La manera en que la persona en desarrollo se ubica dentro de su grupo cultural y adquiere determinados papeles ha sido aclarada mediante los términos de status (posición) y papel (o rol). El término status se refiere a la posición que la persona ocupa en su grupo social mientras que el de papel o rol indica la conducta que se espera de ella como miembro de ese status particular. Los papeles que el niñ@ tiene que representar son muy variados según los distintos status que va ocupando a medida que crece. Cada status tiene su papel apropiado, y también sus privilegios especiales, y a su vez provoca distintos grados de respeto o deferencia en las demás personas. Otro tipo de status es el que el individuo adquiere por sus esfuerzos, alcanzando así una posición en su grupo que no todos, sino sólo unos pocos, pueden ocupar. En cada grupo, y de acuerdo con su status, cada persona tendrá una serie de actitudes y de funciones que a veces se sobreponen y a veces difieren.
El papel o papeles que desempeñan los padres tiene gran relevancia dentro del sistema familiar, es decir, es un aspecto a tener muy en cuenta por parte del Educador Familiar, porque de ellos se obtendrá valiosísima información acerca de la dinámica que caracteriza a cada familia. En toda familia cada miembro tiene asignados una serie de papeles, y esta es una característica común a todas las familias, la diferencia está en que no todos son semejantes. Un claro ejemplo lo tenemos si comparamos los roles que había antes o tradicionales y los roles actuales. Si hace años lo común era que el hombre trabajase fuera de casa y la mujer cuidase de los hijos y de la vivienda, en la actualidad hay mayor diversidad de situaciones y la tendencia es hacia el igualitarismo (aunque se está observando que el igualitarismo es más bien a nivel de actitudes que de comportamientos).
El término «instancias paternas» designa la función o rol, de los progenitores, o de aquellos que les sustituyen, y que condicionan los procesos de personalización, socialización y moralización.
Si profundizamos un poco más, vemos que las instancias paternas o maternas, tienen una serie de atribuciones que la caracterizan, por ejemplo, sobre el padre se dice que representa el papel del riesgo, la aventura, la fuerza, la iniciativa, el progreso y la agresividad; con respecto a la madre, se suele decir que representa la seguridad, el conservadurismo, la precaución, la prudencia, y la tímida ponderación… ambos ejemplos muestran atributos que debemos considerar, aún así, como no válidos para todos, es decir, habrá padres y madres que posean algunos de los rasgos descritos e incluso que estos rasgos se encuentren en el otro sexo. Tales características en la actualidad se pueden observar tanto en los padres como en las madres.
El/la Educador/a Familiar debe ser consciente de que no se aceptan tan fácilmente las conductas y las actitudes que el grupo espera de cada individuo. Esta afirmación tiene su parte positiva y su parte negativa. En cuanto a lo positivo, por ejemplo, la mujer ha podido despojarse de su papel tradicional que el grupo le atribuía, y poco a poco, ir logrando derechos y obligaciones de igualdad (aunque queda mucho por hacer); o el hombre, ha podido mostrar sus sentimientos, su ternura, su capacidad para el cuidado y educación de los hijos sin que se le considere un afeminado o poco hombre. La parte negativa de dicha afirmación es que el prestigio y el éxito en el grupo, depende de los valores aceptados por el mismo, y de la medida en que el individuo satisfaga sus exigencias. A lo que habría que añadir que la aprobación del grupo es uno de los incentivos más fuertes para el comportamiento correcto; así como el ser rechazado por el grupo puede sentirse como un castigo severo.
Los atributos que hemos expuesto para cada instancia paterna, muestran que los papeles no son tan claros y tan predefinidos como hace décadas. En la actualidad, los roles se delimitan en áreas de competencia y cada ámbito tiene sus propias reglas definidas. Este hecho nos demuestra cómo la familia se ha ido transformando, pasando de una aceptación sin más de los papeles y roles que se le asignaban a un proceso de negociación de los mismos.
Tanto los roles como el poder están marcados por un mayor o menor grado de negociación, a diferencia de tiempos atrás, donde la regla estaba marcada por el predominio de unos sobre otros. Si tenemos en cuenta el mayor o menor grado de negociación, veremos que se han descrito varios modelos. Los más destacables son aquellos que hace referencia a la complementariedad asimétrica, la especialización de funciones y los que se caracterizan por la autonomía e independencia de los cónyuges (relacionado con el tema de la comunicación).
Respecto al primer modelo señalado habría que indicar que puede llevar a engaños, si no tenemos en cuenta, que más bien no hay igualdad, sino un reparto desigual de roles y del poder que tiende a proteger al miembro más necesitado o menos preparado. El otro modelo presentado destaca por la autonomía relativa de ambos cónyuges. En la actualidad, la naranja partida a la mitad ya no sirve como ejemplo para mostrar el tipo de relación conyugal. Ésta ha sido sustituida por dos naranjas enteras y separadas, o lo que es lo mismo, cada cónyuge tiene áreas diferenciadas de competencia en las que pueden ejercer su autonomía e independencia junto con otras áreas que comparten gracias al consenso y a la negociación. Los modelos expuestos son tipos ideales que pueden servir para explicar las tendencias, pero que no describen a pies juntillas la realidad tal como es.
