entre el viejo post-punk y los antiguos cardados.

Ángel Silvelo Gabriel.