La negociación dependerá de variables como los recursos profesionales y educativos de ambos cónyuges, aunque éstos, a su vez, dependen de la situación de clase de cada uno de ellos, y no tanto de su personalidad o de su idiosincrasia.
La negociación no sólo debe afectar a la asignación de roles conyugales y domésticos, sino debe abarcar también la toma de decisiones, el ejercicio de la autoridad y los ámbitos de competencia: tener hijos o no, estilo educativo, valores que se inculcarán, etc…
Dada la importancia que adquiere la negociación en el entorno familiar, el/la Educador/a, ha de estar siempre atento a como se presenta ésta y cuáles son sus derivaciones.
La negociación puede presentarse de forma explícita o implícita. En ocasiones, una forma predomina sobre la otra, sobre todo la negociación implícita, principalmente debido al peso de la cultura que hace que se asuman los roles propios y construidos de la misma (los padres no se planteen otras alternativas a la ya conocida y ésta se presenta como única referencia). Tanto las negociaciones implícitas como las explícitas generan ajustes dentro del entorno familiar, pero también conflictos, que si no son resueltos llevarán a la inestabilidad e incluso a la ruptura familiar.
De gran aportación puede ser toda aquella información que sirva para reconocer el estado y la situación por la que está atravesando cada pareja o cada familia. Será de gran utilidad tener en cuenta trabajos, estudios e investigaciones que hagan referencia, por ejemplo en este caso, a los roles conyugales y domésticos de la familia actual. De esta forma el/la Educador/a Familiar poseerá estimaciones generales de cómo se reparten las tareas, cuáles son los ámbitos de competencia y las responsabilidades, tanto de los padres como de las madres.
Los estudios existentes arrojan los siguientes datos: todavía son pocas las parejas que colaboren plenamente en la realización de las tareas del hogar, aunque se piense que debería ser así (de ahí que se hable más de una ideología igualitaria que de una igualdad de hecho). Las parejas con un nivel educativo medio-alto o parejas jóvenes, suelen compartir más las tareas. Las mujeres con estudios y con profesiones medias o superiores, representan la vanguardia de los nuevos modelos de familia.
Otros estudios han valorado la importancia del rol en el proceso de idealización e identificación de los hijos con sus padres, convirtiéndose éstos en modelos para ellos. El proceso de oposición también está directamente relacionado con los roles y el poder que ejercen los padres sobre sus hijos, siendo un resultado común el que los hijos adquieran a lo largo de su desarrollo conductas contrarias a las de sus padres.
Como hemos visto, gracias al primer proceso, se estrechan lazos, y del segundo se obtiene una mayor autonomía e independencia de los padres. Aunque no siempre ocurre así, en los siguientes párrafos vamos a mostrar como la asignación de roles influye en los procesos de idealización, identificación y de oposición de los hijos (Ríos González, 1993).
Durante la intervención familiar, el/la Educador/a Familiar, puede aprovechar la coyuntura para invitar a los miembros del sistema familiar a calificar o a asignar un atributo a otro. El resultado puede ser sorprendente, por que lo más seguro es que salgan a relucir inmediatamente aquellos apelativos más utilizados para designar a unos u otros familiares.
El Educador/a tendrá que trabajar no sólo con un calificativo, sino probablemente con varios, los cuáles a su vez, mostrarán rasgos favorables o desfavorables de las personas, que habrá que analizar, contrarrestar y mejorar. Otro aspecto a tener en cuenta es que con gran frecuencia, los roles van asociados o crean mitos contra los que tanto cuesta luchar (Ríos González, 1994).
Con cierta facilidad, nos encontraremos con algún miembro de la familia al que le llaman «burro», «payaso», «tonta»…, y todas las acciones educativas ratificaran tal papel, dificultando el desarrollo integral de ese miembro. También es frecuente observar como existe otro familiar que representa todo lo contrario, sería el «bueno» e «inteligente». Ambos suelen constatar la existencia en la familia de verdaderos mitos, que actúan como defensas para ocultar otras realidades.
La intervención, en estos casos, debe estar dirigida hacia la no aceptación de tales definiciones o papeles asignados. En el momento adecuado se ha de desafiar el papel para que éste pierda fuerza y se pueda trabajar en unos niveles de progreso y enriquecimiento. Los nuevos papeles que se adquieran deben llevar insertos mensajes de autonomía, de independencia, de toma de decisiones propia, de autoconfianza, etc.
Cuando tengamos claro que en la familia se atribuyen descripciones contrapuestas para un miembro y para otro, nuestra actuación debe encaminarse hacia la consecución de los siguientes objetivos (Ríos González, 1994):
- Crear áreas de competencia para cada miembro.
- Analizar y manejar las formas en que la familia ha contribuido a la aparición de tal papel o/y mito.
- Asegurar que cada uno de los integrantes del sistema puede manifestarse tal como es, y posibilitar diálogos enriquecedores al respecto.
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